Por: Violeta Gaytán
Antes de escribir respecto a mi viaje, debo confesar que me tardé 3 años en poder sentarme a hacerlo, pues no encontraba las palabras correctas para describir lo que sucedía en mi vida en esa época. Ahora admiro más a Alan por transmitir tanto desde las imágenes y desde el texto. Dicho esto, aquí va:
Soy Violeta Gaytán, soy publicista, amante del teatro y ahora de los viajes. En el 2014 tuve una duda existencial en mi oficina, y le pregunté a dos de mis compañeros ¿qué suceso les había cambiado la vida? Carlos, mi compañero de cubículo, me dijo “Mi viaje a Río de Janeiro, porque fue espectacular, y aprendí, y me divertí, pero sobretodo, conocí a mucha gente”. Lo escuchaba y pensaba en “claro, porque te encanta la fiesta, seguro por eso la pasas espectacular, etc”; por otro lado, Norma, quien actualmente se ha convertido en mi gurú de viajes, me contestó: “Cuando me fui por primera vez sola a Europa… Perderte, conocer, caminar, comer, todo sola, fue algo que me marcó”. Yo, de entonces 23 años, hubiera contestado: “conocer a Mario Sepúlveda, amigo, actor que fue quien me incursionó en el mundo del teatro, etc”… Pero no lo dije, solo lo pensé, y como faltaba “algo”, desde ese momento retumbó una idea en mi cabeza: Me tengo que ir de viaje.
Ahí comenzó mi odisea por buscar a dónde ir, cómo ir, con cuánto dinero hacerlo y por cuánto tiempo. Me aprovechaba de que tenía a Alan cerca para atacarlo con todas mis dudas y para que me diera los mejores consejos, tips y secretos. Tenía una cosa segura nada más: me quería ir sola.
Decidí viajar a España para empezar, visitar Madrid, Barcelona, Granada, Sevilla y por qué no, hacer un salto a Francia y visitar París también.
Compré mi vuelo seis meses antes del viaje porque encontré una buena oferta y justo tenía el dinero, pero sobretodo, porque de otra forma nunca me iría y lo postergaría. Mis padres creyeron que estaba loca cuando les dije que ya había comprado el vuelo, y aunque siempre me apoyaron, en el fondo dudaban de que lo fuera a hacer.
Llegó enero del 2015, estaba a solo tres meses de viajar, y la persona que más amo, mi confidente, mi cómplice, mi mejor amigo, y quien me enseñó todo en esta vida: mi padre, partió. Viví el momento más doloroso de mi existencia y creí que no iba a poder salir tan pronto de la tristeza.
Fue una decisión personal hacerme cargo de todos los gastos funerarios, pues tenía el dinero, era para mi viaje pero en ese momento no me importó, como sé que a muchos de ustedes no les importaría.
Ya más próximo al viaje pensaba en la idea de no irme, porque no sabía si iba a lograr juntar todo el dinero, y sobretodo porque estaba muy triste y no tenía ganas de investigar, de buscar hostales, museos… de nada; pero afortunadamente estoy rodeada de gente muy buena que de una manera u otra me ayudaron con lo que podían (económica y anímicamente) para realizar mi aventura viajera.
Finalmente llegó el día y emprendí el vuelo. Desde que llegué al aeropuerto pensé en mi papá, en que cuando yo regresara no iba a estar ahí para recibirme, que no iba a escuchar mis anécdotas. Estaba pensando en todo lo triste que me resultaba hacer este trayecto y aún, no lo empezaba.
Aterricé en Madrid con un nudo en la garganta y al mismo tiempo con el llanto contenido en tantas horas de vuelo, por supuesto que sentía que un avión era el peor lugar para llorar y más si tenía a la gente muy cerca de mí, pero solo bastó aterrizar y dar mis primeros pasos en el aeropuerto de Barajas, para comenzar a llorar de emoción, pero sobre todo porque seguía pensando en si estaba haciendo lo correcto. Me di cuenta que estaba sola, y no sabía si iba a aguantar el viaje así, aunque en el fondo sabía que lo hice para eso, para abrazar mi duelo. De todas formas, le envíe un mensaje de voz a mi mejor amigo, llorando, expresándole lo triste que me sentía, porque la distancia no cambiaba las cosas, él me contestó, quizá con las palabras más honestas que me han dicho: “Tranquila, Recuerda esto: Estás en Madrid, nos tienen que pasar cosas buenas a ambos y esta vez te tocó a ti, estar en Europa que tanto esfuerzo te ha costado, y que el haberte ido sola, habla de una mujer valiente, así que disfruta, diviértete y sonríele a la vida”, palabras que guardo para siempre en mi memoria, porque gracias a eso, comencé a disfrutar mi viaje. (¡Gracias Mario!).
De Madrid volé a Sevilla, y una vez ahí la caminé y me maravillé con su ambiente festivo, con la gente y sus atuendos flamencos, con su comida, con su música… Ahí es cuando descubrí que no era tan miedosa como creía. Los viajes hacen eso, nos enseñan quiénes somos en realidad.
Mi segunda parada fue en Barcelona. Ahí me quedé con mi amiga Karla, quien desde hace unos años reside ahí con su esposo e hijo, y fueron ¡tan generosos al abrirme las puertas de su casa! Me alimentaron con deliciosa comida casera, me desahogué con mi amiga en largas horas de plática, me llevó a conocer todos los lugares que yo quería y ¡me sorprendí de todo lo que es este lugar! Sin lugar a dudas, una de mis ciudades favoritas en el mundo.
Después llegué a París. Sabía que iba a ser difícil, ya que la ciudad del amor era uno de los lugares que más emocionaba a mi papá con la idea de que yo la conociera -creo que él hubiera querido hacerlo-. Llegué y era un día lluvioso. Caminé, me subí al metro, me bajé en Trocadero y al dar la vuelta, ahí estaba el ícono mundial: la Torre Eiffel. Medio tapada con las nubes grises, pero espectacular. Ahí me cayó “el veinte” de que estaba sola viajando por París. De que tenía la gran oportunidad de conocer el mundo, de comer en otros lados, de empaparme de otras historias y de otras culturas. ¡De conocer a otra gente! Subí la Torre y, ahí arriba, frente al cielo lluvioso -desde niña he disfrutado con mi padre las tardes de lluvia en el jardín de mi casa-, lloré, lloré y lloré, todo lo que no había podido llorar en 3 meses. Sobretodo porque estaba en un lugar que mi papá deseaba tanto conocer, y porque sé que él estaba conmigo, que estaba disfrutando junto a mí de ese momento, y me maravillé con las nubes grises que cubrían la impresionante ciudad. Traía mis audífonos con la música en “aleatorio”, y de pronto comenzó a escucharse “¿Qué será de ti?” de Roberto Carlos. No pudo ser más perfecto el timing: era el cantante favorito de mi papá. Ese es de los momentos más hermosos que he vivido.
Regresé a Madrid por el retraso de mi vuelo. Solo tuve un día para conocerla y, como era de esperarse, me fui directo al estadio pues como buena ‘pambolera’, quería dar el tour por el Santiago Bernabéu. En la noche fui a ver El Rey León, que al principio se me hacía una buena idea pero que ya durante la función ¡sufrí tanto! Y es que ¡todos conocen la historia! demás decir que las semejanzas con mi vida hicieron que terminara en un mar de lágrimas.
Al salir del teatro, caminé hacia mi hostal sobre La Gran Vía y me puse a recordar todo lo que había hecho durante esta travesía, y sobre todo en los próximos viajes que quería hacer en la vida. Me prometí llevar a mi papá a cada uno de los lugares que visite, y, a la fecha, puedo decirles que así lo he hecho. Ya ha ido conmigo al Vaticano, ha cantado desde la butaca en algún musical en Nueva York, ya probó la miel de Maple en Canadá, contempló el mejor atardecer en Venecia, y se aventó en las cascadas de la Huasteca Potosina.
¡Me fui a ese viaje con tantas preguntas! No logré tener la respuesta para todas, y no sé si algún día las encontraré, lo único que me quedó muy claro es que: Yo no viajo sola, yo viajo con mi ángel.