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La valiosa enseñanza de un viaje a Oaxaca sin equipaje

“Viajar es una brutalidad. Te obliga a confiar en extraños y a perder de vista todo aquel confort familiar del hogar y los amigos. Nada es tuyo, excepto las cosas esenciales, el aire, dormir, los sueños, el mar, el cielo, todas las cosas que tienden a lo eterno o a lo que imaginamos de él”. Cesare Pavese.

Por: Mónica Montoya

“Viajar es una brutalidad. Te obliga a confiar en extraños y a perder de vista todo aquel confort familiar del hogar y los amigos. Nada es tuyo, excepto las cosas esenciales, el aire, dormir, los sueños, el mar, el cielo, todas las cosas que tienden a lo eterno o a lo que imaginamos de él”. Cesare Pavese.

Vista. Fotografía de Óscar Ocampo

En compañía de amigos, emprendí una aventura única hacia comunidades de la Región Mixteca Oaxaqueña. En esta época jóvenes universitarios de toda la república emprenden camino para compartir en misiones la Semana Santa con comunidades de escasos recursos, llevando, además de despensas y juguetes para los niños, la disposición de escuchar, aprender y servir a la gente que vive una realidad diferente a la nuestra, personas que por la condición de pobreza, parecen lejanas, pero que en realidad están muy cerca.

Paisaje. Fotografía de Karina Fernandez

Llegando a Oaxaca, la mayoría de las comunidades ya nos estaban esperando. Es impactante que esas personas sin conocernos, nos abrieron las puertas de su casa y nos permitieron convivir con lo más valioso que tienen: sus niños. Mi objetivo primordial en cada viaje es el encuentro y la fuerte conexión que en pocos días se puede generar.

Niños jugando

Como promotora de la accesibilidad para personas con discapacidad, he buscado por necesidad la independencia, inventándome formas de trasladarme eficientemente como caminar con las manos, solicitando de vez en cuando modificaciones arquitectónicas y acciones que beneficien tanto a las personas con discapacidad como a sus familias. Sin embargo, en la sierra donde todo esto se desconoce y el camino son subidas y bajadas de terracería, tuve que desaprender y soltar mi estilo de vida en la ciudad.

Cabrito.Fotografía de Óscar Ocampo

Desprendimiento”, esa es la palabra que cobró vida en esta experiencia. Esta vez lo palpé, probé, sentí y viví con cada poro, lo primero en irse de mí fue mi idea de que  “puedo realizar todas las cosas yo sola”, una lucha interna se gestó dentro de mí y de mi boca brotó lo que pocas veces: “¿Me podrías ayudar por favor?” Descubriendo algo que no tiene nada que ver con la condición de discapacidad, y es el saber aceptar apoyo, porque en situaciones adversas siempre dos son mejor que uno.

Niños pintando. Fotografía de Karina Fernández

Muchos pueden ser los motivos para emprender el viaje, mi favorito es el trabajo comunitario, donde las dificultades como dormir en el suelo, no hablar la misma lengua, así como ser picado por insectos, se convierten en hermosos paisajes. Una vez un niño de la comunidad nos pidió que desayunáramos en casa de su abuelita que vivía a “10 minutos” de donde nos estábamos quedando. Después de la insistente petición, accedimos. La casa estaba arriba de un monte que desde abajo se veía cerca, pero conforme íbamos subiendo por los estrechos senderos los 10 minutos se convirtieron en casi una hora. A las 8:00am al ir subiendo me tuve que quitar la chamarra por el calor y a la mitad del camino, tuvimos que dejar la silla de ruedas, pues no había forma alguna de continuar con ella. Cerca de nuestro destino el camino estaba tan empinado que para los que no estamos acostumbrados a esos terrenos, ni a la altura, fue muy difícil llegar. Yo no podía creer todo lo que acabábamos de subir, incluso el pensar que aún debíamos regresar me causaba angustia.

Sendero. Fotografía de Óscar Campo

Me faltan palabras para describir lo que vivimos al llegar, además de un inusual y hermoso paisaje; descubrí que con ayuda puedo llegar hasta lugares inimaginables; que un desayuno (ya sea un plato de frijoles o huevo y tortillas) es un buen motivo para unir a la gente; que mi presencia (así como la tuya que estás leyendo esto) es valiosa y puede alegrar e inspirar a otros. Pero sobre todo, aprendí que conforme subía, requería ir dejando lo que me pesaba, lo que no me ayudaba, incluso lo que no imaginaba dejar, lo que yo creía que necesitaba más que otra cosa en la vida, como mi silla de ruedas, “mis pies”; justo ese desprendimiento me permitió sentir cómo otros, estaban dispuestos a prestarme los suyos.

Despedida

La vida nos habla de diferentes maneras, viajar es una de ellas, ¿estás listo para escucharla?

Mónica Montoya

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