Por: Daniela Michelle
Mi nombre es Michelle y soy inmigrante. Para ser más exacta, una inmigrante venezolana. Con el tiempo he aprendido a conocer los viajes por placer y saber diferenciarlos de aquellos que son por necesidad.
Verán, antes de tener que dejar mi país, no conocía más nada que Venezuela e ir a otro país sonaba como algo demasiado grande.
He conocido durante este trayecto migratorio varios lugares, como Ecuador, Colombia, México (aquí fue donde empecé a conocer lo sabroso que es viajar) y actualmente, Argentina.
Y a pesar que se me vienen a la cabeza varias historias, buses, aventones, lugares y comidas increíbles que contar, hoy quiero hablarles del turismo local y de un lugar que pocos conocen y que espero algún día tengan la suerte de conocer: Mérida – Venezuela.
Mérida – Venezuela es un pequeño pueblo que aprendió a ser “ciudad” y que esconde lugares tan mágicos como su gente. Se hace llamar “la ciudad de los caballeros”, pero eso es otra historia.
Lo que les quiero contar empezó cuando tenía unos 7 años, cuando fui con mi familia de vacaciones a Mérida y por supuesto, a conocer el teleférico del que hablaba todo el país.
De ese día tengo recuerdos muy nublados (estaba muy pequeña) pero recuerdo que: 1. Tenía mucho miedo de montarme en una cosa voladora. 2. Llegamos muy tarde y ya el teleférico no tenía más recorridos. 3. Sentí un alivio interno porque no iba a tener que montarme en la “cosa voladora”. En fin, nos fuimos y nunca me monté.
Ya adolescente, me fui de mi ciudad a vivir a Mérida porque quería estudiar Hotelería, pero ahora no podía montarme en el teleférico. Pues, fue cerrado en el 2008 por remodelaciones y duró 8 años cerrado, por misteriosas razones de reconstrucción.
Sin embargo, semanas antes de irme de mi país, lo inauguraron nuevamente. Aquí es donde empieza a volverse mágica la historia (como Mérida en sí misma)
No me podía ir sin conocer el teleférico, ya no tenía miedo.
Recuerdo que solo estaba abierto para público especial (tipo ONGs, universidades de turismo, cargos importantes del gobierno) para controlar un poco la euforia de la gente (y la mía) en ir a reencontrarse con el teleférico.
Ese día, decidida, agarré mi bolso y me fui a la plaza donde iniciaba el recorrido. Mi plan era llegar a la plaza, sentarme, ver desde lejos cuál era el mecanismo para lograr entrar y convencer a alguien con mi historia de futura inmigrante que no conocería el teleférico antes de irse. Lo intenté con los cuidadores, no lo logré. Con los que daban los tickets, no lo logré. Así que me senté en la plaza un poco a resignarme que no pasaría.
Y como todo lo mágico que pasa en esta ciudad, me encontré con un grupo de estudiantes que iban a ingresar al teleférico (había personas que conocía dentro del grupo, porque eran de mi ex universidad).
Insistí.. insistí.. insistí, para que me dieran una credencial de ingreso y pudiese subir con ese grupo de estudiantes. Lo logré. (Se que suena todo muy bello para ser real, pero insisto, así es Mérida. Igual tengo fotos de prueba)
No tenía abrigos, ni comida, ni bufanda jaja . Porque me fui muy positiva a la plaza, pero nada preparada por si todo salía bien.
Por suerte entre los estudiantes que encontré, me dieron una bufanda, un abrigo, chocolate y agua.
El teleférico tiene 5 estaciones y te permiten estar unos minutos en cada una de ellas para poder irte acostumbrando a la altura y a como se empieza a manifestar dicha altura en tu organismo (por eso el chocolate y el agua, gracias nuevamente a los que me ayudaron)
Lo mejor es ir preparado, no como yo.
Para que se hagan una idea, la última estación se llama Pico Espejo y está a 4.765 metros sobre el nivel del mar.
Ese día el clima estuvo perfecto. Me encargaré de mostrarles fotografías con estaciones nubladas y soleadas, así verán que pase lo que pase, ¡no hay nada que perder!
Ese día lo sentí. Sentí como Mérida se despidió de mí. Cómo a pesar de haberme dado tanto, igual me dio un último regalo antes de empezar a viajar fuera de mi país.
Se que volveremos a viajar por el mundo, pero mi mensaje ahora, por todo lo que ya sabemos, es que se animen a conocer su localidad, su país, y esos sitios que siempre dejaron para después porque “siempre estarán ahí”
¡Ojalá algún día Alan y todos los viajeros puedan conocerte mi Mérida Preciosa!