A mi viajar me hace feliz, al principio no sabía porqué. Simplemente me sentía pleno, realizado y descaradamente contento cuando pisaba un lugar que no era mi hogar. Cuando viajo no me cuesta levantarme temprano, no importa que se cansen mis pies o si salgo despeinado en las fotos. Mi sonrisa lo dice todo. Para mí viajar es lo máximo.
Un día me pregunté porqué viajar me hacía sentir así y la verdad es que a mí eso de la introspección se me da casi casi como la cantada. Así que reflexioné algunos días (unos 1,500 para ser más exactos) y llegué a esta conclusión.
Viajar nos hace felices por varias razones, pero principalmente porque en la mayoría de los casos (no en todos, hay que aceptar que aún viajando hay gente bastante gruñona) nos hace estar aquí y ahora. Cuando estamos en una ciudad lejana que ansiábamos visitar, sabemos de antemano que no estaremos allí para siempre, que tenemos los días contados y hay que aprovecharlos. Eso nos hace disfrutar mucho más que cuando damos por sentado las cosas (por ejemplo en nuestra rutina diaria). Estamos más vivos, más presentes.
Cuando visité por primera vez el Taj Mahal en el 2004 me despedí de él. No sabía si la vida me regalaría la oportunidad de volverlo a ver así que quería guardar cada segundo de ese momento en mi recuerdo, atesorarlo, vivirlo, palparlo, sentirlo y respirarlo para que se volviera parte de mí, como un regalo invaluable de la vida. El año pasado lo visité de nuevo y fue aún más mágico. Agradecí y me despedí por segunda ocasión con lágrimas en los ojos. Se me enchina la piel de tan sólo recordarlo.
Los viajeros observan la Torre Eiffel maravillados mientras los parisinos apenas si voltean a verla. Hay tantas cosas que damos por sentado que viajar nos reconcilia con la belleza de nuestro planeta y con la belleza de la emoción humana. Nos recuerda que somos capaces de crear, de destruir y de disfrutar.
Viajar también nos pone a prueba y como si se tratara de un videojuego salimos avantes mundo a mundo haciéndonos sentir orgullosos de nosotros mismos, productivos, cultos, viajados! Ese sentimiento de satisfacción nos llena de plenitud y felicidad. Nos hemos superado.
Viajar nos acerca a lo lejano, nos pone de protagonistas de una película que hemos imaginado muchas veces pero que nada es como en el guión. No hay viaje sin el factor sorpresa, sin miedo, sin reto, sin escape, sin recompensa.
Cuando visité China por primera vez tuve la sensación de que no hay sueño imposible. Salí del metro de Shanghai proveniente del aeropuerto en la estación ubicada en el centro de la famosa calle Nanjing Road. Apenas 22 horas antes estaba en mi cama en el desierto de los leones de la Ciudad de México y ahora me encontraba rodeado de cientos de letreros de neón en letras chinas sin entender nada en el medio de Shanghai. Una ligera lluvia bañaba mi rostro y no pude evitar reír, reír fuerte! como si me acabaran de contar el mejor chiste del mundo, reí a carcajadas en el medio de la calle con cientos de extraños a mi alrededor, no me importó, estaba en China! Si yo ahora estaba en ese país tan lejano quería decir que no hay imposibles, que todas las barreras están en nuestra cabeza. Sentí lástima por aquellos que nunca han cumplido uno sólo de sus sueños porque me di cuenta que el primero es el más difícil, pero una vez cumples uno, te das cuenta que todo es posible y decides ir por el siguiente.
Viajar nos taladra las ideas, las rompe, las expande. Nos enfrenta con nuestros prejuicios y nos confronta. Siento que con cada viaje es como cuando mi computadora se actualiza, con cada aventura soy una mejor versión de mí mismo. Alan.10.0.3.
Viajar ha sido mi mejor terapia, mi mayor cachetada de humildad y el alimento más nutritivo para mi espíritu. Me hace ver mi vida y la de los demás de manera periférica, con otra visión, desde fuera, desde las alturas, desde el amor. Desde ese lugar donde nada es tan importante y lo único que cuenta es lo que tenemos ahora.
Somos felices cuando viajamos porque estamos presentes, porque queremos recordar, estar, sentir, vivir. Porque sabemos cuando viajamos que ese instante se desvanecerá y quedará sólo en el recuerdo, en una foto. Porque nos hace sentir mortales y es entonces cuando disfrutamos al máximo estar vivos. Todo viaje tiene un final, como la vida misma. No nos queda más remedio que disfrutarlo.
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