Cuando Alan me dijo que me enviaría de viaje a The Wizarding World of Harry Potter en Universal Orlando, fue como si una lechuza entrase volando por mi ventana con un pergamino enrollado entre las garras invitándome a la escuela de magia y hechicería de Hogwarts.
El día anterior preparé mi mochila imaginando que llenaba mi baúl con mi toga negra, mi varita mágica, mis libros de encantamientos y los frascos de pociones. En realidad llevaba una mochila con 4 mudas de ropa, mi iPhone 6, un libro mágico-surrealista de Cortázar; desodorante, cepillo y pasta de dientes.
No era la Estación de King’s Cross de Londres, sino la Terminal 2 del Aeropuerto de la Ciudad de México, ni era el andén 9 y ¾ sino la puerta de abordaje número 22- creo; y tampoco era una locomotora a vapor, sino un aviòn de turbosina.
El vuelo sin contratiempos
Me recibió un Orlando que es totalmente mágico en ambos mundos, el real y el de ficción. El Hotel, el retro style Cabana Beach Resort, con piscinas, palmeras, y hasta pista de boliche (bowling) te hacen sentir en un Florida de otro tiempo, en una década de Jersey Boys, autos clásicos y chamarras de piel.
Una cena abundante en el restaurante italiano Vivo en The City Walk me recordó esos banquetes de bienvenida que Dumbledore hacía aparecer con un par de palmadas sobre el comedor de Hogwarts; y mientras me presentaba con los demás invitados a la velada era como aquel momento previo a la ceremonia del sombrero seleccionador – quiero estar en Gryffindor, por favor, susurraba; qué oso terminar en la casa de Hufflepuff.
Al día siguiente tomamos el shuttle del hotel; yo estaba convencido de que los minibuses eran jalados por “thestrals” invisibles, como las carrozas de Hogwarts, y que yo no podía verlos al no haber estado nunca cerca de la muerte.
La verdad es que todos los juegos que visitamos en Islands of Adventure antes de llegar a Hogsmeade estuvieron increíbles: The Amazing Adventures of Spider-Man, The Incredible Hulk Coaster, Jurassic Park River Adventure, y la comida en Mythos, uno de los mejores restaurantes temáticos del mundo.
Atravesábamos un puente viejo de madera cuando de repente alcé la vista hacia el cielo; de mi lado izquierdo, las imponentes torres del castillo gótico de Hogwarts se erguían sobre un inmenso peñasco de piedra; y justo frente a mí, un letrero de hierro forjado que colgaba desvencijado de un arco con la silueta de un cerdo salvaje y la escrita: Hogsmeade. Casi lloro.
Las calles del pueblo estaban atascadas de turistas que se habían convertido en criaturas mágicas: brujos y brujas, centauros, duendes y elfos. Corrí a la dulcería Honeydukes por un paquete de Grageas Bertie Bott de Todos los Sabores para hacer una degustación con mis roomies cuando regresara a México -que le toque la de cerumen amarillo a Arturo y la de moco verde a Esteban. También compré unas ranas de chocolate, de esas que saltan vivas de la caja, y recorrí toda la tienda mientras engordaba con cada respiro encantado de azúcar.
Salí de Honeydukes, directo a la franquicia de Ollivander, justo a lado de la oficina de correos, donde decenas de jaulas con lechuzas de todos los tamaños vigilaban el buen funcionamiento de la correspondencia aérea. En Ollivander, además de vender varitas mágicas, también tenían cientos de artefactos y souvenirs fantásticos, como el monstruoso libro de los monstruos, bufandas a rayas rojas y amarillas, y mapas del merodeador. Quería comprarme todo, pero decidí dejarlo para el último día.
Hacía demasiado calor, así que enfrente del Pub The Three Broomsticks Inn, me compré una cerveza de mantequilla; el sabor es contrastante entre la amargura mineral de una chela analcohólica y la espuma dulce con sabor mantequilloso como esos caramelos que te regalan las abuelas.
Hay muchísimas casas y edificios que te hacen sentir auténticamente en el único pueblo británico totalmente mágico. Quizá lo único que falta en este Hogsmeade reconstruido es la Casa de los Gritos (donde se refugiaba el licántropo Lupin durante las noches de luna llena); sería una buena oportunidad para Universal construir una mansión embrujada con esta temática Harry-Potteriana.
Salimos de Hogsmeade para dirigirnos a Hogwarts. El castillo por dentro es una réplica fiel del narrado en los libros y en las películas, entre salones de clase y corredores oscuros iluminados por la tenue luz de unas velas, con esas escaleras laberínticas y los retratos en las paredes estilo Renoir que se mueven, hablan e interactúan. Pasando el retrato de la Dama Gorda, se encuentra la sala común de Gryffindor, y por supuesto en la torre del Director, la oficina de Dumbledore y su pensadero con memorias archivadas.
La aventura continúa al momento de subirte al dark ride de Harry Potter and the Forbidden Journey, donde al lado de Harry, Ron y Hermione vuelas dentro y fuera del castillo, combatiendo Dementores – expecto patronum- , esquivando los golpes del Sauce Boxeador y jugando una partida de Quidditch en el estadio de la escuela. La animación, sonido, música y efectos especiales son los mejores, haciendo del “simulador” una experiencia cuasi real, muy vívida.
Como si la agitación no bastase, la siguiente parada fue subirme al roller coaster The Dragon Challenge, una doble montaña rusa que simula el vuelo vertiginoso sobre el lomo de dos dragones, el Bola de Fuego Chino y un Colacuerno Húngaro. Estoy en el Torneo de los Tres Magos pensé, me dio miedo, me emocioné.
Descendí de mi dragón con mucho cuidado y caminé hasta la estación de trenes en Hogsmeade. Aquí se toma el Expreso que te lleva de vuelta a Londres a King’s Cross y a la entrada del Callejón Diagon (en Universal Studios). El viaje dura unos 5 minutos al interno de un vagón muy cómodo; Hagrid se despide de ti del otro lado de la ventana, y en el corredor del tren se pueden ver las siluetas de los magos que pasan caminando durante el viaje.
Ese día continuaría el tour fuera del The Wizarding Word of Harry Potter, en Universal Studios: entraría a The Simpsons Ride en Krustyland, un paseo por los lugares icónicos de Springfield; el simulador de Despicable Me que te transforma momentáneamente en un Minion – Banana, Banana; y finalmente Transformers: The Ride, donde mi estimada María Isabel haría de la experiencia 3D una 4D pegándome con el puño y apretándome el brazo cada vez que “chocábamos” contra un Decepticon.
Cena en el Hard Rock en The City Walk y más tarde al hotel a dormir. Fue un día fatigoso, pero pleno de diversión y mucha magia. Al otro día, después de un desayuno ligero y una convivencia con The Blue Man Group, me fui a directo al Diagon Alley.
La entrada al callejón se abre paso a través de un muro de ladrillos.
Lo primero que ves a la derecha es la tienda de bromas Sortilegios Weasley, con el gigante mecánico pelirrojo en la fachada del edificio. Otros lugares increíbles son la tienda de calderos, la librería Flourish y Blotts, las oficinas del Daily Prophet y el local de Artículos de calidad para el Quidditch por si te hace falta una Quaffle, una Bludger o una Snitch Dorada, para “echar la reta” (partido) o necesitas mantenimiento para tu escoba voladora.
En la tienda de Ollivander, a través de un performance en vivo, te explican cómo un brujo o bruja escoge su varita, y cómo a su vez es la varita la que escoge al mago.
Para el hambre, lo ideal es El Caldero Chorreante, donde me comí un muy británico Fish & Chips y un exquisito jugo de Calabaza que sabía a duraznos en almíbar (no me pregunten por qué); y la Heladería Florean Fortescue donde me compré de postre un helado de Sticky Toffee Pudding.
Sin embargo el lugar que más llama la atención es el Banco de Gringotts, con su irregular arquitectura como si fuera a colapsar en cualquier momento, y en la cima, el más grande de los dragones, el Ironbelly Ucraniano, con su piel blanca y escamas plateadas, ciego y con heridas en el cuerpo. Saca fuego iracundo de su boca cada diez minutos.
Al costado de la entrada principal del banco, se encuentra una estatua dorada de un duende, como símbolo de estas particulares criaturas que administran la mágica institución financiera. En el vestíbulo principal, con piso brillante de mármol y lujosos candelabros colgantes, puedes ver a los duendes atendiendo a los clientes. Al fondo, se toma un elevador que te lleva kilómetros bajo tierra.
En Harry Potter and the Escape from Gringotts tienes que adentrarte en lo más profundo de las vías y bóvedas subterráneas para irrumpir en los dominios de la familia Lestrange y así obtener la Copa de Hufflepuff, uno de los 7 horrocruxes malignos. Con la ayuda de Bill Weasley, te enfrentas a Armaduras gigantes, a la terrible Bellatrix Lestrange, al mismísimo Voldemort y finalmente al implacable Ironbelly Ucraniano, que paradójicamente, es quien te ayuda a escapar del Banco. Los efectos especiales y la tecnología 3D de vanguardia, logran perfectamente su cometido: ofrecer una experiencia de realidad virtual superior a cualquier otra cosa que se le parezca. Pura Magia.
Para terminar el paseo por el Callejón Diagon, no resistí la tentación de adentrarme al Callejón Knockturn, una sección lúgubre llena de tiendas dedicadas a las Artes Oscuras, incluyendo Borgin y Burkes.
Al salir, giré a la derecha y me introduje en King’s Cross para tomar el tren a Hogwarts en Islands of Adventure. Esta vez, fue más especial porque pude atravesar por primera vez la columna mágica entre el Andén 9 y 10: el invisible Andén 9 y ¾.
En la noche una cena excéntrica en The Cow Fish y luego el Increíble espectáculo de The Blue Man Show, que tendrá que ser narrado en otra ocasión. El cansancio me llevó de la mano hasta el hotel y caí desvanecido en un sueño profundo.
En mis últimas dos horas en Orlando, antes de dirigirme al aeropuerto, no pude resistirme y fui a Hogsmeade para comprar algunos souvenirs y tomarme mi última cerveza de mantequilla.
Como amante de los libros y las películas de Harry Potter, tengo que ser muy franco, The Wizarding Word of Harry Potter en Universal Orlando superó todas mis expectativas, y le estaré siempre agradecido por haberme concedido una de mis mayores ilusiones en la vida: hacerme sentir un mago y vivir en ese su mundo fantástico, aunque fuese solo por tres días.
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