Una de las peregrinaciones más importantes en la historia de la iglesia católica, El Camino de Santiago de Compostela es hoy un popular destino turístico donde se promete encontrar todas esas respuestas que tantos buscamos.

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Mauricio de la Garza

Instagram: maldemar

En mi caso, así lo fue. Aunque inmediatamente surgieron otras tantas.

Existen muchos caminos que llegan a Santiago de Compostela, como en la vida, cada peregrino elige el suyo. Yo escogí el Camino de las estrellas, uno de los más frecuentados desde la época medieval. 780 kilómetros en 4 semanas, con un promedio de 20km por día.

Empecé mi camino el día de mi cumpleaños, un 5 de Junio de 2007, en la frontera de Francia con España, en un pequeño pueblo francés llamado Saint-Jean-Pied-du-Port, lleno de ilusiones y cuestionamientos. Cruzando los pirineos, mi peregrinación me llevó a lugares alucinantes como Roncesvalles, Pamplona, Logroño, León y O’ Cebreiro hasta llegar a Galicia. Y conocí a personas transformadoras que recién habían perdido familiares cercanos, habían vencido enfermedades terminales, y otras que no lo habían logrado y no querían irse sin antes vivir esta experiencia. Con viajeros de todas partes del mundo, las noches en las plazas de los pueblos retumbaban de vida en todos los idiomas. Todos unidos por esa misma búsqueda sin importar la proveniencia.

El proceso es difícil, sobretodo los primeros días. El cuerpo debe acostumbrarse a un gran esfuerzo físico y a una confrontación extrema hacia el interior. Empiezan a doler los pies, empieza la angustia de la soledad. Hasta entender que todo forma parte del aprendizaje del camino y es justo allí cuando la magia comienza.

Sin embargo, cuando mi camino estaba por terminar y creía haber aprendido todo lo que había que aprender, vi a lo lejos las torres de la Catedral de Santiago de Compostela. Mi corazón comenzó a latir más rápido que nunca.
Y entonces, sentí a Dios. Como un pequeño suspiro.

Finalmente llegué a la catedral.

Y sí, ahí estaba Dios. Dejé mi mochila y bastón caer al piso de la plaza, y me arrodillé frente aquella fachada de una belleza confundible entre lágrimas con el rostro de Dios. Le entregué mis brazos. Acepté su paz y su luz. Y lloré, y lloré, y lloré. Acepté su amor.
No pude negar más su existencia y entendí que hay veces por más que queremos alejarnos de su presencia, su fuerza y su paz siempre estarán allí. Esperando. Sin importar el nombre o imagen le queramos asignar.
Y lloré un poco más, y de pronto todo fue muy claro. Acepté pérdidas, entendí sueños rotos, me solté del pasado, y empecé a creer en mí.

El Camino de Santiago es muy diferente para cada uno de sus peregrinos, pero realmente creo que es una experiencia que todo ser humano merecer vivir. Para mí, entre más pasa el tiempo, más reconozco lo que significó en mi vida.
Entendiendo que cada peregrino hace su propio camino y el aprendizaje del mismo no está solamente en su destino final, si no en cada uno de los pasos. Pasos firmes, pasos débiles, pasos fáciles, pasos dolorosos. Pasos tan solitarios llenos de oscuridad y de angustia, pasos tan bien acompañados llenos de felicidad y una que otra (o más bien varias) copa en las plazas de los pueblos.

Hoy en día cuando me cuesta trabajo encontrar la presencia de Dios, siempre regreso a aquel día. El día en que un peregrino, guiado por las estrellas, encontró su camino y logró ver a Dios.