Por: Manu Espinosa
El primer sismo de la Ciudad de México, el del 7 de septiembre, ocurrió mientras cenaba en “Parker & Lenox”, un bar de jazz en la colonia Juárez de la Ciudad de México.
Al principio creí que el movimiento de las lámparas era una danza luminosa al compás de la trompeta y el contrabajo, pero después me di cuenta que era el tremor tectónico de la tierra.
Salimos en orden – se fue la luz en toda la cuadra ¡qué susto!- y apenas segundos después del desconcierto, se comenzaba ya a bromear en la calle y en las redes sociales, entre bolillos para el susto y memes descarados,
– Si hubiese temblado un par de minutos antes, nos habríamos ahorrado la cuenta. Les dije a mis acompañantes de esa noche.
Más tarde, todo perdió cualquier esbozo de gracia cuanto vimos en Twitter y en las noticias las consecuencias catastróficas en las zonas aledañas al epicentro de Chiapas, y en diversas comunidades de Oaxaca.
En la Ciudad de México, muchos vieron a la Victoria de Reforma (no es un Ángel) tambalearse y varios postes de luz sacar escalofriantes chispas eléctricas -como una fiesta de pueblo, pero sin nada que festejar.
A los pocos días, mi amigo Anuar -el creador de Mexico is the Shit- me llamó por teléfono. Me dijo que estaba ansioso, que no podía dormir, que quería ayudar a los damnificados.
Me contó que había hablado con las personas de Operación Bendición, una asociación que se dedica a la asistencia social tras desastres naturales, y que en colaboración con la aerolínea Aeromar, estaban acopiando víveres y volándolos diariamente a Juchitán, Oaxaca.
– Ven a darte una vuelta al hangar mañana, mandaremos el primer avión con 4 toneladas de ayuda.
Casi inmediatamente surgió la idea de volar físicamente al sur del país, ir personalmente a hacer labores de voluntariado y sobre todo a mostrar y documentar la situación casi “post-bélica” de los pueblos oaxaqueños -sí, hace mucho tiempo que le declaramos la guerra a la naturaleza, y llevamos todas las de perder.
La tierra nos puede matar a todos con solo rascarse suavemente la espalda.
– Arma un equipo de gente, personas de buen espíritu, con muchas ganas de ayudar.
Pensé en muchas personas, buenos amigos, grandes personas; ninguno me dijo que no -como lo suponía- pero no teníamos asientos suficientes para todos. El viaje además se pospuso un par de veces, ambas por emergencias médicas, donde urgía transportar doctores a las zonas afectadas. Fue un honor donar esos asientos por motivos hipocráticos.
Habíamos fijado el viaje para el jueves 21 de septiembre.
Tan solo a dos días antes del vuelo, el suelo volvió a agitarse en la Ciudad de México, esta vez con una intensidad conmovedora. La ironía fue de más de 7 grados Richter, justo ese maldito día, el 19 de septiembre, se cumplían 32 años del peor terremoto que azotase la capital mexicana en 1985.
A las 11 am se realizaron simulacros, como todos los años en esta fecha, y a la 1 de la tarde tembló de verdad. ¡Feliz aniversario! fue el terrible recordatorio que la tierra nos hizo aquel día para no olvidar.
A mí el temblor no me pudo agarrar en un peor momento: en un octavo piso de la colonia Roma, en el consultorio del urólogo, subido en un banquillo con los pantalones y los boxers debajo de las rodillas, con las pompas hacia el ventanal panorámico, y el meticuloso especialista, enfrente de mí, con sus ajustados guantes de látex revisando mi miembro por la sospecha clínica de una infección urinaria.
– Efectivamente, tiene usted…
Y en ese momento comenzó a moverse todo, de izquierda a derecha, como si por un decreto universal, toda la humanidad tuviese que pagar por mis enfermedades sexuales.
Me subí los boxers, luego los pantalones, salté del banquito y corrimos juntos hasta el pasillo. No había tiempo -ni era seguro- bajar o subir por las escaleras de emergencia.
Tuvimos que cerrar los ojos y soportar el martirio, todos juntos. Una señora lloraba y gritaba, y yo trataba de tranquilizarla, mientras en la mente comenzaba a planear mi supervivencia debajo de los escombros hasta que alguien me rescatara. Cuando cesó el temblor, las paredes del edificio estaban endebles, pero yo tenía cuarteado el ánimo.
Cuando salí de ahí, la ciudad era un caos. Muchos edificios colapsaron y otros quedaron en situaciones decadentes.
Foto por Moisés Cobián
Foto por Moisés Cobián
Se escuchaban gritos de desesperación, y también había silencios devastadores, casi fúnebres. Pero estaba bien, estaba vivo, y me cercioré en Whatsapp de que mi familia y mis amigos estuvieran bien. Sonó mi teléfono,
– Hijo, mañana no te pierdas el concierto de Ricky Martin en el Zócalo, y dale una nalgada a Ricky de mi parte.
Le colgué algo desconcertado; después me enteraría que al momento de su llamada, aún no sabía del funesto temblor y de sus consecuencias trágicas en la CDMX, y los estados de Morelos y Puebla.
Foto por Mariana Figueiredo
Foto por Mariana Figueiredo
Ese día varios amigos y yo estuvimos ayudando a cargar y descargar víveres, y recuperamos a dos perritos desaparecidos.
Foto por Moisés Cobián
– ¿El viaje a Oaxaca sigue en pie, o nos quedamos en la Ciudad de México a ayudar?
– Creo que ahora, más que nunca, es fundamental ir allá. La atención se centrará en la capital, pero existen poblados en Oaxaca que aún siguen en terribles condiciones con mucha necesidad.
Al día siguiente, el miércoles, confirmé al mejor equipo de brigadistas que pude encontrar: Alan Estrada, Regina Blandón, Hector Trejo, Reno Rojas, Mauricio de la Garza, Anuar Layón y Pamela Orozco. En 24 horas volaríamos a Oaxaca.
6.30 am en el Hangar de Aeromar.
Ayudamos a subir y embalar algunos víveres en un avión que había sustituido a sus pasajeros con exclusivamente ayuda material (víveres, medicinas y herramientas), y después abordamos nuestro vuelo comercial.
Llegamos a Ixtepec, y tras descargar el avión y re cargar un par de camionetas de batea nos fuimos directamente a Juchitán, demolido y herido por el reciente movimiento tremolante de la tierra.
El sismo redujo a una montaña de ladrillos muchas viviendas -si los habitantes tenían muy poco, literalmente se quedaron con nada a posteriori.
Comenzamos a construir tiendas y casas de campaña para que la gente pudiera dormir protegida de las incesantes lluvias de temporada y de los sanguinarios insectos.
Había muchas familias tristes pero esperanzadas, muchos ancianos aliviados por su sabiduría ancestral, y muchos niños que afortunadamente percibían todo como uno más de sus juegos. También había muchos gatitos y perritos abandonados.
– Reno adoptó un gatito temporalmente y lo nombramos “Juchicat”-
También había muchos otros animales con sus dueños, a los que se les entregaron bolsas gigantes de croquetas.
El día se nos fue entregando despensas, reconstruyendo hogares temporales y platicando con la gente que alternaba el común español con el mágico zapoteco -Oaxaca es la entidad con mayor diversidad étnica y lingüística de México.
De camino hacia Chicapa de Castro, uno de los pueblos cercanos más afectados, nos atascamos en un puente inundado, y tuvimos que improvisar otro vehículo para lograr nuestro cometido de ir y supervisar la construcción de una casa económica con la ayuda de otros voluntarios.
En la noche nos refugiamos en un salón de fiestas infantiles convertido en un albergue, y a la mañana siguiente volvimos a la ciudad en el vuelo matutino de Aeromar.
Tras nuestro regreso, todos nos re integramos a nuestras labores de comunicación y de ayuda física. Regina, por ejemplo, se involucró muchísimo con un proyecto de acopio de PET, con un doble objetivo: el reciclaje de plástico y la reconstrucción de casas. Héctor por su parte, organizó un centro de acopio en su localidad y además dedicó un fin de semana a recolectar donativos en efectivo en la Condesa junto con otros influencers.
A casi tres semanas de lo acontecido, el país está más tranquilo, pero no puede ni debe olvidar lo que pasó. Hay aún muchas personas en los estados afectados que lo perdieron todo y a las cuales hay que seguir apoyando. Por ende esta colaboración tiene dos objetivos.
El primero, por su puesto es agradecerles a todos sus ganas y su empeño.
Gracias a esos héroes que sí existen. Los que el día del temblor mantuvieron la calma y siguieron el protocolo de seguridad para salvarle la vida a otros; los que prácticamente se mudaron a las zonas de destrucción con cascos y guantes removiendo escombros y buscando latidos bajo piedras; los que gastaron parte de sus ahorros para donar o comprar esenciales para los despojados y los malheridos; los que cargaron, descargaron y transportaron por cielo y por tierra toda la ayuda; los que rescataron perros perdidos, y también los perros que encontraron a personas desaparecidas; los que usaron y siguen usando su influencia social y liderazgo para mantenernos bien informados y mantener el ciclo humanitario activo; a las brigadas extranjeras que no conocieron fronteras.
El segundo objetivo de este artículo, es continuar difundiendo y promoviendo la importancia de reactivar la economía de nuestro país a través del turismo.
Finalmente, ayer fue la preventa de las t-shirts de Mexico is the Shit, en beneficio de CDMX, Puebla y Morelos. El 100% de la utilidad de venta será destinado a la reconstrucción de las localidades más dañadas de esos estados. Estoy muy contento de informarles que hubo sold out y se vendieron todas las playeras. En las próximas semanas, les daremos a conocer cómo y a dónde se dirigirán esos fondos.
Recuerden, viajar es más que una actividad lúdica, es un re descrubrimiento constante de quiénes somos y de quiénes queremos ser, es una apertura de mente y una aventura significativa y que trasciende; viajar además es una de las mejores formas de apoyar la economía local. “El turismo puede ayudar y generar un impacto positivo en los lugares que visita”.
Viajemos a los estados más afectados y de esta manera ayudémosles a recuperarse y a crecer. También infórmense bien de todo lo que está pasando, y manténganse activos ayudando por lo menos un mes más a partir de hoy. La solidaridad, viajeros, es un asunto y una necesidad constante y a largo plazo.