Texto: Armando Cerra
Fotos: Mónica Grimal
Vivimos en una ciudad española a medio camino entre Madrid y Barcelona. De manera que cada vez que vamos a emprender algún viaje un poquito largo, tenemos que hacer 300 kilómetros hasta el aeropuerto madrileño o bien recorrer la misma distancia hasta las terminales de El Prat junto a la capital catalana.
¿Cuál es mejor? Los dos son tan impersonales como cualquier otro aeropuerto del mundo. Pero el de Barajas-Madrid es gigantesco. O sea que ofrece la ventaja de poder volar a infinidad de destinos, pero a cambio es un aeropuerto capaz de agotar a cualquiera. Por el contrario, el de Barcelona, aún teniendo muchos vuelos en sus pantallas es más reducido y algo más acogedor. Así que lo preferimos. Aunque eso suponga a veces tener que embarcar a primera hora de la mañana y por lo tanto hacer noche en Barcelona.
Eso nos ha ocurrido esta vez. Y para aprovechar un poco más el viaje, decidimos pasar la tarde en la ciudad catalana. Unas horas en Barcelona nunca son tiempo perdido. O sí. Según se vea. Porque en esta ocasión vamos allí sin objetivos premeditados. Sencillamente a pasar la tarde callejeando.
Hay opciones para todos los gustos y bolsillos. Por ejemplo darse un buen paseo por las amplias aceras del Paseo de Gracia, repleto de tiendas de alta gama situadas bajo las casas más emblemáticas de la arquitectura modernista. Aunque si lo que se busca la joya por antonomasia del Modernismo y de un genio como Antoni Gaudí, entonces hay que caminar hasta el templo de la Sagrada Familia. Un monumento que nunca cansa, ya que está en permanente cambio, en una construcción perpetua que ya dura más de 100 años.
Otra posibilidad es acercarse a orillas del mar y recorrer las distintas playas de Barcelona, que van desde el tradicional barrio de la Barceloneta hasta los modernos edificios del Poble Nou. Ese plan nunca falla, ya que es la mejor manera de sentir la esencia mediterránea de la ciudad.
Sin embargo, hoy nosotros no vamos a hacerlo. Ni recorreremos las famosas Ramblas, ni entraremos al Mercado de la Boquería, ni subiremos a Montjuic, ni visitaremos ningún museo, tan variados que van desde el arte más vanguardista del MOCO hasta la antigüedad del Egipcio, pasando por museos como el Marítimo, el CosmoCaixa dedicado a la ciencia, el Disseny Hub centrado en el diseño o el Museo Erótico. Lo dicho para todos los gustos y caprichos.
Esta tarde nosotros simplemente caminamos por la parte más antigua de la ciudad. Y para eso no hay mejor inicio que el mercado del Born. Aquí, bajo el edificio de hierro que se construyó para ser un espacio comercial, hoy ya no hay puestos de comida, sino las excavaciones arqueológicas que cuentan la vida desde tiempos de los romanos.
Y tras eso, a callejear por el Barrio Gótico, o sea, la ciudad medieval. Pero sin fijarnos tanto en los monumentos que hay aquí y allá. Dejamos que durante la caminata aparezcan esos colosos con siglos de historia como la Catedral de Santa Eulalia, los palacios de la plaza Sant Jaume, el Portal del Ángel o la Basílica de Santa María del Pi. Pero nos interesan más los detalles y fotografiar cosas curiosas.
Por ejemplo, los atuendos que luce la gente venida de cualquier rincón del planeta. Algunos con ropas tan personales que rozan lo estrafalario, pero por suerte cada uno puede vestir como le venga en gana. De hecho, a eso animan la infinidad de tiendas que hay por estas calles y callejas. Por cierto, cuando caminéis por aquí fijaros en los nombres de estas vías. Si llegáis a una llamada “Carrer d’Avinyó” pararos un momento, porque en esta calle y en sus prostíbulos de antaño se inspiró Picasso para pintar Las señoritas de Aviñón, su primera obra cubista.
En definitiva que el reloj avanza rápido y cae la tarde. Hemos pasado por la plaza Real. Hemos visto el fantasioso Puente del Obispo que parece una filigrana medieval, pero que no tiene ni un siglo de antiguo. Hemos fotografiado un sinfín de escaparates y gentes. Hasta hemos llegado a uno de los rincones más románticos de Barcelona. ¡Imprescindible para parejas!
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Es el Mural del Beso. En realidad es un fotomosaico titulado “El mundo nace en cada beso”. Una propuesta artística del fotógrafo Joan Fontcuberta que invitó a los ciudadanos de Barcelona a ceder sus fotos para que el compusiera la sensual imagen de dos labios besándose.
Con ese buen sabor de boca (nunca mejor dicho) acaba nuestro paseo, pero antes hay que tomar algo. Así que nos acercamos a un restaurante desbordante de sabores típicos y también de historia. Es Els 4 Gats. En este local se juntaban los artistas del Modernismo a finales del siglo XIX. Un local que todavía guarda la decoración de entonces y algunas obras carismáticas como el cuadro del Tándem que preside la barra del bar.
Una vez recuperadas las fuerzas ya solo queda un último paseo hasta el hotel W Barcelona. Donde vamos a pasar la noche a orillas del mar y con vistas a toda la ciudad. Pero de ese hotelazo y también del vuelo que tomaremos mañana temprano, tal vez os hablemos en otra ocasión.
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