Visitar la India parecía tan exótico y atractivo que no podía negarme. Si hubiera conocido en ese entonces a alguien que había ya estado allí, quizá nunca habría tomado el avión. Y mi vida sería otra definitivamente.
Al principio parecía que todo estaba destinado a salir mal. No teníamos una sola reservación de hotel, ni siquiera una Lonely Planet bajo el brazo, y ni que decir de los mapas, ¡¡por favor!! Eso son para los turistas normales. Bendita la ignorancia que nos ahorró la preocupación previa para dejarlo todo al momento de la acción.
Mi amiga Alejandra y yo estábamos durmiendo apretados en la clase turista del vuelo Londres-Nueva Delhi de British Airways. Desde ya, el olor era diferente, al igual que el menú de la comida que servían. El vuelo transcurría tranquilo y sin contratiempos. De repente, Alejandra me despertó con un sobresalto y gimiendo de dolor -¡Algo me cayó!-.Yo que estaba más dormido que la princesa Aurora no lograba entender del todo lo que sucedía hasta que vi su rostro sangrando. Mi compañero de asiento de origen Indio llamó a la azafata, pues yo no sabía cómo reaccionar mientras la gente a nuestro alrededor nos observaba con miradas morbosas. ¿Qué había pasado? Un señor que había sacado algo de los compartimentos superiores tiró una botella de vino que fue a parar directo a la frente de mi amiga provocándole una herida del tamaño de una moneda de 10 centavos.
Nos trasladaron a primera clase -lo único bueno del asunto- y curaron, temporalmente, la herida de mi amiga con gasas y alcohol. Alejandra y yo no sabíamos si reír o llorar. La amable azafata se acercó a nosotros para comunicarnos que tan pronto llegáramos a Delhi tendrían que trasladarla al servicio médico del aeropuerto para que la revisara un doctor, pues probablemente necesitarían coserle la herida. Yo elegí reír y mi amiga llorar. No había opción. -¿Primera vez en India?- preguntó la sobrecargo. -Sí- respondimos como dos niños indefensos e inocentes que llegaban por primera vez a la tierra de Nunca Jamás. Ella nos miró con la misma compasión que se le otorga a quienes no saben que Peter Pan no existe.
Aterrizamos de noche y como estábamos sentados en los asientos del centro del avión no vimos nada de la ciudad por la ventanilla. Estábamos reservando la sorpresa. Nos pidieron que bajáramos al final, después de todos los pasajeros, y sentaron a Alejandra en una silla de ruedas, la primera de su vida. Llegamos al servicio médico del aeropuerto de la capital del país que en ese entonces no era más bonito que la cruz roja de mi pueblo, estábamos cansados, asustados y mi amiga dolorida. ¡Bienvenidos a la INDIA!
-Son necesarias algunas puntadas- Dijo el doctor con ese chistoso acento que caracteriza a los indios. -Pero no podemos hacerlo aquí, es necesario trasladarla al hospital más cercano- le entregó un papel al encargado de la aerolínea y se retiró como si le cobraran la sonrisa. Alejandra ya no podía ni llorar, nunca en su vida le habían cosido la piel y no podía creer que la primera fuera en un país como la India. Nos subimos a un coche y nos dirigimos al hospital.
Eran ya las 11 de la noche y por la ventana de ese auto vi pasar todas las estampas que retrata el Discovery Channel: vacas en las calles, casas a punto de caerse, mujeres envueltas en espectaculares y coloridos Saris y tierra, mucha tierra. El traslado al hospital duró una hora -y ese era el más cercano- así que nos dio tiempo de conversar con el encargado de la aerolínea. No recuerdo su nombre pero su piel era color aceituna y sus ojos amables cuando se dirigía a mí y distraídos cuando veía el escote de Alejandra. -¿En qué hotel tienen su reservación?- preguntó nuestro primer “amigo” Indio. -No tenemos reservación- Dijimos casi como un coro. Hubo un silencio incómodo y después una ligera risita… también incómoda. Para no hacer el cuento largo, le pedí a nuestro amigo que nos ayudara a conseguir donde pasar la noche cerca del hospital y que al día siguiente ya buscaríamos algo en una zona más turística. Estábamos demasiado cansados y por lo que veíamos podía tomar horas moverse de un punto a otro de la ciudad.
Llegamos al hospital y el primero en salir de la puerta principal no fue ni un enfermero ni un paciente sino un perro. El lobby estaba cubierto por una alfombra humana de personas cuya dolencia era no tener casa o cuyos familiares estaban internados. Las luces tiritaban cual película japonesa de terror y mi corazón bailaba al mismo ritmo. Llegamos al consultorio y con el valor que la mente te da cuando no existe otra opción mi amiga fue cosida en la frente por una corpulenta doctora que nos dio indicaciones precisas sobre los antibióticos y limpieza de la herida. Le dimos las gracias. Sonrío y nos deseó una linda estancia en su país.
Fatigados llegamos a la farmacia-caja para pagar la cuenta y recibir los medicamentos -¡Tenemos seguro!- le dije emocionado a Alejandra al recordar que ambos habíamos comprado un seguro de viajero que cubría todo tipo de incidentes, incluyendo este desafortunado episodio. Respiramos tranquilos después de saber que la cuenta del hospital podría ser reembolsada y así no arruinaría nuestra economía ni el viaje.-¿Cuánto debemos?- pregunté un poco asustado. Me entregaron la cuenta y no lograba entender nada, estaba en rupias y había olvidado el tipo de cambio. Hice cuentas en mi cabeza y después de un minuto le dije a Alejandra – Esto debe estar mal, son once dólares!- La cuenta no estaba mal, así es la India. Vaya! Una buena noticia! Pagamos y nos fuimos.
Los siguientes días fueron digamos de adaptación. Si estar preparado para la India fuera una materia escolar, Alejandra y yo estábamos definitivamente reprobados. La India es sobrecogedora, abrumadora y absurdamente fascinante. Me tomo cinco días agarrarle el gusto. Regresar al hotel cada tarde era como volver a casa después de correr un maratón… en botarga de Barney. Descubrimos fuertes, museos, palacios, fascinantes tumbas y caóticas calles. Conocí el curry, el té inglés, el nan, Oh! el nan! Nos tomamos fotos con monumentos increíbles, sobre un camello, con una cobra y en todas Alejandra aparece con su parche en la herida, hecha en el campo de batalla del viajero aventurero.
Ocho años después escribo este artículo desde el mismo país que trasformó mi manera de ver el mundo y la vida. Hoy veo todo con nuevos ojos y doy gracias, infinitas y honestas. Espero Alejandra pueda hacer lo mismo, volver y crear un nuevo álbum de fotos. Esta vez sin un parche en la frente.
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