En múltiples ocasiones he leído y escuchado la frase “primero hay que conocer tu país para luego salir al extranjero”. He de decir con toda honestidad que no puedo estar más en desacuerdo con ella. Aquí explico el porqué.
Las razones por las que los seres humanos viajamos son muchas y van más allá del simple hecho de visitar lugares bonitos. Si bien casi todos los seres humanos descubrimos la palabra viaje visitando algún lugar de nuestro propio país, es en los sitios más lejanos y opuestos a nuestra cultura donde encontramos su verdadero significado. Viajar no es un acto de nacionalismo.
Hablaré por mí.
Amo mi país, México. ¡Tenemos tanto y para todos! Playas, desiertos, selvas, ríos, lagos, ciudades enormes, pueblos mágicos, y más mucho más. Pero decir que he pisado todos los estados de la república es una mentira, he viajado mucho a través de ella, pero no, no conozco todos esos rincones, no conozco Campeche, no conozco Zacatecas y puedo seguir nombrando muchos otros lugares que me faltan por visitar. Pero no me siento mal, están en la lista. Ya los conoceré.
Me gusta visitar países lejanos porque soy un enamorado de Asia y porque al enfrentarme a un entorno tan ajeno al mío es donde más aprendo y encuentro crecimiento. Al tratar de entablar una conversación con un adolescente vietnamita, con una mujer china o con un nuevo amigo islandés se enriquece mi cultura y se acentúa mi mexicanidad. ¡Aquí estoy! Son mexicano y viajo por el planeta. Pero antes que nada soy un ciudadano del mundo, como los otros 7 mil millones de personas que habitan el globo terráqueo.
De esa forma le enseñé a una niña marroquí que México está en America, le expliqué a mi amigo Japonés por qué mi español no es como el de los españoles y celebré en Marruecos el legado de Cantinflas. Al mismo tiempo ellos me enseñaron parte de su cultura, de su forma de pensar y al final, entendí que todos somos iguales. Somos parte de lo mismo, de un gran todo.
Curiosamente he valorado más a mi país al visitar otras naciones porque veo lo que tenemos y lo que nos hace falta, porque entiendo el potencial y los errores que hemos cometido. Porque al viajar a otros países he descubierto que los mexicanos tenemos todo para vivir en el paraíso pero no hemos despertado. Pero no soy un viajero nacionalista, veo a mi país como parte de un todo, de un conjunto. ¿Qué viajero de corazón no sueña con un mundo sin fronteras? Allí no cabe el nacionalismo.
Eso no quita en lo absoluto el amor que le tengo a mi patria ni lo mucho que disfruto viajar por sus ciudades, pero jamás usaré esa bandera para congratularme, para crear empatía. Estaría traicionando muchas de las libertades que me han regalado los viajes.
Durante décadas, grandes intelectuales y pensadores han hablado sobre el poder corrosivo del nacionalismo. Ese espíritu exacerbado que se utiliza por líderes hipócritas con fines de manipulación y mercadotecnia. Un nacionalismo alejado completamente de un verdadero amor a la patria. Los viajeros no podemos permitirnos tal tropiezo, ya lo dijo Camilo José Cela “El nacionalismo se cura viajando”.
No viajo sólo para ver lugares bonitos. Viajo para hablar sin idioma, para aprender de lo diferente, para rezarle a otros dioses, para tratar de entender la historia -por lo menos la que nos cuentan- y para borrar las fronteras de mi mente. Porque al viajar lo que nuestros ojos observan es sólo un canal para conectarnos con algo más allá de lo divino, de lo espiritual. Al final, el sitio es sólo un vehículo.
Viajar es una inversión y cada quien decide dónde hacerla de acuerdo a su gusto, necesidad, objetivo y posibilidades. Cada quien escoge su camino con base en el destino que quiere alcanzar. El viajero sigue a su llamado sin importar que tan cerca o lejos esté.
Como viajeros debemos celebrar la belleza del mundo y eso incluye el lugar donde vivimos, pero no lo pone en un lugar preferencial. Sólo así seremos finalmente dignos habitantes de este planeta tierra al cual llamamos hogar.
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