Por: Ignacio González
Decidimos, por ahorrarnos unos pesos, comprar el vuelo México-Vancouver de las 6 am con una escala en San Francisco de 24 horas para aprovechar el tiempo y turistear un poco por la ciudad. Decidimos también, por aquello de que teníamos que madrugar, y de que no hubiera posibilidad de perder el vuelo, según nosotros, quedarnos en el hotel justo en frente del aeropuerto de la Ciudad de México. Decidimos que era una gran idea ir a cenar y tomar algo la noche previa al vuelo, y fuimos a uno de mis bares favoritos, Le Tachinomi Desu, discretamente ubicado en la colonia Cuauhtémoc en un local que no dice nada por fuera y solo tiene sobre la puerta el dibujo de una botella con una libélula reposando sobre ella.
Un tachinomi es un tipo de bar japonés en el que no hay asientos y al que la gente suele ir después de un arduo día de trabajo para tomar y comer algo antes de ir a casa. Este tachinomi en particular tiene la opción de pedir a la carta o bien un “omakase”, es decir, un menú en el que uno se encomienda al chef y disfruta lo que sea que él decida servir, que en este caso consistió en cuatro tiempos que fueron preparados en la apantallante cocina del bar, apantallante porque consiste en una olla sobre una hornilla de inducción y una parrillita donde el chef asa al carbón algunos de los ingredientes, y eso es todo. El plato que más vívidamente recuerdo es una coliflor salteada sobre lo que aparentemente era mole negro, la sorpresa al darle el primer bocado es que el mole está mezclado con miso (ese delicioso condimento japonés hecho a base de semillas de soya y hongo koji) y el inesperado sabor es increíble. Para amenizar la noche decidimos pedir sake, lo que por supuesto nos llevó a pedir otras bebidas cuando la botella se acabó y eventualmente de alguna forma acabamos en una fiesta cerca del centro histórico de la ciudad. Lamentablemente Le Tachinomi Desu es un poco es oscuro y entre eso y que la estábamos pasando muy bien, no tengo fotos que mostrarles de esa parte de la noche.
Después de otras cuantas bebidas, la angustia de perder el vuelo, que para este momento era ya dentro de pocas horas nos llevó a despedirnos y pedir el uber para volver a casa. Soy un firme ferviente de que una noche de copas no puede terminar sin una parada en algún puesto callejero a devorar algo, así que cuando llegaron por nosotros le pedí al chofer de uber que por piedad nos llevara a Los Cocuyos. Esta taquería ubicada en el corazón de la ciudad es una institución, incluso me atrevo a llamarla un templo de los tacos de suadero (que también los de tripa son una joya por cierto), no hay mejor forma de terminar la noche que comiéndose al menos tres, no sé si la explosión de sabor provenga de la alberca de manteca en la que los trozos de carne nadan y se cocinan durante horas, pero el caso es que son increíbles e imperdibles.
Para cuando llegamos al hotel faltaban un par de horas para tener que estar ya en el aeropuerto, y aquí nos enfrentamos una difícil decisión, esperar despiertos dos horas o dormir un rato arriesgándonos a perder el vuelo… por supuesto que decidimos dormir un rato. Despertamos una hora después de que nuestro avión había despegado, y no tuvimos otra opción que correr al mostrador de United Airlines despeinados, ojirojos, trasnochados y probablemente con un ligero aliento alcohólico a suplicar que nos pusieran en algún otro vuelo; lo que afortunadamente fue sorpresivamente fácil y barato. Tres horas después ya íbamos rumbo a nuestro destino final (porque eso sí, la breve visita a San Francisco la perdimos).
Vancouver es una ciudad ubicada en la costa oeste de Canadá, prácticamente colindante con Estados Unidos, y en palabras de un amigo, una puerta a Asia, una probadita de ese continente, porque tiene una de las mayores concentraciones de habitantes de origen asiático en el continente americano y eso hace que gastronómica y culturalmente sea una ciudad muy especial.
Llegamos súper tarde al hostal y agotados así que nos dirigimos directo y sin paradas a la cama. A la mañana siguiente lo primero que hicimos fue ir a descubrir la increíble cultura de café que la ciudad tiene. Quizás no sea famosa por ello (aún) pero Vancouver tiene una gran cantidad de cafés y de excelente calidad, tanto en el diseño de los locales como en la calidad del café y del pan que elaboran. Revolver y Small Victory son un par de mis favoritos, en el primero es donde se puede conseguir la mejor taza de café, el espacio está dividido en dos cuartos cálidamente adornados en acabados de madera y metal, siendo el segundo una enorme mesa comunal donde puedes sentarte a disfrutar en compañía de otros amantes del café. Sin embargo si lo que el cuerpo exige por la mañana es pan para acompañar el café, la mejor opción es Small Victory, hacen cosas deliciosas, yo no soy muy afecto al pan pero ni así pude resistirme a probar alguna de sus horneadas creaciones. Cualquiera de los dos es una gran forma de empezar el día.
A Vancouver y la zona aledaña se va por varias razones, la principal es probablemente la variedad de actividades y deportes que se pueden realizar al aire libre, bici de montaña, hiking, ski y no sé qué tantas otras; la verdad es que a mí lo que más me entusiasmaba era descubrir y probar el resultado de la mezcla de culturas en Vancouver, muchas de ellas provenientes de Asia, pero otras tantas del continente europeo.
El primer restaurante al que fuimos y al que de hecho quise regresar toda la semana — pero nunca pude porque mis amigos me acusaron de intenso y obsesionado— fue Meat & Bread en donde venden el mejor sándwich de porchetta que yo haya tenido el gusto de llevarme a la boca. La carne de cerdo estaba jugosa y perfectamente sazonada y quizás el toque mágico se lo daba la piel de cerdo doradita, casi como un chicharrón, todo dentro de un pan recién horneado. Gran, gran lunch.
Posteriormente empezó ya en forma el tour de comida asiática, pero sobre eso les contaré en mi próxima colaboración. Mientras tanto pueden seguirme en mi cuenta de Instagram @ignaciogzz.