Artículo por Manu Espinosa Nevraumont
Fotos por Manu Espinosa Nevraumont (@manumanuti) y Arturo López Hernández (imjustafox)
Canción del viaje: This Time Tomorrow – The Kinks.
El otro día mi amigo Emilio me pidió -disculpándose de antemano por la complejidad de la solicitud- describir con una sola palabra mi viaje al Sudeste de Asia.
- “Diferente” -contesté- después de una letanía de “mmm” atrapada en los labios.
Y es que a pesar de tantos lugares visitados -la cuenta hasta ese entonces iba en 24 países en 28 años- yo nunca me había encontrado en un contexto tan enrarecido, particular, y válgase la insistencia, diferente.
Un viaje maratónico nos llevó a mí y a mi primo Arturo (@imjustafox) del DF a San Francisco, y de San Francisco a Hong Kong, volando durante casi 14 horas por encima del Pacífico con cierta turbulencia irónica. La estadía de tres días en Hong Kong es una historia en sí misma que tendrá que ser narrada en alguna otra oportunidad literaria. Volemos al #MonsoonKingdom.
Vietnam es más que un vástago del imperio indochino, o del colonialismo francés, o una remembranza hollywoodiana de la guerra entre los gringos y el Viet Cong, y las protestas hippies de los años 60 y 70. Vietnam es sí recordar la lucha político-social encabezada por Ho Chi Minh, y la herencia filosófica y cultural de Confucio; pero Vietnam es también sentarse a tomar un té en esas mesitas enanas de los restaurantes improvisados de las aceras y los callejones; es volverse un peatón experto para cruzar las calles, sin miedo a la muerte, esquivando las millones de motocicletas como millones de insectos voladores; es tomarse una cerveza de barril fría y comer cacahuates crudos y agrios en una cantina de Hanoi; es refrescarse el ánimo con un café frío del mercado de Ben Thanh en Saigón; y es navegar en un barco pesquero entre los monolitos cubiertos de jungla y niebla, aliento de dragón, en la Baía de Halong.
Camboya por su parte es lo monumental, las puntas doradas de los templos, y más puntas en las puntas doradas de los templos, como extensiones áureas de rascacielos antiguos. El Palacio Real de Phnom Penh, residencia oficial de su majestad el Rey Norodom, con sus lujos monárquicos que contrastan con la pobreza colectiva; los taxi-motos o “Tuk-Tuk” que te acosan constantemente para llevarte a tu destino a cambio de precios de abuso turístico; y por supuesto, más al norte, el majestuoso reino arquitectónico de Angkor, ciudad de los Dioses, cerca de Siam Reap, con el gigantismo de sus proporciones, el detalle escrupuloso de sus grabados, la simetría de los espacios perfectos y el sincretismo con la naturaleza.
En Tailandia Buda y el Rey son dos ídolos pop. De Bangkok sobresalen los Budas gigantes de toneladas espirituales, el transporte público fluvial y los mercados flotantes, las marquesinas multicolor con retratos de su majestad “photoshopeada”, y el libertinaje nocturno de las calles Khao San y Soi Rambuttri, atiborrados de bares y turistas morbosos, y masajes thai con o sin finales felices.
Las playas del sur de Tailandia son suaves y tibias, con conchitas, corales y cangrejos ermitaños diminutos que construyen constelaciones en la arena. El agua es de azules idílicos, reflejos diáfanos del cielo, Krabi, Poda, Phi Phi -“La Playa” de Danny Boyle y Leonardo DiCaprio- los refugios anti tsunami, los parques de exploración naturales, y el templo budista de los 1272 escalones y los monos guardianes.
Del Norte de Tailandia, Chiang Mai, con los freelancers hippies de todo el mundo, el café hipster de Suthem, las cascadas pegajosas de Bua Thong, el scooter destartalado, el festival de luces de finales de octubre y el Loi Krathong de noviembre, y la reserva de elefantes indios, rescatados por humanos, de la crueldad y abusos, de otros humanos.
De Birmania o Burma, u oficialmente República de Myanmar, nuestro último país, el palacio real de Mandalay, con su ciudadela resguardada por muros infranqueables y un foso de aguas calmas que resguardan un palacio paralelo del otro lado del reflejo cristalino, el monasterio de los monjes budistas y los artesanos de oro, madera y seda, y las teashops, con sus tea boys y el té endulzado con leche condensada.
Después Bagán, con sus amaneceres naranja celeste de las 5.30am, los atardeceres agónicos de las 5.30 de la tarde, y sus templos infinitos desparramados en medio de los árboles y los arenales, algunos pequeños, suficientes para albergar a un solitario Buda sentado en flor de loto, y otros tan enormes, como castillos de ladrillo mitológicos, capaces de contener las almas de todos sus creyentes.
Rangún, la capital, con su Pagoda Shwedagon que parece un merengue gigante de oro, su tren zarandeado que circunvala la periferia de la ciudad, y la casa del lago de Aung San Suu Kyi, con su casi eterno arresto domiciliario durante la lucha por la democracia birmana.
Y así todo llegó a su fin, con la satisfacción de un viaje extraordinario y con las igualmente extraordinarias ganas de volver a casa. Avión Rangún Bangkok, Bangkok Hong Kong, Hong Kong San Francisco, San Francisco Ciudad de México, y del aeropuerto directo a los tacos al pastor, para borrar de la memoria palatina los noodles y el arroz frito de los últimos 40 días.
- Describe en una palabra lo que estás sintiendo en este momento -me pregunta Arturo- ¿diferente?
- No, estos tacos están deliciosos como siempre.
Los siguientes 12 consejos de movilidad y gastronomía aplican para Vietnam, Camboya, Tailandia y Birmania, a excepción de los puntos en los que se especifica geográfica y culturalmente lo contrario.
Movilidad
- Camina para todas partes. Llévate unas chanclas o unos tenis cómodos y fáciles de zafar, ya que existen muchos templos budistas y el protocolo es entrar descalzo.
- Si las distancias son realmente inhumanas, y quieres un poco más de dinamismo, o simplemente te pesan las ganas, réntate una moto-bike por $10 dólares al día.
- Muévete como un nativo, evita los taxis y Tuk-Tuk, y utiliza los autobuses. Muéstrale a un local tu destino en Google Maps, y a través de señas con dedos voladores y un inglés muy rudimentario, lograrán superar Babel y entenderse.
- Para distancias más largas, entre ciudades, las líneas de autobuses interurbanos son de muy buena calidad, con asientos semicama o cama, y precios muy asequibles. Ten la cobijita a la mano porque aplican también la de la criogenia espacial -o turismo de refrigerador.
- Si quieres ahorrar tiempo en tus traslados kilométricos, Airasia es la mejor aerolínea de bajo coste en este lado del mundo. Es muy económica y en caso de viaje internacional, el proceso migratorio aeroportuario es más fluido y menos caótico que por paso terrestre.
- Investiga con mucho tiempo de anticipación si necesitas visado para estos países. Los mexicanos requerimos visa para todos los países del Sudeste de Asia (no habla muy bien de nuestra diplomacia). Muy recomendable tramitar todas tus visas desde tu país, ya que te ahorrará tiempo y dinero, a excepción de la visa birmana que es mejor tramitarla en Hanoi o en Bangkok.
Gastronomía
- No te preocupes por dominar el arte dáctil de los palillos chinos. En el sudeste de Asia se come principalmente con una cuchara, como instrumento primario, y un tenedor para ayudarte a empujar la comida en la cuchara. Los cuchillos son casi inexistentes en las mesas.
- Si estás desconcertado en el restaurante y no sabes qué pedir ni cómo pedirlo, simplemente voltea a tu alrededor e indica lo que las otras personas están comiendo y balbucea “eso”. El mesero entenderá.
- Toma mucho té y café. Sobre todo el iced coffee (ca phe da) de Vietnam -el segundo exportador de café del mundo, con Brazil y Colombia- y el té dulce (le pay-yeay) de las tea shops birmanas.
- La comida Tailandesa es muy célebre, principalmente el Pad Thai y las diferentes variedades de arroz. Sin embargo el platillo sugerido por nosotros es la ensalada de hoja de té (tea leaf salad o lahpet thohk) platillo típico de Birmania Occidental, tiene un toque de ajo y limón, crujiente, salivación en 3,2,1…
- Intenta comer en los lugares donde comen los locales y donde los precios vienen incluídos en el menú; eso garantizará que pruebes la comida y bebidas auténticas, y no te cobren de más. Comer es baratísimo, alrededor de $2.50 dólares por persona. No están acostumbrados a las propinas e inclusive correrán detrás de ti -no te saques de onda- para darte tu cambio íntegro.
- Finalmente, si te gusta lo dulce prueba en Tailandia todos los batidos (shakes) de frutas que puedas: piña, lichi, pitaya (dragon fruit), o el dulce de arroz con mango. Arturo jura que lo puede reproducir aquí en México, sigo esperando.
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