Crónica de dos aventureros en búsqueda del destino más inhóspito del mapa.
Las personas pueden compartir muchas cosas: gustos, pasiones, momentos, ideologías, proyectos y hasta sueños. Más allá de los vínculos, de los lugares o las situaciones, siempre existe ese punto de encuentro que nos acerca y nos une.
Eso es lo que nos pasó a nosotros; dos personas que, sin conocerse y a cientos de kilómetros, compartíamos un mismo sueño: Conocer el continente más virgen del planeta. Conocer La Antártida.
Sólo conocerlo no nos era suficiente. Ambos deseábamos vivir la experiencia completa y al máximo posible, queríamos pasar 365 noches, como mínimo, en uno de los lugares más recónditos del mapa. Este anhelo parecía lejano e imposible, la Antártida sólo puede ser habitada con fines científicos y el (escaso) turismo es inimaginablemente costoso y de muy poca duración.
Teníamos una única posibilidad: postularnos para trabajar como técnicos científicos para una Institución estatal Argentina que se dedica a realizar estudios en el continente blanco.
Justamente ahí, en ese proceso de selección y capacitación, es donde nuestros caminos se cruzaron y nos vimos por primera vez cara a cara. Dos personas totalmente diferentes, pero con la ilusión de abrazar el mismo sueño. Ese fue nuestro punto de partida para dar los primeros pasos hacia la inmensa Antártida. Ahí comenzaba a concretarse nuestro sueño.
Tras meses de entrevistas, reuniones, estudios, capacitaciones y espera interminable, llegó el gran día. Con nervios, miedos, ilusiones y toda la adrenalina acumulada, el 18 de diciembre de 2016 pisamos por última vez nuestro continente americano para viajar hacia al punto más austral del planeta.
Llegar a lo que sería nuestro hogar por 12 intensos meses no fue nada fácil. No podía ser de otra manera, claro. ¡Íbamos a ir a la Antártida! Lo primero que tuvimos que hacer es ir al extremo más al sur de nuestro país, Ushuaia. Allí, comenzamos a vivir la aventura a bordo de un avión Iyushin Il-76 hasta un campamento intermedio sobre un glaciar antártico. En ese lugar, nos esperaba otro avión, un Basler BT-67 que nos acercó a nuestro nuevo “home cold home” (sic)
Base Belgrano II: Nuestra casa.
Desde diciembre estamos acá, en nuestro nuevo hogar: La Base Belgrano II. Por si alguno nos quiere visitar, está ubicado en las coordenadas 77°52’S 34°37’W, pero les adelantamos que el street view no llega. Les aseguramos que, aún con el mejor GPS del mercado se perderían, la inmensidad de la nada misma es inexplicable y hasta abrumadora.
Esta es la base más austral que posee Argentina, a 2884km de Ushuaia y a 1300km del polo sur. Si mañana nos despertáramos y quisiéramos irnos a ver a nuestras familias, simplemente no podríamos. Una vez que llegas es imposible volver por motus propio. Por las condiciones climáticas y geográficas solamente se puede acceder una vez al año. 12 meses aislados de cualquier contacto físico con la civilización. Excepto, claro, los que coexistimos acá. Tan solo 21 vecinos.
Una de las características más relevante sobre nuestro “vecindario”, es que se encuentra sobre un afloramiento rocoso llamado Nunatak Bertrab (de ahí nuestro nombre) y rodeado de un mar de grietas sobre glaciares. Un paisaje único y privilegiado.
Estos glaciares, además, son nuestros “dispensers” de agua potable: de allí obtenemos el hielo para llevarlo a su estado líquido y poder tener agua. No hay otra forma de obtenerla, las temperaturas son tan bajas que asusta solo escribirlas y ni siquiera contamos con lluvia. Si algún viajero busca un destino que sea sin precipitaciones todo el año, éste es el único lugar donde van a conseguirlo.
Localidades agotadas.
El espectáculo “estrella” de este lugar son sus días y noches polares. Días 24 horas, donde el sol gira sobre nuestras cabezas por 4 meses, y noches de 24 horas que nos hacen extrañarlo por otros 120 días.
No se asusten, la “noche polar” no es tan nostálgica y tenebrosa, todo lo contrario. La ausencia de sol es compensada (y con creces) con fenómenos únicos y maravillosos: las auroras australes. Un show mágico y único que nos eligió como sus espectadores de lujo. Una entrada VIP para ver en primer asiento un cielo que pareciera pintado por el artista más delirante y maravilloso de la historia.
Y eso no es todo. Ni hablar de las estrellas. Verlas desde acá es como conocer otra galaxia. Miles de destellos brillando a la par en otro espectáculo que solo en esta plaza está disponible.
Las agresivas temperaturas son otro detalle. Vivimos un mínimo de -38°C y una térmica de -52°C. Si, leyeron bien: -52°C. Sin contar el viento; unas “brisas” de 200 km/h aproximadamente. Ahora mismo, mientras escribimos esto nos damos cuenta de lo atrás que dejamos la ciudad y los grandes rascacielos. 200 km/h, ¡¡que locura!!
Pero a pesar de que parece una tortura y hasta ridículo, les aseguramos que es una aventura maravillosa y un desafío constante: temperaturas extremas, fenómenos únicos, casi sin civilización y un aislamiento que te abruma y te calma a la vez.
Sonará cursi, pero estamos totalmente enamorados de este lugar. Nuestro lugar. Nuestro sueño hecho realidad.
Carlos y Nahuel.
Nunatakianos es nuestra bitácora de viajes. Nos acompañó durante estos 12 meses y lo hará en nuestro próximo destino: el sudeste asiático. El cual planeamos en nuestros momentos libres, junto a los videos de Alan por el mundo que cuestan tanto conseguir por el limitado acceso a internet que disponemos, ¡de tan solo 380kbps para 21 personas!.