Por: Thomas Arango López
Después de haber estado recorriendo Ámsterdam y otros lugares de los Países Bajos el día anterior, decidí visitar uno de los lugares más hermosos y típicos de Holanda; Volendam un pueblo pesquero un poco al norte de Ámsterdam, más o menos a cuarenta y cinco minutos, a la cual es muy fácil llegar desde la estación central de Ámsterdam.
Desde mi salida de la estación, en uno de los autobuses del muy organizado sistema de transporte de este país, empecé a observar los vastos y planos territorios de los Países Bajos, llenos de pequeñas granjas y adorables molinos con pequeños canales y algunos animales alrededor, fue un trayecto maravilloso y muy rápido hasta que empecé a observar varias casitas de madera y toda una villa organizada, era un lugar precioso.
Desde que puse mi pie en este territorio ya sentía ansias de recorrerlo y conocerlo; me fui introduciendo cada vez más y veía toda la cultura y naturalidad de este lugar, mercados de todo tipo de queso, desde grandes tamaños, raros colores y extraños sabores, algo diferente que yo nunca había visto en mi país; pero esto no era todo, seguí caminando y llegué a la panorámica más hermosa de este pueblo pesquero donde se podía ver la inmensidad del mar azul.
En dicho momento estaba ahí en el puerto más adorable y perfecto que mis ojos podían contemplar, lleno de colores, bicicletas y vendedores vestidos con el traje típico neerlandés, todo se veía maravilloso, era el día a día en este lugar, a pesar de que era muy recurrido y turístico, pero sin parar más seguí andando y fijándome en cada una de las tiendas de queso, souvenirs, suecos de madera y demás; andaba de un lado a otro y me sentía encantado con todo lo que veía, hasta llegar al punto en que me enteré de que había un museo del queso y todo su proceso.
Entré y me sentí encantado con todo el trabajo que implica y el esfuerzo que antes realizaban los campesinos neerlandeses; los minutos pasaban sin detenerse y yo no quería salir de este lugar, caminaba y caminaba, y cosas nuevas encontraba, llegué a probarme varios tipos de suecos, con molinos, con tulipanes, con escudos y otros, un poco caros debo afirmar, pero tan bello trabajo que no se puede esperar menos. Probé de sus deliciosos wafles y todo lo relacionado al queso, pero de tantas muestras ya me sentía repleto.
Finalmente, era de esperar que en tan apartado y mágico lugar hubiera uno de los más bellos atardeceres del mundo, el sol cayendo sobre las rocas del puerto, rozando delicadamente la fría y azul agua, pero nada mejor planeado que yo pudiera verlo desde una banca en la orilla, y poder ser testigo de tan precioso suceso.
La combinación de toda la arquitectura, los colores las personas, la deliciosa comida y el ritmo de este tranquilo y perfecto lugar me hizo disfrutar una velada maravillosa.
No hay nada mejor que en un viaje mezclarse, juntarse y entender la cultura del lugar que uno visita, no solo ser un turista que mira y observa por encima los monumentos, sino dejarse encantar por los pequeños detalles de cada lugar, y entender lo que significa observando la vida de los habitantes, sus tradiciones y forma de ser.
Los Países Bajos más que ser una tierra llena de libertad y tolerancia, es un lugar para disfrutar de su historia, su cultura, sus tradiciones, su vida común y observar que la gente no vive para trabajar, sino que trabaja para vivir, sin importar la edad, credo, gusto, y demás. Una cultura para aprender.