Al parecer, ver sexo en vivo en Ámsterdam es casi tan obligatorio como ver un musical en Broadway (y casi tan caro). Y yo, que no me gusta que me cuenten nada, aproveché mi visita a la ciudad para acudir al lugar más famoso para satisfacer el morbo. El teatro Casa Rosso en el distrito rojo.
No es necesario buscarlo mucho, si caminas por el distrito rojo eventualmente terminarás frente a un elefante rosa de neón que resguarda uno de los shows pornográficos más famosos del planeta.
Yo iba con expectativas altas. No me juzguen, este lugar es legendario. Con menos pena que morbo me acerqué a la taquilla para preguntar los precios. Un grupo de amigos en sus 30’s estaba delante de mí tratando de decidir entre las dos opciones de entradas:
- 40 euros sin bebidas
- 50 euros con dos bebidas incluidas (desde cerveza hasta whisky)
Yo elegí la segunda opción por si el espectáculo me resultaba demasiado.
He de confesar que esta no era mi primera vez en este tipo de shows donde mi educación católica me arruga el páncreas con la culpa. Ya en Tailandia tuve mi dosis de entretenimiento sin pudor con momentos sacados del más oscuro cuento de Almodóvar. Sin embargo, en Tailandia hubo de todo menos sexo en vivo.
Después de pagar mi boleto con tarjeta de crédito (aceptan todas, casi casi hasta vales de despensa) entré al teatro para buscar un lugar. El show ya había comenzado. Créalo o no aquí los participantes se dan cariño de 7pm a 2 am, sin parar. Y es permanencia voluntaria, la versión morbosa del “All you can eat”.
El teatro aunque pequeño (calculo unas 250 butacas) estaba a un 80% de su capacidad. Cuánto no daríamos los teatreros por tener los teatros de México así de llenos todos los días. Conforme avanza el espectáculo la gente se va cambiando de lugar para estar cada vez más cerca de la acción.
Casa Rosso es bastante turístico, de hecho solo habíamos turistas en la sala. Me sentí en el Señor Frogs de la pornografía. Hombres y mujeres por igual forman parte de la audiencia.
En el centro del escenario había una pequeña especie de cama giratoria. Allí la pareja en turno realizaba el acto sexual como si de una coreografía se tratara. Ella tenía pinta de rusa y el de colombiano, parecían disfrutarlo poco. Sin llegar al clímax se despiden del público y se cierra el telón. Hasta aplausos hubo.
Acto seguido una chica joven de buen cuerpo salió a bailar con la misma gracia que un canguro. Se desnudó y después de tocar su cuerpo con la sensualidad de una servilleta se introdujo un dildo mientras sonreía al público. Aplausos de nuevo.
Telón.
En el escenario ahora hay otra pareja, esta vez dos chicas. Asumo que ninguna de las dos era realmente lesbiana pues se besaron y se tocaron con el entusiasmo de un adolescente leyendo La Iliada. Aquí hubo mucho truco, ni se besaban donde tenían que besarse, ni se tocaban donde tenían que tocarse. Fue el equivalente a ver un cantante haciendo playback.
Telón. Aplausos apagados.
De nuevo en el centro del escenario la cama giratoria. En ella una pareja de color, de unos 35 años. Aparentemente son la estrella del lugar pues aparecen en muchas de las fotos de la marquesina. El acto comienza de nuevo de forma casi coreográfica, la cama giratoria se encarga de que les veas a los “actores” hasta las anginas. Sexo oral, lubricante y que comience la fiesta.
Esa pareja se entendía, se ve que esto lo hacen varias veces por noche, todos los días. Cambios de posición a la señal, guiños a la audiencia, posiciones cuasi acrobáticas y en pocas palabras un performance destacable. De nuevo sin llegar al climax (no tengo idea cuantas veces por noche deben hacer el numerito) se despiden y se cierra el telón, aplausos animosos. La versión pudorosa de una ovación.
Después de ellos salió una mujer no tan joven pero con un cuerpo ejemplar (en parte ayudado por el bisturí) a bailar, con aún menos gracia que la chica anterior, mientras jugaba con un látigo. Me entretuve tratando de adivinar sus pensamientos. Se desnudó y llamó a varios chicos de la audiencia para hacer el juego de la banana. Nada destacable.
Decidí que había tenido suficiente y salí a la calle.
Salí con la sensación de haber palomeado algo. De que ya nadie me lo podía contar.
He de aceptar que lo que mi mente había imaginado sobre el espectáculo era mucho más fuerte, intenso y excitante. Me desilusionó un poco. Aún así no me arrepiento de haber ido, esta es de esas cosas que suenan mejor contadas que vividas. Y me encanta contar historias.
Volví al hotel con la obsesión de adivinar el pensamiento de aquella bailarina de mirada perdida y senos firmes que ha hecho público lo privado y vive de ello. Jamás imaginé que lo aparentemente íntimo pudiera ser tan superficial, tan vacío.
Reflexioné sobre como todos los participantes nos regalaron su intimidad más no su placer, que al final de todo termina por ser aún más íntimo.
4
4.5
5
1
3.5
0.5
2
3
1.5