Hola bandita viajera:
En esta nueva colaboración les voy a contar sobre mi primera vez en Indonesia y de lo afortunado que fui durante mi viaje.
En dos semanas de estancia, celebré el año nuevo balinés, asistí a una boda tradicional, “turistié” en lugares fascinantes, le enseñé inglés a niños de una escuela local, reciclé botellas de plástico y ayudé a la rehabilitación de arrecifes de coral.
Es un viaje que ustedes pueden realizar también -las actividades cambian dependiendo la época del año, y pues bueno, la boda esa sí fue un evento inesperado jajaja. Al final de este artículo les dejo toda la información de Nomad Republic, la organización con la que hice este viaje con causa.
Indonesia
Este país es uno de los destinos más visitados e “instagrameados” del mundo por su naturaleza extraordinaria. Según Business Insider recibió en 2018 casi 9 millones de turistas, y algunas publicaciones especializadas en viajes como Lonely Planet colocan a este país asiático en su top 10 para este año.
Su moneda es la rupia indonesia, y un dólar americano corresponde a 14,000 aproximadamente, por lo que se sentirán “rupimillonarios” jajaja. Con el equivalente a un dólar americano te puedes comprar ¡2 botellas de un litro y medio de agua! (no compren botellas de plástico, era solo un ejemplo).
Los enchufes son de tipo “C”, como en la Comunidad Europea, y les conviene comprar una SIM de alguna compañía de telefonía móvil local para tener internet, y no depender totalmente del Wifi.
La gente es muy amable, tranquila y risueña, pero como en muchos otros países del mundo los taxistas son una clase a parte y muchas veces van a querer sacarles más dinero. Investiguen cuáles son las tarifas y negócienlas con su conductor antes de iniciar su viaje.
¿Cuál es el problema?
Existe un lado obscuro en Bali y es el gran problema de contaminación al que se enfrentan cotidianamente.
Indonesia es uno de los máximos consumidores de plásticos, y esto se ve reflejado en la cantidad de basura en sus calles, en sus playas y en sus mares.
Rara vez lo vemos en Instagram, pero el año pasado se hizo viral el video de un buzo filmando toda la basura submarina en las costas de Bali. También pueden ver el vídeo de limpieza de playas (tan necesario) de Alan en Bali con la campaña de #Desplastifícate
Afortunadamente en junio de este año (2019)
Bali se convirtió oficialmente en la primera provincia indonesia en prohibir -por ley- todas las bolsas de plástico, popotes y poliestireno de un solo uso.
¿Cómo pueden ayudar los viajeros?
Fue por el problema del plástico que decidí venir con Nomad Republic; y en lugar de realizar solamente el habitual viaje turístico, quise ver con mis propios ojos cómo los viajeros podemos contribuir a mejorar las condiciones sociales y ambientales de este lugar.
En los siguientes párrafos le cuento más sobre los proyectos en Bali.
Reciclaje de Plásticos
Las actividades comienzan con la recolección de plásticos en la calle y en la playa. Aquí se trata de involucrar a niños y adultos locales para que se den cuenta del mal que hacen al arrojar basura en su entorno. Es algo así como una clase de educación ambiental.
Después todo lo recolectado se separa y clasifica -no todos los plásticos son reciclables. Se lavan en unas tinas y se recortan en tiritas pequeñas.
Con el dinero de los viajeros que vienen al campamento -un gran ejemplo de cómo el turismo puede impactar positivamente una comunidad- compraron unas máquinas que trituran las tiras de plástico desechado y después lo funden dentro de moldes para crear materiales de construcción como bloques y mosaicos.
Conservación de Arrecife Marino
Primero se construyen esculturas de cemento en la playa. Cada quién le puede dar la forma que quiera aunque creo que nos faltó un poco de talento artístico. Mi “arrecife” estaba tan espantoso que seguramente ahuyentaría a todos los peces del océano jajaja. Lo que sí es que puedes escribir tu nombre y quedará inmortalizado en el fondo del mar.
Un par de días después, cuando las esculturas de cemento ya están secas y resistentes, se montan en las barcazas de los pescadores -con la ayuda de los otros viajeros y de los locales con los que a este punto, ya me saludaba como con mis parientes jajaja- y se tiran en aguas abiertas.
Ya entonces es el turno de los buzos de entrar en acción.
Abro paréntesis:
Básicamente los dos días anteriores tuve que aprender a bucear, primero en una alberca y después en aguas abiertas.
En Tulamben, a unos 20 minutos del campamento, existen unos arrecifes hermosos, donde lo más asombroso es el US Liberty, un barco hundido de la segunda guerra mundial que mide unos 130 metros de largo y que, tras más de 50 años de naufragio, alberga una cantidad fascinante de biodiversidad submarina. Me fascinó.
Cierro paréntesis.
La “reforestación de arrecife” consiste en sumergirte unos 6 metros donde están las esculturas de cemento (que aventamos previamente); las apilamos y finalmente hicimos colonias subacuáticas para facilitar la formación de los corales, para que se desarrolle la flora y la fauna del lugar .
Trabajar debajo del agua es como en las películas del espacio -por fin entendí por qué la gente compara a los buzos con los astronautas. Ahí en las profundidades te impulsas a través de saltos “sin gravedad”.
Aproximadamente, dos semanas después de instalar las esculturas bajo el agua, los peces comienzan a repoblar la zona.
Obviamente al concluir las actividades submarinas casi lloro cuando Dharma el instructor me entregó mi Certificado PADI Open Water Diver.
Educación a niños locales
Los niños van a la escuela en la mañana y en la tarde pueden volver a las instalaciones a realizar actividades como yoga, football, danza y muchas más.
A través de juegos aprenden a no tirar plástico en las calles o en la playa y a recogerlo y reciclarlo. También aprenden inglés de forma divertida y conviven con viajeros de todo el mundo. No hay nada mejor que eso para la apertura de mente.
Aún recuerdo nuestra primera experiencia en la escuela. No hubo ningún niño que no me sonriera o me saludara “hello, hello” o me pidiera tomarle una foto con todos sus amigos. Aquí la gente está feliz todo el tiempo y ese eso es maravillosamente contagioso.
A Pablo Campos se le ocurrió enseñarles una canción en inglés y cantar con ellos. Todo se salió de control cuando con su ukulele balinés cantó “Love yourself” de Justin Bieber. Los niños del salón se la sabían de memoria y fue tanto el furor que otros niños curiosos llegaron a asomarse por la ventana para corearla. A mí casi se me sale una lagrimita por lo conmovido de la situación jajaja (soy un ridículo). Por supuesto que Pablo se convirtió en el ídolo pop de la comunidad.
Un día antes de partir del campamento nos reunieron a todos en el patio central -éramos casi cien, entre niños indonesios y viajeros extranjeros. Bailamos varias canciones con coreografía y todo, y finalmente nos agradecieron con unas palabras (para practicar su inglés recién aprendido), un certificado de voluntariado y un hermoso collar de flores de Cempasúchil (que aquí se da todo el año).
El año nuevo balinés
El “carnaval” más importante de Bali se realiza en marzo, en las vísperas del año nuevo balinés “#Nyepi”.
Para la celebración, se construyen “demonios” gigantes -Ogoh-Ogoh- que son levantados por los pobladores y paseados por las calles, entre una delirante -pero hermosa- procesión caótica de percusiones, gritos, bailes, y motos que con todo y desfile, nunca dejan de pasar.
Fue una de esas experiencias inolvidables en las que te fundes con la alegría de la gente, con el espíritu y el clamor colectivos, y te sientes parte de ellos. Porque además nos vestimos con los trajes típicos que me hicieron parecer una mezcla entre mi tía abuela, un taquero y el genio de la lámpara mágica.
El día después, el año nuevo balinés, se conmemora el “Día del Silencio”. Entre las 6 am del jueves y las 6 am del viernes no pudimos salir del campamento (la gente no sale de sus casas, ni de sus hoteles y cierran hasta el aeropuerto). No tuvimos acceso a luz, ni Wifi, y nuestras actividades se redujeron a la relajación y la meditación. No estuvo tan mal, y al día siguiente todo volvió a la normalidad.
La boda balinesa
Ketut -el líder del proyecto en la escuela de niños y la conservación de arrecife- se casó con la bella Leony y se armaron un súper bodorrio.
Tradicionalmente durán tres días pero empaquetaron la fiesta en 24 horas, y dado que nos estábamos quedando en el campamento fuimos invitados.
Me vestí con una extraña combinación del tradicional “sarong” ( una falta de colores) y mi ropa occidental -que perdí porque en la noche se me hizo una genial idea nadar desnudo en el mar y pues no sé dónde dejé la ropa ni mis tenis jajaja.
Comida abundante, una sobredosis de colores y olores, y mucha felicidad en la cara de niños, contemporáneos y ancianos, cubiertos del nebuloso humo del incienso. Hubo una primera ceremonia cerca del campamento, luego desfilamos por el pueblo hasta la casa de la esposa para regalarle ofrendas a su familia (básicamente les pedimos permiso de matrimonio a cambio de toneladas de comida y flores) y finalmente volvimos al lugar de inicio para el gran banquete, las Bintangs (chelas indonesias) y la música en vivo. Obviamente como buen tío borracho me subí a cantar una bonita melodía con el Pablo. Fue hermoso.
En fin, fue una experiencia memorable que me guardaré por siempre en el corazón. La fiesta continuó hasta la madrugada, y yo me quedé esperando el pozole y los chilaquiles.
El fin de Semana en Ubud
Durante los viajes con causa de Nomad Republic se realizan las actividades de turismo regenerativo de lunes a viernes y los fines de semana son libres, así que tomamos la decisión de irnos a Ubud hasta el domingo.
Un taxi medio pirata, pero de confianza nos condujo durante dos horas -entre curvas irreales, un camino de “doble carril” que en realidad es de uno, y las omnipresentes motos avisperas- hasta nuestro destino final.
A mitad del recorrido nos detuvimos a comprar unas “papitas” indonesias con sus sabores locales: hay una que sabe a algas (sin la “n”). También muchas cosas en el idioma local suenan a albur o a cosas muy chistosas -hay una salsa roja que se llama “pedas” jajaja.
En fin, en Ubud nos instalamos en el Arik’s Homestay y partimos a conocer las dos construcciones más importantes de la ciudad sobre la avenida “Raya Ubud”. El Puri Saren Agung o Ubud Palace, que fuera la residencia oficial de la familia real cuenta con unas estatuas de piedra y puertas doradas fascinantes. “Ese que ven ahí sentado, todo desalineado, es el príncipe heredero de Ubud” Nos dijo Santiago, y nunca entendí si era verdad o una broma.
El segundo templo, que alguien lo definió muy graciosamente como el patio real del “Starbucks” -por que justo en la entrada hay una cafetería- me voló la cabeza. El Pura Taman Saraswati, un templo hinduista-balinés, tiene un mágico estanque de flores de loto y un jardín acuático que reflejan el cielo y su imponente muro “Aling-Aling” que sirve para desorientar a los demonios -y a uno que otro turista jajaja.
Abrumado con tanta belleza, visitamos el mercado de arte de Ubud, y luego, empujados por el hambre, nos fuimos por una particular hamburguesa (nos urgía algo occidental) que viene completamente sellada y la tienes que abrir con unas tijeras jajaja.
Al día siguiente fue muy interesante ver despertar la ciudad de Ubud, con los primeros inciensos matutinos y las primeras ofrendas en la entrada de las casas en lo que parece “el buzón de los dioses”.
Desayunamos todos juntos en la terraza del hostal, un plato de varias frutas y otro plato con cosas desconocidas que sabían muy raro -aún así me las comí todas jajaja.
Cerca de medio día, me fui con Fox a hacer un hiking -Campuhan Ridge Walk- que describían en internet como el más “instagrameable” de Ubud; la realidad es que no es nada extraordinario a menos que lleves un drone y lo vueles sobre las plantaciones inundadas de arroz; y ahí sí, tienes una vista maravillosa de las encantadoras colinas balinesas.
Bajo un sol abrasador -no me eché bloqueador, y nuevamente se me quemó la pelona- caminamos de regreso al centro para comer con los demás, esta vez en un restaurante de comida tradicional indonesia: Spice.
Al terminar, rentamos unos scooters -por menos de 5 dólares el día- y nos dirigimos al Santuario de Monos del Bosque Mágico, un templo de piedra -con su pátina verde de limo- en medio de árboles y lianas. Aquí habitan cientos de monos, los propietarios legítimos del lugar, que reciben todos los días con indiferencia a los curiosos turistas sin siquiera inmutarse. Ellos pasean, se alimentan, se acicalan las pulgas y se balancean por las ramas, sin notar o preocuparse por la presencia humana.
“Cómo alguien puede negar que sean nuestros parientes en la historia evolutiva” reflexionaba Fox mientras les tomaba fotos con un lente que parecía más bien un telescopio.
Salimos de ahí cerca del atardecer y después de tomarnos una cerveza volvimos al hostal a descansar.
Último día en Ubud. No hubo necesidad de poner la alarma. Nuestro ventilador sonaba como una jaula de cientos de periquitos australianos histéricos, y eso nos despertó a las 5 de la mañana. Fox y yo, nos montamos en nuestro scooter para ir a cazar el amanecer a las Terrazas de Arroz de Tegalalang.
La vista aérea con el drone nos permitió apreciar mucho mejor la belleza del cielo, que se incendió de rojo como si el Monte Batur -un volcán activo por cierto- hubiese hecho erupción sobre las nubes. Cuando se despejó el cielo por completo, decidimos recorrer los arrozales de arriba a abajo.
Tuvimos la fortuna de encontrar algunos locales, muy ancianos por cierto -de unos mil años les calculo- trasladarse por aquellas colinas con una destreza fascinante como cabras de monte balinesas, y trabajando con esmero en aquellos campos inundados, cortando la hierba larga o recolectando sus cereales.
Estuvimos allí un rato admirando el ingenio de los indonesios para crear aquellas terrazas y aprovechar el terreno, y cuando nos cansamos de tanta contemplación, volvimos al centro de Ubud.
Pasaron a recogernos a eso de las 4pm a nuestro hostal, para llevarnos de vuelta a Tianyar. Santiago, el director de Nomad Republic decidió cambiar la ruta más eficiente, por la más panorámica, poniendo a prueba a nuestro joven chofer en algunas de las curvas más inclinadas que he conocido en mi vida.
A un cierto punto, la van se le apagó al conductor en algo que más que subida, parecía un muro vertical, y nos quedamos ahí, varados, porque el motor se dio por vencido. Tuvieron que llegar unos lugareños, que amablemente, nos llevaron hasta la cima de aquella colina interminable en la batea de su camioneta, junto a varios sacos de apestosa cebolla y un par de niños risueños con ojos terraplanistas. Al final, después de casi tres horas, logramos volver al campamento.
El fin del viaje
Mi último día y medio en Indonesia me la pasé descansando en una hermosa Villa que encontré en “Jl. Pantai Batu Bolong” la avenida principal de Canggu, una de las capitales surfistas de la isla y que queda a tan solo 1 hora del aeropuerto internacional de Bali.
En la noche salí a darlo todo en la playa hasta que mi cuerpo se dio por vencido, y al día siguiente antes de partir Fox y yo nos la pasamos haciendo “home office” en el recomendadísimo Deus Ex Machina (The Temple).
El vuelo de regreso fue eterno, Bali-Sidney (ya puedo decir que estuve en Oceanía jaja) Sidney-Los Ángeles- Ciudad de México. Casi dos días de travesía aérea.
Los souvenirs más importantes
Este viaje fue muy revelador, porque me permitió conocer a fondo una Indonesia rica de cultura, espiritualidad, sonrisas, pero también un país con un serio problema de basura.
Contribuir al mejoramiento de las condiciones ambientales y sociales, fue el objetivo de este viaje y espero que en los próximos meses mucha gente se una a esta nueva tribu de viajeros con causa, que no solamente busque retratar lo más instagrameable (que está muy bien) sino que respete y aporte al destino local.
Si estás interesado en realizar alguno de estos viajes, u otros proyectos de turismo regenerativo, visita la página de Nomad Republic.