Por: Julián García Guillén
Vancouver, British Columbia, 10 de mayo de 2024, 9:54 p.m., la luz del día fenece. Desde Montreal y la parte este de Canadá el rumor corre: Auroras boreales son visibles. La tormenta solar más intensa del planeta en los últimos 20 años: la causa.
Incredulidad, escepticismo, pasan por la mente, más la duda cruza el umbral y salí al balcón. En medio de los edificios hay una línea verde. “Es psicosomático pensé”, pero la evidencia de la cámara era clara.
200 metros abajo parecieron una eternidad. Vancouver Harbour lucía como cada noche la tranquilidad de sus yates suspendidos en aguas de la bahía. Ahí, al final del horizonte estaban ellas, fáciles y desenfadadas. Auroras boreales nacían desde Grouse Mountain al zenit. Piel erizada y asombro desnudaban mi mirada.
Minutos antes del encuentro, Alan x el mundo rememoraba en mi pantalla la caza de las auroras boreales con Manumanuti. No podía ser, las auroras boreales canadienses son visibles en Whitehorse, a 2397 kilómetros de mi posición. “No se obsesionen con fotografiar las auroras”, decía en las conclusiones finales Manu. No se pueden fotografiar con un celular, se necesita una cámara réflex, comenta junto con Alan.
Mi asombro me permitió moverme. De mi chamarra el modelo ultra de la última generación de Samsung intentó cazar mi mirada. Su sistema nightshot permitió registrar con mayor nitidez lo que mis ojos podían distinguir con claridad, en trazos que sólo Dalí podía haber plasmado en la bóveda celeste canadiense.
El Centro de Predicción del Clima Espacial de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) de Estados Unidos emitió una alerta de tormenta geomagnética severa (G4), la segunda clasificación más peligrosa. La advertencia es la primera en su tipo desde enero de 2005. Se observaron al menos cinco eyecciones de masa coronal (CME, por sus siglas en inglés) dirigidas a la Tierra. El impacto se tiene previsto del 10 al 12 de mayo.
Las CME son explosiones de plasma y campos magnéticos de la corona solar. Cuando se dirigen a nuestro planeta provocan tormentas solares. Se consideran peligrosas para la vida en el planeta terrestre. Sin embargo, el globo cuenta con un escudo protector natural que es efectivo contra la actividad solar. El campo magnético y algunas características de la atmósfera desvían o contienen las partículas energéticas que llegan desde el espacio.
La institución advierte que una tormenta solar poderosa tiene la capacidad de poner en jaque a los sistemas de comunicaciones de todo el mundo. La interferencia electromagnética, la sobrecarga de redes eléctricas y la alteración de la ionósfera, asevera, son algunas de las consecuencias inmediatas. Las comunicaciones, los sistemas de navegación, las operaciones de radio y satélites podrían registrar interferencias.
Vancouveritas me expresaron su asombro y lo inédito del fenómeno en su ciudad, lejos de Whitehorse, localizado en los Territorios del Yukón a las márgenes del río homónimo.
Diversas nacionalidades e idiomas testificábamos el fenómeno. Misión lograda: cazar una aurora boreal. Quizá como decía Manu la cámara de mi teléfono hizo trampa y enfatizó las auroras. Pero mi mirada y mi memoria no. Dios me regaló la dicha de ser testigo.
Viajeros, una mañana después, más allá de la experiencia única, este tipo de fenómenos nos debe hacer reflexionar sobre lo frágiles que somos como especie y la autoridad de nuestro universo. Estamos expuestos a fenómenos ajenos a nuestra voluntad, pero también a la misma voluntad. El cambio climático es una realidad, que año con año sus estragos son más catastróficos. Somos inertes ante las llamadas de auxilio, seamos empáticos con nuestro entorno, la resiliencia no basta. El planeta puede seguir sin nosotros.
En tanto, ¡esta noche saldremos de nuevo de caza!