Por: Víctor Torres Aedo
Bueno, como a muchos de ustedes, me encanta viajar; este año mis vacaciones fueron especiales, la razón: mi primer viaje solo. Había leído un montón sobre viajar solo y los beneficios de hacerlo, y la verdad, mis expectativas se superaron con creces.
Vamos por parte, para este viaje tenía 3 objetivos: primero, andar en camello por el Sahara marroquí; segundo, volar en globo aerostático en la Capadocia y tercero, conocer Londres. Como verán, geográficamente son destinos alejados entre sí, pero como soy de Chile y el viaje de por si es largo, planifiqué todo de tal manera que no hice ningún vuelo de más de 3 horas.
Luego de 17 horas volando (más una escala en París de 5 h.) llegué a Marrakech, donde inmediatamente recibí el choque cultural del cual me habían advertido, pero no esperaba que fuese tan evidente. Partiendo por negociar la tarifa del taxi, después, intentando alejar a los falsos guías dentro de la medina, que como se imaginarán, luego del extenuante viaje fui presa fácil y me “cagaron” con 5 euros. Un poco asustado dejé la mochila en el hostal y luego de comer un rico tajine, salí a recorrer la plaza djema l fna, la cual, si bien arquitectónicamente no tiene nada especial, lo que destaca son las actividades que tienen lugar allí. Es increíble, pues en cada punto donde se mire ocurren cosas peculiares, hay tatuadoras de henna, encantadores de serpientes y monos, cuenta-cuentos, músicos y bailarines gnawas que entran en trance; también dentistas, los mejores jugos frescos que he probado y comida típica marroquí. En definitiva, un universo de actividades que bien merecido tiene el título de patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Estuve 2 noches más en Marrakech, perdiéndome por su medina, regateando en el zoco y recorriendo los palacios.
Desde Marrakech contraté un tour al desierto, cabe mencionar que los precios no son fijos, así que deben cotizar y negociar (no hagan como yo, que aunque tuve suerte, agarré el primero que me encontré). Salimos desde Marrakech, recorrimos: el Atlas medio, Ait Ben Hadou y pernoctamos en un hotel en las gargantas del Dadés; al otro día, partimos a las dunas de Erg Chabbi, recorrimos un pueblo bereber y las gargantas del Toudra.
Para llegar en la tarde a montar los camellos, si bien, son bastante incómodos, considero que son la mejor forma de recorrer las dunas, apreciar el paisaje y sentirse como un explorador. Una vez llegamos a nuestro campamento, subimos a la cima de una duna para apreciar el atardecer, una experiencia sobrecogedora que jamás olvidaré. Dormimos al aire libre sobre la arena escuchando el ruido del viento y apreciando el silencio del desierto.
Continué mi viaje hacia Fès, donde tuve la oportunidad de tomar un tour por su espectacular medina con un guía local, quien además, era filósofo y nos enseñó bastante de la idiosincracia marroquí.
Luego de dos noches partí a Marsella, donde me quedé en un pueblo llamado Cassis, muy tranquilo y bonito sobre la costa del mediterráneo, me sirvió para descansar de la sobrecarga de sensaciones que me produjo Marruecos. Me quedé un par de días y el dueño del hostal nos llevó a hacer un trekking por Les Calanques, un espectacular parque nacional junto al pueblo.
Llegué a Estambul desde Marsella, Me alojé en el hostal, en el cual, me quedé el año pasado, donde volví a encontrarme con el dueño, quien me dio datos para salir un poco de la zona turística de Sultanahmet y los bazares. Así pude recorrer la zona de Karikoy, la torre Galata, la plaza Taksim y el increíblemente lujoso palacio Dolmabahçe. Aproveché el buen clima para cruzar a la zona asiática donde visité el barrio de Kadikoy y su mercado de pescados, además encontré una feria artesanal con productos típicos turcos (no solo souvenirs) y conocí el barrio Moda, el cual, corresponde a la zona más “hipster” de la ciudad. Aproveché también de disfrutar la agitada vida nocturna y comí en un restorán donde reviven las antiguas recetas de los sultanes otomanos.
Para llegar a la Capadocia, tomé un vuelo hacia la ciudad de Kaysieri a unos 80 km. de Goreme, pueblo cabecera y el centro para iniciar los tour por la zona. Me fui en transporte público, me perdí en uno de los transbordos, en una ciudad donde nadie hablaba inglés, pero que gracias a la amabilidad de los turcos y su paciencia me pudieron ayudar con señas. Una vez llegué a Goreme me vi gratamente sorprendido, pues el hostal estaba edificado en una cueva. Al día siguiente, muy temprano en la madrugada, me pasaron a buscar al hostal los del tour del globo aerostático, luego de una breve charla de seguridad y un contundente desayuno, partimos a subirnos a los globos, me sentí empequeñecido frente al gran tamaño de estos, me subí junto a 16 personas más en uno y rápidamente nos encumbramos a 800 m. sobre el suelo. A pesar de mi miedo a las alturas, debo decir que no sentí nada, debido a la suavidad del despegue y lo espectacular que es ver el amanecer y como las caprichosas formas geográficas de la zona cambian a medida que la luz también lo hace. El piloto condujo el globo hacia abajo y pasamos a través de un cañón, casi tocando las copas de los árboles, luego volvimos a subir, para finalmente aterrizar impecablemente sobre el remolque. Durante la tarde recorrí por tierra el valle, las ciudades subterráneas de más de 4000 años de antigüedad y las iglesias de los antiguos cristianos.
Una de las cosas que más me marcó del viaje, fue haber conversado con un mesero en un restorán. quien era un joven de 22 años afgano, que escapó de su país a pie, atravesando las montañas afganas, iraníes y turcas. Su motivo: huir de la guerra, que se llevó la vida de uno de sus hermanos y donde otro perdió las piernas. Evitando repetir su destino, escapó con el objetivo de llegar a Alemania. Llevaba dos meses en Goreme y, a pesar de todo el sufrimiento, sonreía y tenía confianza en su futuro. Esta situación me conmovió profundamente y me hizo sentir un profundo agradecimiento de haber podido viajar y conocer estas historias de manera directa; me abrieron los ojos y me hicieron ser consciente de las realidades de este mundo y que me permiten valorar las oportunidades que he tenido y el país en que nací.
Después de Turquía, visité por una semana Bélgica, donde recorrí Bruselas, Gante, Brujas y Amberes. Probé las mejores cervezas, comí las (literalmente) más infartantes papas fritas y aluciné con los chocolates. Además conocí gente increíble en los hostales, y me reencontré con una amiga en Amberes, quien me contactó para alojarme.
Crucé el canal de la mancha en el Eurostar y llegué a Londres, donde por Couchsurfing me quedé por dos noches. El problema, es que no leí las condiciones de la casa, dentro de las que figuraba la suspensión del wifi durante todo el domingo con el fin de conectarse con dios, e ir a una misa bautista a las 5 de la tarde. Yo como agnóstico debo decir que me quise oponer, pero para demostrar agradecimiento y respeto por la hospitalidad brindada acaté sin chistar. Lo bueno es que se estaban quedando un español y un argentino con los que salimos a recorrer mientras bromeábamos sobre nuestra situación. Me fui (sí, escapé) a un hostal donde me quedé otras dos noches más, y recorrí las clásicas atracciones de la ciudad.
Ya finalizando el viaje retorné a París, donde me alojé en el barrio de Belleville, un barrio de inmigrantes con mucha vida y carácter, me fui de fiesta por la calle Oberkampf, recorrí la ciudad en bici, conocí el barrio de Le Marais, el centro Pompidou y una feria de las pulgas cerca del Marche des Enfant Rouges.
Para no aburrirlos más con detalles. En conclusión, les recomiendo en un 100% viajar solo, ya que, permite conocer un montón de personas increíbles, darse cuenta que a pesar de todos nuestros miedos y prejuicios, las buenas personas abundan en el mundo y siempre están dispuestos a ayudar. En lo personal, me sirvió para estar agradecido de todas las cosas buenas que la vida me ha dado y lo más importante es que debo buscar una forma de retribuir esto a la sociedad. Espero mi experiencia les sirva, se animen a salir y a dejar de lado los “peros”.
Buenos viajes. Víctor.