Por: Lizbeth Karina Juárez Villada
–“¿No te da miedo viajar sola?”– La primera vez que viajé sola, no me dio miedo, ¡ME DIO PÁNICO!
–“Pero es muy lejos y ¿si te pasa algo?, no podrás hacer nada.”– Hay personas que te dan motivos para no viajar sola, proyectándote sus miedos, pero ojo: SON SUS MIEDOS, NO LOS TUYOS.
Claro que los peligros existen; están aquí, allá, a la vuelta de tu casa y en cualquier otro lado. Bien sabemos que en el mundo hay gente mala pero también gente buena, muy buena. La vida está llena de personas bonitas, de sonrisas sinceras y de manos de amor; pero la incertidumbre se apodera de nosotros y pensamos en las mil cosas malas que pueden sucedernos y no pensamos en las otras miles de cosas buenas que también pueden pasar.
He viajado sola en México y acompañada al extranjero, pero viajar sola al extranjero era una cuenta pendiente en mi vida y decidí saldarla. Decidí irme sola, aunque cargaba mil miedos y dudas en la mochila; tuve que despedirme de ellos, de mis inseguridades, límites y zona de confort para descubrir que me gusta enfrentar los cambios, los inicios y los finales. Tengo tantos miedos como ganas de recorrer el mundo.
La valentía empezó desde que tomé mi mochila y decidí explorar el mundo para vivir una aventura en Perú. Perú es algo más que una localización geográfica, es la casa del sol y la luna, de la lluvia, la alegría y la magia; una mezcla de cultura y agua.
Hubo momentos en los que me pregunté “¿qué hago aquí? ¡y sola!” Tener miedo es normal y hasta necesario, pero hay que sabernos manejar, tener sentido común, estar atentos y observar actitudes.
Un guía claramente me dijo: “es que nunca vienen mujeres solas”, pero ahí estaba yo, con mi mochila a cuestas, impertérrita a mis sueños y la felicidad brotando por los poros, ¡orgullosamente sola!
Despertar en soledad en un pueblo extraño, es una de las sensaciones más placenteras de este mundo. Aparte, jamás conocerás más gente que cuando viajas sola. Aunque sola es un decir, en el camino me crucé con personas mágicas que hicieron de mi viaje algo inolvidable. Viajé sola pero nunca lo estuve. Agradezco esos encuentros que me dieron amigos de diferentes nacionalidades y las familias que me acogieron como un integrante más.
Al ser una chica que viaja sola, la gente no ve en ti un peligro y tuve el apoyo desde las mujeres más jóvenes, hasta hombres mayores, la gente se me acercaba e intentaba cuidarme. Estuve más receptiva ante el mundo que me resultó más fácil conocer personas porque viajar sola te obliga a perderte, a preguntar, a hablar y a sonreír.
Algunos amigos me dijeron que al viajar así te enamoras y sí, me enamoré del lugar, de la gente, de la comida, pero ellos no se referían a eso y ¡sorpresa!, también de un argentino que me dejó un bonito recuerdo.
No me cansaré de decir que ¡Ser mexicana es una chingonería! y he de confesar que portar la bandera de México, me hizo un poco más amables las cosas. En Machu Picchu, los guías observaron que estaba un poco desorientada porque no encontraba a mi guía, al menos 3 se ofrecieron a llevarme al recorrido y sin costo alguno, sólo por el hecho de ser mexicana.
Lo único malo de viajar, es tener que regresar, pero regresé a casa con nuevas alas y nuevos bríos, con más coraje y más amor. Sobre todo eso, MUCHO AMOR. Regresé a México con el alma llena de cosas buenas, con la sonrisa en la cara, la gratitud en las manos y un “será un placer volver a encontrarnos” en la mochila.
Hay un antes y un después de un viaje a solas. Aquella tarde de febrero no descubrí Perú, descubrí en mí la mejor de las compañías. Hoy soy más fuerte, hoy soy más febrero que nunca.
Viajar sola me convirtió en alguien más reflexiva y menos consumista; más implicada en causas vitales, menos desenfadada y más agradecida, menos apresurada y más renovada. En este viaje crecí, soñé, lloré, cumplí sueños, reí, bailé, disfruté, amé y descubrí cosas de mí misma que jamás creí posibles.
Viajar sola me hizo valorar lo que tengo y darme cuenta de lo afortunada que soy por ser tan querida y saber que cuando regrese, habrá mucha gente contenta por volver a verme.
Somos muchas mujeres que preferimos agarrar una mochila, salir a descubrir el mundo y hacer amigos en el camino en vez de esperar a que alguien llegue para enseñárnoslo.
Y sí, viajar solas es peligroso para nosotras porque de lo bien que lo pasas, corres el riesgo de querer hacerlo para siempre.
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