A mediados de abril, mi primo Arturo (@imjustafox) y yo recibimos un mail que nos cambiaría la vida.
“Os queremos invitar a Cataluña 10 días como parte de una campaña de promoción turística”.
Intercambio de mails, entrevistas por Skype, arreglar asuntos pendientes; el 9 de mayo estábamos sentados en un avión de Iberia rumbo a Barcelona.
#Catalunyaexperiencetv3 es un programa documental de 12 episodios que se estrena el próximo 30 de septiembre en TV3, en colaboración con la “Agència Catalana de Turisme”, y que podrá ser vista por retransmisión en todo el mundo en su página oficial.
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Los protagonistas de cada episodio son bloggers, instagrammers, escritores y hasta una familia, provenientes de 5 continentes y países diferentes como Sudáfrica, Reino Unido, Francia, Australia, Polonia e Indonesia.
“Vosotros representaréis a México y en sí a toda Latinoamérica, sois de hecho los únicos hispanoparlantes de toda la serie”.
En el aeropuerto de Barcelona, Ivana (la conductora, amiga) nos recibió junto con todo el equipo de producción: camarógrafos, el productor, el director, el guionista, todos; personas magníficas que nos acompañarían durante una semana completa en nuestra experiencia catalana.
Nuestro primer destino: Girona
“Se pronuncia Yirona, no Jirona”. Me corrigió súbito Ivana.
Llegamos justo en la temporada de Temps de Flors, una exposición anual de flores que se celebra en esta ciudad desde 1954.
La primera parada fue en el Pont de Peixateries Velles (pescaderías viejas en castellano) diseñado y construído por el estudio arquitectónico de Gustave Eiffel. “¡Vaya que mola!”. “ Vuelves a ocupar esa expresión y te mudas llegando a México”. Me respondió Arturo. Continuamos nuestra visita por la ciudad, pretendiendo que no éramos perseguidos por más de 10 personas que nos grababan con cámaras profesionales y drones como naves espaciales, que nos decían hacia dónde ir y qué hacer. En realidad lo encontrábamos muy divertido; todos ellos eran muy simpáticos y geniales, como una banda de buenos amigos. El Tarlà de l’Argenteria, las Escales St Martí, el Carrer de Sant Llorenç, el Barrio Judío, el Museo Pati de l’Estrella, la casa de Rosa María Labayen, las escaleras de la Catedral, y otros lugares maravillosos.
Caminar por Girona es como un viaje en el tiempo, entre calles empedradas del bajo medioevo, y antiguas murallas carolingias que serpentean de extremo a extremo de la ciudad; una cabalgata amable entre el gótico y el románico, un cantar de gesta de armadura y espada, una novela catalana de ficción medieval.
De regreso al hotel, ya por la tarde, Manu mi homónimo catalano, se volteó y me dijo:
“Qui besa el cul de la lleona, retorna a Girona”.
Yo pensé que era una broma, o una sinvergüenzada local, pero al darme cuenta de que esta superstición popular iba muy en serio -algo así como lanzar la moneda en la Fontana di Trevi en Roma-, corrí al recinto de ese felino metálico, subí saltando tres peldaños y le clavé un beso apasionado en el culo a ese león oxidado.
“Girona ¡nos vemos pronto! volveré algún día; espero no llevarme de recuerdo, además de fantásticas memorias, un herpes terrible en los labios”.
Segunda Parada: Delta del Ebro Al siguiente día después de comer, nos fuimos en Caravana rumbo a un lugar enigmático que no nos sería revelado hasta llegar al destino, pero se los digo yo de una vez: El Delta del Ebro.
Íbamos en el auto surcando el camino. De ambos lados de la carretera había espejos de aguas cristalinas, y los reflejos eran tan verosímiles que de haberse invertido el mundo no habría notado la diferencia. Los colores eran tan vívidos como en un cuadro impresionista y la brisa marina como la tierna caricia del ser amado.
“Vuelve a decir eso”. Me pidió Xavi Brichs, para grabarme en mi momento poético, mientras me tomaba una foto tomando una foto.
Esa noche vimos el partido de la Champions League del Barcelona. Ganó el equipo local por goleada, así que todo se desbordó en mucha cerveza y media botella de un mezcal que les había llevado desde México, y que Xavi Sobrón aún conserva en el escritorio de su oficina.
A la mañana siguiente, salí a correr con David, uno de los camarógrafos, 5 km a lo largo del Ebro, y después del desayuno, nos fuimos todos a los arrozales.
Nos dieron bicicletas a Ivana, a Arturo y a mí, para hacer unas tomas pedaleando a través de los pasajes de tierra entre los canales de agua, y entonces les advertí: “Si van a grabar a alguien en la bici, que sea Arturo, yo no soy muy bueno para eso”. Mientras terminaba mi frase, Arturo salía volando de la bicicleta, impactando el piso como un meteoro humano y provocando una nube cósmica de polvo en el aire. Había usado erradamente el freno de la llanta delantera; fue una caída algo aparatosa, pero muy irónica y sumamente divertida. Todo el día consistió en visitar los alrededores, hasta la desembocadura del río y el mirador; platicar con la gente local, como el activista Polet, y por supuesto comer y beber las bondades gastronómicas que esta región ofrece.
Ya muy cerca del atardecer, Ivana nos hizo bajar del coche y nos vendó lo ojos. A ciegas caminamos sobre un pasto muy alto, que seguramente no había sido podado en mucho tiempo.
Cuando nos quitaron la venda de los ojos, lo primero que vi fue una podadora enorme con un ventilador gigante y un paracaídas de colores extendido sobre el césped; después lo entendí todo: íbamos a volar en “paramotor”.
A más de 200 metros, suspendido ingrávido en un cielo privado de nubes y colmo de corrientes aerodinámicas invisibles, volamos sobre los arrozales inundados del Delta, y bajo un sol incandescente de atardeceres tarraconenses. Fue un poco más de una hora en vuelo, pero se sintió eterno, tanto que la @GoPro que llevaba en las manos, algo congeladas, se apagó a falta de batería antes del aterrizaje. Ha sido, sin duda, una de las mejores experiencias de mi vida. Con la adrenalina aún corriendo por todo el cuerpo, fue algo difícil conciliar el sueño, pero después de una rica cena y un vino tinto, el sueño tocó a la puerta. Buenas noches. Port dels Alfacs A la mañana siguiente, atravesamos el Río Ebre por el Pont Lo Passador y manejamos a Sant Carles de la Ràpita, hasta un puerto donde había varios barcos y yates anclados.
“On ens porta la Ivana?”. Pregunté en un rústico catalán apenas aprendido.
“Al Port dels Alfacs”. Me respondió Xavi.
Abordamos el Butterfly Charter comandado por el muy hipster Capitán Luca, quién nos llevó a nadar entre pepinos de mar y moluscos gigantes. Su velero clásico era un navío de ensueño que volaba al ras de las olas con su alas de gaviota extendidas.
Después de un largo trayecto, arribamos a las mejilloneras de madera, donde nos saciamos de ostras, mejillones y paella, y brindamos con la seca efervescencia de un Cava y la dulzura embriagante de un licor de crema de arroz
¡Bon Profit! Se escuchaba de un extremo al otro de la mesa.
La última noche, no la pasaríamos en el hotel. En un capítulo más de misterios catalanes, nos llevaron hasta una cabaña en medio de la nada, donde tan solo la obscuridad era evidente. Al día siguiente tendríamos toda una jornada muy campirana.
Nos despertamos temprano; un aire feroz corría azotando las puertas y las ventanas. Cuando amainó, empezamos con todas las actividades: nos metimos descalzos a los arrozales, rescatamos a unos patitos para devolverlos con su madre, presenciamos cómo Salvador hipnotizaba y domaba a un gallo salvaje y finalmente nos reunimos todos en una barraca tradicional de madera a comer paella y a platicar sobre la riqueza agropecuaria del Delta, una auténtica joya secreta del Mediterráneo.
Cuando terminamos emprendimos el camino de regreso a Barcelona, donde nos quedaríamos 4 días más, pero ya sin cámaras, y sin todos ellos, que ahora los sentíamos y los queríamos como parte de nuestra familia. La despedida fue tragicómica, porque después de abrazarnos, Arturo y yo abordamos el taxi y entonces le grité muy enérgicamente al chofer para que todos me escucharan:
“Llévenos lejos de aquí”. Con un nudo – y las ganas- en la garganta de quedarme ahí para siempre.
Después de 10 días en Cataluña, siento que permanecimos semanas y que los compañeros que conocí en esos días en realidad han sido, sin saberlo, amigos de toda una vida. Gracias a @catalunyaexperiencetv3 por haber escogido a este par de mensos como embajadores itinerantes, y al equipo de @tv3cat por aguantar nuestro trote lento de ancianos y por hablar poco catalán -ostia- y mucho méxico-castellano -güey-.
Nos fuimos pero nos los trajimos con amor en la maleta, entre la botella de xarel-lo del Pedenés y nuestra bandera independentista de Cataluña. Nuestro episodio aún no se sabe ciertamente cuando saldrá al aire, pero será algún miércoles entre Octubre y Noviembre. Nos encargaremos de avisarles con tiempo, para que no se lo pierdan, y puedan verlo.
Adeu.