Por: Manu Espinosa
Mi viaje a Campeche fue como la última película de Disney; el viaje de Miguel -en este caso Manuel- el bisnieto de Coco, al Más Allá.
Cuando me invitaron a conocer Campeche tuve un lapsus geográfico y no lograba ubicarlo en mi mapa mental.
Durante muchas décadas su economía estuvo basada en la producción petrolera, pero en años recientes ha decidido apuntar también por el turismo y sinceramente, tiene todo para convertirse en un destino importante para los visitantes nacionales y extranjeros.
Campeche es precioso y tiene un gran diversidad, tanto histórica como natural.
Su acérrimo rival siempre ha sido Yucatán, pero si se les ve a ambos desde un punto de vista neutral, tienen muchísimas cosas en común; desde el acento cantadito (Can-ta-di-to) y su fuerte influencia prehispánica maya, hasta la exquisita comida y la influencia colonial en sus ciudades capitales y en sus haciendas.
Y por supuesto, las tradiciones de Día de Muertos.
Capítulo I. Los muertos viven
En el mágico Pueblo de Pomuch se celebra el Día de Muertos del 31 de octubre al 2 de noviembre; sin embargo, tienen una tradición escalofriantemente singular a lo largo de todo el año.
Después de tres o cuatro años de muertos (cuando todo rastro de carne ha desaparecido) los locales exhuman los huesos de sus parientes difuntos y periódicamente (sin importar la fecha) limpian las criptas y desempolvan las osamentas.
Caminé a través de los estrechos pasillos, y era como visitar un museo de cadáveres al aire libre. Poco a poco iba encontrando, además de esqueletos, personas muy dedicadas en el cementerio; con escobas y cubetas lavan las criptas como si estuvieran enjuagando el patio de su casa, y toman los huesos cuidadosamente como si fueran arqueólogos y los empiezan a desempolvar con una brochita de pintor.
Conocí a un señor que estaba limpiando los huesitos de su hijo que murió pocos días después de haber nacido, y otro, en compañía de toda su familia, cepillaba los huesos de su padre que murió a los 80 años. “Sus huesos cada vez se hacen más pequeños” me dijo en español con acento maya.
La tradición de la Villa de Pomuch es muy familiar, y es una forma -muy particular- de mantener vivo el recuerdo de la gente que ya no está con nosotros.
Capítulo II. La entrada al Más Allá y el Festín de Muertos
El 31 de Octubre por la mañana, (el cumpleaños de mi madre, por cierto, porque es bruja jajaja) me dirigí a la impresionante Hacienda Uayamón, a unos 30 kilómetros del Centro de Campeche.
¡Qué lugar tan mágicamente hermoso! con arcos en ruinas, albercas con columnas dóricas y lirios violetas, recámaras ocultas en la selva, y por supuesto una ceiba portentosa -uno de los árboles más impresionantes que he visto en mi vida.
Los mayas creían que estos árboles eran sagrados y constituían la entrada al inframundo. La altura de estos árboles hizo creer a los mayas que sus ramas soportaban a los 13 cielos, mientras que sus profundas raíces eran los medios de comunicación entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
Ese mismo día por la noche, ya de vuelta en Campeche, caminamos hasta la Puerta de Mar para asistir al concurso nocturno de altares, que se extendía desde allí hasta el otro extremo de la antigua muralla, la Puerta de Tierra, a lo largo de la calle 59.
Fue un despliegue de creatividad basada en la cultura mexicana de la muerte y el maya Hanal Pixán, el festín de los muertos.
Entre cirios encendidos que retaban al viento en la oscuridad, y millones de pétalos anaranjados de cempasúchil, visitamos uno por uno los altares, umbrales que conectan nuestro mundo, el “Más Acá”, con el “Más Allá”.
En nuestro país amamos tanto nuestra comida que una vez al año los antojadizos espíritus regresan del inframundo a pasar tiempo con su familia, a saborear sus platillos favoritos y tomar sus bebidas predilectas.
El pueblo maya le llamaba “Hanal Pixán” o comida de las ánimas y del 31 de octubre al 2 de noviembre las almas vienen a concederse un delicioso festín: pibipollo, pan de muerto, tamales, salbutes, dulces típicos y fruta de temporada, fresca y cristalizada; de beber atole, chocolate, aguas frescas, refrescos y licores.
“Ojalá los “muertitos” traigan tupper, porque hay hasta para llevar” pensaba, mientras veía toda esa abundancia gastronómica y no dejaba de pensar en un episodio más de Gordos por el Mundo.
Al final te recibía una Catrina monumental como un “Caronte” (el barquero de Hades) folclórico a las puertas de la Necrópolis Mexicana, y marcaba la terminación del recorrido.
Capítulo III. La comida de la resurrección
El pibipollo (o mukbil pollo en Yucatán para los controversiales) es un platillo con base de maíz y xpelón (frijoles tiernos), relleno de carne, envuelto en hoja de plátano y horneado bajo tierra. Solo se prepara durante las celebraciones de Día de Muertos y es el elemento principal de los altares en las zonas mayas de México.
Un manjar de la región, que los campechanos se especializan en cocinar cada año aún de la forma tradicional, y que involucra a todos los miembros de la familia, quienes se reúnen para cocinarlo y degustarlo.
La mañana del primero de noviembre, fui a Tenabo, donde la familia del historiador José Euan, prepararía el singularmente delicioso pibipollo. Es algo muy parecido al “curanto” argentino en su modo de preparación, pero con ingredientes nativos de la región peninsular.
Don José, su padre, cavó un hoyo en la tierra (el pib) y prendió el fuego, juntó la leña y las hojas de ramón, con ayuda de sus nietos; mientras Doña Ofelia (su madre) con sus hijas y nietas, preparaban la masa con xpelón y calentaba el pollo, el cerdo y la res que después usarían como relleno para ese tamal gigante, envuelto en hoja de plátano.
Realizaron 5 pibipollos de la forma moderna, usando un molde metálico que facilita la tarea, y uno a la forma tradicional, sin molde, que requería maestría y muchas manos. Cuando estuvieron listos, seis de ellos, los echaron directo a la leña incandescente, los cubrieron con un costal y luego le echaron la tierra encima. No me sorprende que el pibipollo sea símbolo de la muerte y la resurrección.
Dentro de la cosmovisión maya, sus ingredientes al ser cocinados representan a un difunto. La masa del pibipollo, representa la piel del muerto, pues de acuerdo al Popol Vuh, el libro maya que relata la creación del mundo, el hombre fue hecho de masa. Las entrañas son representadas por el guiso de carne con que se rellena el platillo; los frijolitos de xpelón figuran la putrefacción del cuerpo humano al morir, mientras que las hojas de plátano son las mortajas. Finalmente, el hoyo de tierra donde será cocinado es la tumba.
Cuando llegó el momento de desenterrarlo, una hora 15 minutos después, uno de los pibipollos se destinó al altar de la casa, para las ánimas queridas, y el resto para la numerosa familia de los vivos y de los invitados, como yo.
Ese día en la noche volvería a la Ciudad de México y para mí fue como si hubiera regresado al mundo de los vivos. Campeche y su inframundo me dejaron encantado, no solo por los festejos de Día de Muertos sino por todos sus lugares extraordinarios para los vivos, de los cuáles les platicaré en otra ocasión.
“El viajero aprendió a no temerle a la muerte,
es mejor morirse pero de ganas por vivir”.