Bandita, a finales del 2021 realicé un un viaje de realismo mágico a Colombia por primera vez. Aquí les dejo una crónica de lo que fue conocer Bogotá, Santa Marta y La Guajira.
Día 1. La llegada.
Mi gran amigo Cope Amezcua y yo aterrizamos en la dorada Bogotá por la tarde y nos dirigimos directamente al hotel para hacer check in y dejar las maletas. Nos hospedamos una noche en el estiloso Embassy Suites Bogotá ubicado en el bonito Barrio Rosales -localidad de Chapinero- a las faldas de los cerros orientales de la ciudad.
En la noche fuimos a conocer un célebre lugar, muy popular entre los locales y los turistas; se llama Andrés Carne de Res DC. Es un edificio completo, inspirado en la Divina Comedia de Dante Alighieri por lo que cada piso -respectivamente- representa el cielo, el purgatorio y el infierno, donde nos tocó estar a nosotros – qué suculento pecado.
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Además de la decoración barroca, llena de simbolismos (las mariposas amarillas claramente hacen alusión a los Cien Años de Soledad de García Márquez) se realizan performances artísticas todo el tiempo. La comida, por cierto, es deliciosa y fue nuestro primer acercamiento a la gastronomía colombiana: ¡Mis primeras arepas de la vida!
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Después de un par de tragos y cervezas (probamos la Club Colombia y la Poker) , nos fuimos a guardar temprano al hotel porque estábamos exhaustos por la desmadrugada y porque se comenzaba temprano con el paseo al otro día.
Día 2. Bogotá.
Amanecimos con mucha hambre, o como dicen por acá, “con un filo que si me agacho me corto” jajaja. Así que fuimos a un mercado que ya era histórico, pero que Netflix y su especial de street food, lo volvió aún más célebre, y es La Plaza Mercado de la Perseverancia.
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Aquí probamos varios platillos de diferentes regiones de Colombia y continuamos nuestra ruta hasta Plaza de la Concordia. Desde aquí comenzamos a caminar por las calles del Barrio de la Candelaria -el vibrante centro de la ciudad- admirando el street art en muchas de sus paredes, de artistas urbanos famosos como Guache, Dj Lu, Carlos Trilleras y otros.
También visitamos algunas plazas y callejones -probamos la afrodisíaca hormiga culona- y anduvimos caminando por sus empedrados -algunos muy empinados- viendo solamente por fuera la biblioteca, algunos museos, centros culturales, pero sobre todo las casonas coloniales y de lejos sus infinitas universidades.
Nuestra última parada fue en el corazón de Bogotá, la Plaza Bolívar donde se concentran los poderes del estado y por supuesto la Iglesia. Este “Zocalito” está resguardado por imponentes edificios de diferentes estilos arquitectónicos, y por cientos de palomas que aguardan ser alimentadas por los turistas.
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Nuestro guía Daniel Vanegas es muy “bacano”, así que búsquenlo en su próxima visita.
Al terminar el tour, volvimos al hotel a recoger las maletas y partimos rumbo al aeropuerto El Dorado para dirigirnos a nuestro próximo destino.
Día 3. Santa Marta y Parque Nacional Tayrona.
Despertamos en una nueva ciudad -Santa Marta- en el Departamento del Magdalena. Santa Marta es la ciudad más antigua del país, y en el barrio donde nos hospedamos se aprecia la antigüedad en la pátina de los edificios, plazas, calles y casas.
El hotel se llama Hotel Boutique Don Pepe y es una casona recuperada donde por cierto se grabó el inicio del vídeo “La Bicicleta” de Carlos Vives y Shakira.
A primera hora se puede ver gente en bicicleta, los carritos de tinto (café) y de “Minutos” para el celular. Desayunamos en el Alfaix Naranja: arepitas, cayeye y por supuesto su típico jugo de naranja; y nos trasladamos hasta la Marítima para tomar una lancha en el muelle.
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Después de unos minutos entramos -por mar- al Parque Nacional Tayrona uno de los más importantes de Colombia, y tras 40 minutos de saeta sobre las olas llegamos a una hermosa bahía para naufragar voluntariamente en Playa Cinto.
La tranquilidad de este lugar es absoluta y contagiosa, así que nos votamos en una terraza, a mecernos en unas hamacas y a tomar “polas” (cerveza) Águila, y otras chelas artesanales.
Después llegó la hora de comer el tradicional sancocho costeño, unos pinchos de camarón y hasta langosta capturada el día anterior.
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Antes de partir nos metimos en el mar a esnorquelear; por las lluvias el agua estaba algo turbia pero aún así pudimos admirar sus bellos arrecifes. De vuelta observamos un par de playas más desde la embarcación y un gris atardecer ruborizado nos acompañó de regreso a tierra firme.
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Con la noche encima volvimos al hotel y luego nos fuimos a cenar al Restaurante Guasimo una cena inolvidable de 6 tiempos con mariscos, pescado e influencia de La Guajira ¡Extraordinario! Ya en el hotel, la dicha -y el cansancio- fueron los mejores somníferos.
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Día 4. Montes de Oca y Albania.
Dejamos atrás Santa Marta y el Departamento de Magdalena para irnos más al oriente, al final de la cordillera andina y al inicio del desierto caribeño: La Guajira.
Después de varias horas de carretera por fin logramos llegar a la Reserva Natural Montes de Oca para hacer un poco de senderismo; caminamos sobre unas baldosas de cemento y moho que cubrían un riachuelo, y después empezamos a caminar cuesta arriba entre la maleza, a un costado del río montañoso hasta llegar a unas pequeñas cascadas y pozas de agua azul turquesa.
Aquí nos dimos un chapuzón compartiendo la piscina natural con algunos niños locales que jugaban saltando desde las rocas.
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De vuelta al auto, y con el anochecer encima, fuimos a una ranchería -La Horqueta- perteneciente a una comunidad wayuu (una etnia indígena de la guajira).
A través de las mujeres y los niños y niñas de esta ranchería nos mostraron su música, sus bailes, su comida y sus artesanías tradicionales. Fue una experiencia única en la que pudimos aprender y conectar con los guardianes originales de estas tierras.
Finalmente no fuimos a nuestro hotel, cerca del pueblo de Albania; se llama Hotel Waya Guajira y de primera instancia se veía como un lugar chevere y cómodo para pasar la noche. En la mañana durante el desayuno ya lo pude apreciar bien y sí, efectivamente, es un gran lugar para hospedarse en la región.
Día 5. La Guajira y Cabo de la Vela.
Cambiamos las camionetas convencionales por unas 4×4 y emprendimos nuestro viaje rumbo al norte. La carretera poco a poco fue volviéndose más agreste hasta convertirse en unas líneas perdidas sobre el desierto.
Comenzamos a ver chozas Wayuu entre los árboles de sombra y niños que corrían hacia nosotros como un oasis.
Fue así que llegamos a Jarrinapi en Cabo de la Vela; unas lindas cabañas a pocos metros de la playa, donde pasaríamos la noche. El contraste del agua de tonos azules -claros y oscuros- con el desierto me recuerda a la Baja Mexicana; es sin duda un lugar místico lleno de belleza natural.
Nuestros guías del día fueron Élida y el pequeño Víctor, ella se dedica al turismo comunitario y el chico a estudiar por la mañana y a la ranchería familiar por la tarde.
Con ellos fuimos a algunos de sus lugares sagrados – como un Ojo de Agua que al sumergirte predice lo que te queda de vida; el faro desde donde se puede ver una panorámica del desierto y del Mar Caribe; una pequeña playa y una cueva, que es el pasaje entre la primera vida y la segunda vida dentro de la espiritualidad Wayuu; y finalmente fuimos al Cerro Kamaichi (o Pilón de Azúcar) a ver el atardecer.
Unas escaleras te llevan a un archipiélago de rocas sobre la arena rojiza, donde te puedes sentar a contemplar la puesta del sol. Fue breve pero hermoso y la mejor manera para concluir el día.
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En su visita por Cabo de la Vela busquen Ranchería Cultural Ipotshiru y antes de irse a rumbear hagan un tour cultural con ellos, para aprender sus tradiciones y sus conocimientos ancestrales.
Día 6. Taironaka y Playa Palomino.
Despedimos el sol de Cabo de la Vela con un buenos días y partimos rumbo a nuestro último destino.
A la mitad del camino nos detuvimos en Riohacha, la capital de La Guajira, a caminar entre las altas palmeras y a ver algunas de las artesanías que venden en el paseo costero.
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Después continuamos hasta otro resguardo indígena Katanzama -esta vez arhuaco- y nos disponíamos a dar un recorrido por su comunidad para aprender más sobre su cultura, sus tradiciones y su preciado cacao. Sin embargo, ese día tenían una reunión importante, una ceremonia espiritual que duraría varias horas y el Mamo (o Mamu) -la expresión máxima de sabiduría- se disculpó pero nos mandó a decir que sería imposible recibirnos.
Fue así que uno de ellos, nos habló por unos minutos de su conexión con el entorno: “La naturaleza no nos pertenece; nosotros le pertenecemos a ella” y por ende hay que respetarla y conservarla.
Después continuamos hasta un asentamiento arqueológico -Taironaka- y comimos un sancocho de pollo y costilla.
Para terminar el día -y el viaje- abordamos una lancha que nos llevó ribera abajo hasta su propia desembocadura en Playa Palomino. El atardecer marcó el final de esta historia y nos habríamos quedado más tiempo pero los mosquitos salvajes se encargaron de concluir de golpe -o más bien de piquete- la ceremonia.
Al volver por el río, la fortuna nos guiñó el ojo, y encontramos a unos lugareños jugando Tejo -el deporte nacional- escuchando rancheras y bebiendo cerveza.
Al otro día volamos de Santa Marta a Bogotá, y después finalmente a la Ciudad de México. Mientras escribo esto me tomo un café “Kogi” colombiano y solamente quiero decir que el viaje estuvo tan bonito, entre la calidez de su gente, la espiritualidad de sus indígenas, la magia de su comida, la historia de sus ciudades y la majestuosidad de sus paisajes, que todo pareció haber sido escrito por Gabriel García Márquez.
Hasta pronto Colombia, usted es la más chévere, la más chimba y la más bacana. Gracias por todo.
Para más información sobre los destinos y sobre turismo en Colombia visiten: https://www.instagram.com/marcapaiscolombia/