Tú x el Mundo

Dulce París

Foto: kovalenkovpetr / 123RF
Por: Mariana Fajardo 

Este relato forma parte de mi viaje mochilero en el 2015 de tres meses por Europa.

————

¿Se puede escribir algo más de París? Ciudad de luces y romanticismo. No tengo expectativas, pienso que ya he visto tantas imágenes que todo será familiar. No fue así. París me sorprende y asombra. Monumentos y edificios enormes, grandes calles llenas de vida y lujo. Todos las casas adornadas en su arquitectura. Es hermoso. Me recibe el Arco del Triunfo, en un día soleado y caluroso. Camino al lado del río Sena y se vuelve a sentir un lugar lleno de historia. A lo lejos, la Torre Eiffel. Me acerco, y al estar justo debajo de ella me doy cuenta que es hermosa, que tiene muchos adornos e inscripciones. En verdad me impacta. Los turistas alrededor hacen caras, saltan y hacen poses raras para las fotos. Me siento en el pasto para observarlos. ¿Vieron siquiera los detalles de la Torre, o se dedicaron a posar para su recuerdo? No lo sé, cada quien va por sus propios motivos. 

En un picnic de bienvenida al que asistí para viajeros internacionales somos más de 100 personas, al lado del Sena y de Notre Dame. Es el mismo ambiente internacional de siempre, gente alegre, dispuesta a platicar y ahondar en nuestras diferencias y similitudes. Encuentro muchos latinos viviendo en París y hablándome en español. 

Uno de los mayores placeres de mi viaje ha sido probar la comida local. En París fue extraordinario. Los chicos organizaron una visita guiada por las mejores pastelerías de la ciudad. Ha sido hasta el momento el día más caro de mi viaje, pero también uno de los más intensos. Desde la entrada, la organización de los postres, los colores y aromas, se podía percibir fineza y delicadeza. Nos vamos con cuidado, cada postrecito cuesta entre 5 y 8 euros (desde 80 a 150 pesos aprox). La vista se nos llena con chocolate, frutas, vainilla, helados, azúcar. Cada quien compra un pastelito y nos damos a probar entre todos. Es magnífico, es la esencia pura de compartir entre viajeros. Así, nuestra inversión se convierte en una cata de mil sabores, cosa que no podría haber hecho sola. 

Caminamos exhaustivamente por la ciudad buscando los rincones culinarios bajo el sol. Cansados y llenos de azúcar, nos dicen que el destino final es una de las mejores pastelerías, ubicada en el restaurante de un lujoso hotel. Quedamos 12 personas. Todos con pinta de viajeros, fachosos, sudados por tanto caminar, despeinados. Desde la entrada, sentimos las miradas de la gente hospedada ahí y de la seguridad del hotel. Los chicos explican que queremos una mesa, y tardan muchísimo en pasarnos. No éramos precisamente lo que combinaba con sus delicadas servilletas. Sin embargo, nos dan una mesa, en el rincón claro. Felices y asombrados, abrimos la carta. ¡18 euros cada postre! No quiero ni convertirlo a pesos. Pedimos varios y los ponen sobre la mesa para que los compartamos. Son extraordinarios. Uno en especial, tiene una cubierta de chocolate duro, le echan chocolate caliente encima y se derrite enfrente de nosotros. Nos damos cuenta que no teníamos suficiente azúcar en la sangre aún. Comemos y se nos cierran los ojos de placer, vale cada euro que pagamos. Sabores intensos, rodeados de excentricidad. En las paredes del hotel hay fotos de famosos que lo han visitado. Marilyn Monroe entre ellas. Historia por todos lados. Al final, pagamos 15 euros cada uno, realmente un precio adecuado pues probamos mil cosas y nuestros sentidos se expandieron. Fue un momento especial pues compartí una de las delicias de la vida con chicos que también aprecian esos momentos. Los meseros, felices de ver nuestras caras, nos despiden amablemente. 

Al salir, nos damos cuenta que estamos en una de las calles más caras para ir de compras. Marcas de ropa que yo ni siquiera había visto en tiendas, solo en pasarelas de moda. Las mujeres que salen de las tiendas, vestidas y maquilladas impecablemente, guapísimas. Jeques árabes pasean a sus mujeres en carros carísimos, con muchísima seguridad alrededor, de esos carros que abren sus puertas hacia arriba, como de película de ficción. 

En contraste, en algunas esquinas, chicas musulmanas, cubiertas de pies a cabeza, sentadas en la calle pidiendo limosna. Sentadas súper derechitas y sin moverse. Si les das una moneda, hacen una reverencia hasta el suelo y regresan a su posición sin inmutarse. Me dan escalofríos. Es muy probable que alrededor estén hombres vigilándolas, explotándolas, usándolas como objetos. Vaya contraste. Riqueza y pobreza juntas conviviendo al extremo. ¿Se puede hacer algo? ¿Se puede contra el sistema? Doy gracias a Dios de que puedo estar del otro lado, del lado donde no me falta nada y puedo disfrutar de mi alrededor. Él siempre está conmigo, puedo sentirlo, siempre me cuida y me pone en la situación adecuada. Y pido mucho que me de fuerzas y salud para seguir en esta aventura. Mañana cumplo cuatro semanas. Y contando.