Por: Mónica Montoya
Viajar es sin duda un encuentro, un encuentro con nuevos paisajes, culturas, gente y casi siempre un encuentro contigo mismo.
Inicié un viaje a Hong Kong por motivos de trabajo, pero encontré en esta ciudad muchos otros motivos para tomarla como un referente en tema de accesibilidad para personas con discapacidad.
Supe que estaba en un buen lugar cuando en los cruces peatonales pude atravesar encontrando rampas en todos y cada uno de ellos. Aunque algunos establecimientos estaban en sótanos a los cuales se accede por escaleras, siempre encontré un lugar en dónde comer rico.
La verdadera experiencia comenzó al hacer uso del MTR (el metro), ya que me llevé la maravillosa sorpresa de que es muy accesible para quienes usamos silla de ruedas, así como para personas sordas o ciegas; además de que la gente respeta mucho estos espacios e indicaciones.
Uno de mis objetivos a visitar fue la Universidad de Hong Kong (inusual lo sé, simple gusto de pedagoga). Ahí un amigo me mostró el campus y me invitó un almuerzo muy saludable de comida cantonesa con el delicioso “dim sum” y “congee”.
Aunque me faltaron días para visitar los lugares turísticos de Hong Kong, no podía perderme la Isla Lantau en busca del Gran Buda, tomando el teleférico para llegar a Ngong Ping 360.
En la cabina cabía muy bien la silla, aunque la experiencia fue un poco extrema ya que iba con pocas personas de ida y yo sola de regreso. Durante el recorrido la cabina se balanceaba debido al viento, me dio miedo al principio, después me dediqué a tomar fotos y disfrutar de la vista.
Estando al pie de las escaleras del monumento me di cuenta de que no podría llevar mi silla conmigo, así que con señas y escasas palabras en inglés pude comunicarme con una señora que atendía el local de recuerdos a un costado; le encargué mi silla y emprendí la subida con las manos. La gente me miraba sorprendida, otras cuantas tomaban fotografías. Después de hacer un descanso a mitad de los cerca de 200 escalones, el ejercicio valió la pena: la vista es hermosa y la escultura impresionante.
En la Villa encontré el Árbol de los Deseos, donde dejé algunos mensajes en español.
Después de un largo día en el que los brazos me dolían, en el hotel me siguieron tres hermosos niños rogándome dejarlos empujar mi silla; los gestos de los pequeños hongkoneses me hicieron sentir como en casa. Me di cuenta que no importaba si hablábamos el mismo idioma, el dar y recibir ayuda es algo tan humano como universal.
En definitiva, disfruté mucho Hong Kong y no dudaré en regresar. Sin importar el destino, siempre vale la pena salir a explorar, retarte a ti mismo e ir más allá, porque seguro hay muchas sorpresas por descubrir.
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