Por: Anayeli Caraballo A.
Me encanta viajar, quizá no lo he hecho tanto como quisiera, pero puedo decir que he vivido y disfrutado los olores y sabores de algunas ciudades del mundo. Hoy mi relato no es de esas vivencias divertidas e ideales que uno vive en un viaje, este relato es de experiencias que nos trasforman y nos hacen crecer.
El 20 de septiembre del 2017, María azotó la isla del encanto. Catalogado como huracán categoría 4, alcanzó la pequeña isla caribeña alrededor de las 6:15 am, causando pánico entre la población, y los turistas.
He de decir que tengo la dicha de que corra por mis venas sangre Mexica y Taína, pero para mí desgracia, el año pasado mis 2 naciones, mis 2 amores sufrieron terriblemente a consecuencia de fenómenos naturales.
El 19 de septiembre me encontraba haciendo compras de pánico, había decidido pasar el cumpleaños de mi padre a su lado, pero las cosas no sucedieron como lo esperaba. La noticia de la llegada del huracán nos tenía vueltos locos a todos, comprando comida, y sobre todo agua, la cual estaba racionada por persona. En ese momento sonó mi teléfono, era una llamada desde México. Ocurrió lo predecible el día inimaginable. Tenía que hacer un recorrido de por lo menos 3 horas, desde la comunidad de Manatí, hasta el poblado de Lajas, pero no podía concentrarme, sólo quería saber si mi madre y el resto de mi familia estaban a salvo.
Observaba el asombro de mi hermana boricua al reconocer en un video paisajes como Xochimilco, moviéndose de un lado a otro, esperando que en cualquier momento el agua saliera de su cauce. Nos enteramos del colegio que se desplomó, vimos cómo ardió la azotea de un edificio, nos enteramos de las afectaciones en la Roma y la Condesa. Mi familia y amigos boricuas me abrazaron, dijeron que estaban con los mexicanos, que cuando pasara la tormenta mandarían ayuda… no teníamos idea de lo que nos esperaba.
Conforme avanzaron las horas, el poder del huracán podía sentirse. Por la noche, ya en Lajas veía en el televisor las imágenes de mi amado México devastado por el dolor y la angustia, de la misma forma que lo había estado 32 años atrás. Mi padre agradecía que yo estuviera a su lado, mientras yo, sólo deseaba estar aquí para ayudar.
El 20 de septiembre a las 9 de la mañana desaparecimos del mundo. No hubo más electricidad, quitaron el agua, no había móviles o servicio de telefonía local, todos estábamos atemorizados en nuestras casas, escuchando la fuerza de la naturaleza en el exterior. Así pasó el día más largo de mi vida, escuchando como el viento se llevaba techos de algunos vecinos, viendo a través de la ventana como algunos árboles caían, observando como las calles se convertían en ríos. Llegó la noche y la intensa tempestad cesó alrededor de las 23 horas. No había nada por hacer, sólo nos acompañaba el profundo silencio, nadie sabía nada de sus seres queridos… y así sería por varios días.
Al día siguiente, ansiosos por saber qué había ocurrido, descubrimos que no había forma de comunicación, nuestro único medio de información era una vieja radio, la cual se convirtió en nuestro mayor tesoro. Puerto Rico había desaparecido para el mundo, y el mundo para Puerto Rico. Yo estaba desesperada por tener noticias de México. ¿Habrán tenido alguna réplica? ¿Trabajaron al día siguiente? Estaba concentrada en mis pensamientos cuando al escuchar la radio una noticia me sacó de mis pensamientos. El Alcalde de Dorado reportaba en emergencia su comunidad. Más de mil casas se encontraban sin techo alguno, a mi mente venían imágenes del lugar, recordando la tarde que pasé bailando al ritmo de los grupos locales, bebiendo cerveza y jugando una partida de dominó. Ir a Puerto Rico y no jugar dominó, cuenta como visita no hecha a la isla.
Poco después habló el alcalde de Arecibo… el faro se había perdido. Una de las principales atracciones de Puerto Rico estaba deshecha a consecuencia de María, también hablaron de Isabela, con ese hermoso mar que se abre inmenso sólo para ti, el viejo San Juan estaba completamente cerrado, no podía creer que un lugar tan hermoso estuviera en ruinas. Los caminos que comunican la isla estaban inaccesibles, no había un solo poste de luz en pie.
Los alcaldes tenían que encontrar la forma de llegar a la capital para informar la situación de sus pueblos, ya que no había forma de comunicarse.
Decidí salir a la calle. La poca gente que encontré estaba levantando ramas y árboles, reparando sus techos, curando a sus animales, haciendo inventarios sobre las pérdidas, ayudándose entre sí, fue cuando comprendí que estábamos solos.
Así pasaron los días, sin que yo supiera de mi familia en México o ellos de mí. Cuando por fin pude llegar a San Juan, y tener servicio telefónico de inmediato me comuniqué. Mi madre no podía dejar de llorar al escucharme, y me puso al tanto de lo que aquí ocurría.
Por mi parte, le informé que no había aeropuerto funcionando en la isla, que llamara a mi trabajo para notificarles que no iba a poder regresar en la fecha acordada, pero que estaba tranquila, esta experiencia me había dejado en claro que también era boricua, que mi pueblo también me necesitaba. Mi corazón había entendido que puede dividirse.
Pasó una semana más, y la única forma de salir de Puerto Rico fue en barco, hacia República Dominicana. El domingo 1 de octubre tuve el mejor regalo de cumpleaños, “México lindo y querido, si muero lejos de ti”.
Ha pasado un año, y tanto México como Puerto Rico se levantaron. Como dice calle 13 en su tema Latinoamérica, “este pueblo no se ahoga con marullos, y si se derrumba, yo lo reconstruyo”. Así somos los latinoamericanos, fuertes y solidarios en situaciones adversas.
En abril de este año pude regresar a la Isla del encanto, visité lugares nuevos, muy recomendables. Puerto Rico necesita a los turistas para recuperarse, necesita que los visiten y disfruten de sus playas.