Por: Mónica Montoya
Uno de los viajes que más he disfrutado es a Japón. Desde que iba en el avión mi mente no concebía el destino.
La sorpresa fue la constante de este viaje pues la verdad no conocía nada de él, a excepción de Hello Kitty. Cada comida, letrero, tienda, periódico, auto, edificio, esculturas, hasta el uso horario, todo, todo me parecía extraordinario. Me sentía como “Hopps” la coneja de la película “Zootopia”.
Llegando al aeropuerto de Narita, mi amiga Keiko me recibió; ella fue el motivo del viaje pues me invitó a conocer su trabajo como organizadora de eventos. Condujo cerca de 4 horas y durante el recorrido traté de imaginar las diferencias que existen entre el conducir en carriles izquierdos y con el volante del lado derecho. A veces se me olvidaba que así es allá y sentía que íbamos a chocar.
Las dos ciudades destino eran Nagoya y Tokio. Aunque Tokio quedaba más cerca del aeropuerto de Narita, fuimos primero a esta última por motivos de su trabajo.
Como ya era de noche y faltaba la mitad de camino, parte del equipo con el que trabaja ya nos estaba esperando para cenar y descansar en el hotel Grand XIV Hamanako Golf & Spa Resort. Estaba tan cansada que solo cené un sándwich mientras escuchaba a un pianista amenizar la noche, y a Keiko hablando con su equipo en Japonés. Poco después me fui directamente a dormir.
Fue al despertar que me di cuenta que estaba en una habitación enorme. Usualmente por la silla de ruedas me dan habitaciones grandes con dos camas, en donde además de sobrarme espacio, me hace querer tener ahí a toda mi familia y a mis amigos.
Característico de Japón son las porciones pequeñas en los alimentos, además de que su alimentación es muy saludable, y es atractiva a la vista pues tienen una forma única de acomodar los alimentos. Si vas a Japón debes saber usar los palillos, pues en escasos lugares te podrán proporcionar cubiertos.
Después del lujoso descanso, el viaje en carretera continuó. Pocas horas después habíamos llegado a la ciudad de Nagoya, en donde lo común son dulces sabor camarón; la verdad es que me costó trabajo encontrarle el gusto. También encontré algunos espacios inclusivos para personas con discapacidad visual y motriz.
Recuerdo bien que despertaba con la luz del amanecer a las 5:00 am, aún afectada por el jet lag. Me encantaba ver el amanecer, la emoción del primer pensamiento al despertar, y saber que estaba en Japón, es lo más bonito que recuerdo. Un mismo sol en un lugar diferente.
En el trayecto de Nagoya a Tokio me causó curiosidad este pequeño monumento. Mi amiga me platicó que por todas las costas del país hay piedras similares llamadas Tsunami. Como Japón se encuentra en una zona altamente sísmica, estás piedras indican que no se deben construir casas más abajo de esa altura porque corren el peligro de ser destruidas por las corrientes.
Tokio era mi lugar esperado, aunque me faltó experimentar la vida de noche porque mi compañera estaba en plan trabajo. Sin embargo, disfruté a cada instante los momentos con Keiko.
Asakusa es uno de los barrios más importantes del centro de Tokio. Ahí se encuentra el templo Sensoji y la calle Nakamise-Dori donde pude comprar souvenirs y dulces típicos.
Cabe mencionar que aunque en algunos establecimientos y calles no encontré rampas para sillas de ruedas, siempre tuve a una amiga dispuesta a ayudarme.
Cuando vi la torre de Tokio agradecí a la vida el poder ver con mis propios ojos algo que solo conocía por los iconos de Whatsapp.
Japón es un lugar con magia propia, su gente es noble y amable. Si al viajar lo que buscas es el factor sorpresa, la isla es el destino ideal.
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