Por: María del Rocío Hernández Baca
Después de reflexionar sobre mi vida personal y académica, y con el apoyo de mi familia y mi novio, decidí realizar el último semestre de mi carrera en el extranjero, el destino: Alemania.
Tras una serie de papeles para trámite de beca, de visa de estudiante, de la universidad a la que iba y para la residencia estudiantil en la que viviría, llegó el día de mi partida. Iba a vivir por primera vez sola y sería en el extranjero.
Encontré un vuelo Cancún-Frankfurt a muy buen precio, en la aerolínea alemana de bajo costo Condor, así que viajé de Ciudad de México a Cancún para emprender la aventura.
No tardé en comprobar que mi decisión fue la mejor, y cada día que pasó aprendí muchas más cosas de las que imaginaba. Los países que conforman el programa universitario de Erasmus tienen toda una infraestructura para los estudiantes que realizan intercambio académico, y a pesar de que los países latinoamericanos no son parte del programa Erasmus, al estudiar en alguna de sus universidades es como si estuvieras dentro del programa, no existe distinción; y esto de inmediato te hace sentir como en casa. Frankfurt es una ciudad multicultural, ordenada, bonita y muy cómoda para vivir como estudiante. El gobierno alemán tiene subsidios para estudiantes, por lo que se puede vivir y transportarse en Alemania con costos bastante accesibles.
Pasé los 7 meses de mi estadía en una residencia estudiantil construida en lo que hace algunas décadas fue un campo de concentración, pero que ahora albergaba estudiantes de todas las nacionalidades y credos.
Estando en Alemania decidí aprovechar esos 7 meses para conocer algunos de los destinos que Europa tiene para ofrecer. Viajé en autobús, tren y avión; con amigos y sola. Se encendió cada vez más la cosquilla por vivir experiencias.
En Alemania conocí lugares mágicos como Kassel. Disfruté del ambiente de una final de la Champions League en Berlín (aunque no soy tan aficionada del futbol), y conocí espacios importantes para la historia moderna como los restos del muro de Berlín, disfruté del puerto de Hamburgo y de la calidez y ambiente de Colonia (los alemanes son mucho más amables y cálidos de lo que la gente cree).
Aprendí a disfrutar de las calles de Budapest a 40 grados, pero terminé el viaje con una refrescante fiesta en bote por el Danubio. Disfruté de un pastel Sacher en Viena mientras apreciaba su arquitectura. Conocí la capital de un país cuya ubicación en el mapa desconocía: Eslovaquia, pero que me brindó gratos recuerdos junto a mis amigos.
Recorrí las calles de París con fiebre pero con ganas de conocer cada rincón de la ciudad luz. Viví cada esquina del castillo de Praga, y conocí su vida nocturna en un muy divertido pub crawl con gente de todo el mundo. Hice muchos amigos y también tuve grandes aprendizajes tanto prácticos para cualquier turista, como lecciones de vida. Me robaron mi bolsa con pasaporte y todas mis identificaciones y tarjetas en Ámsterdam y perdí un viaje a Estambul. Hubo un par de días que me sentí sola y muchos otros que me sentí más en casa que nunca.
Descubrí que para la amistad no existen fronteras y que nada tiene que ver con las convicciones políticas, con el lugar en el que naciste o si crees o no en el mismo Dios. Aprendí que la hermandad se da entre musulmanes y cristianos, judíos y budistas, creyentes y no creyentes.
Hoy doy gracias por la oportunidad que tuve… Vivir, estudiar o viajar como turista fuera de tu país te da muchas lecciones, definitivamente te cambia el panorama pero sobretodo te enseña a valorar lo que tienes en casa.
Aproveché que mi regreso de Alemania era a Cancún para reencontrarme después con mi novio por tan bella ciudad y aproveché para alargar mi viaje un poco más; así que disfrutamos Chichen Itzá, Xcaret y algunos cenotes durante 4 días más. Yo volví con más amor a México que nunca y con la convicción de pronto volver a viajar, a reencontrarme con amigos y ciudades y vivir experiencias que se queden en el corazón.
4.5