Por: Dulce López
Por fin llegué a la ciudad de mis sueños, desde muy chiquitita pensaba en lo lejos que estaba esta ciudad llena de luces, gente y taxis amarillos. Siempre me imaginé en los escenarios de las películas románticas que tanto me gustan y hoy después de mucho esfuerzo ¡LO LOGRÉ!
Este sueño fue más que eso, fue demostrarme a mí misma que puedo conseguir lo que me proponga, que soy más fuerte y determinada de lo que pensé, y eso me hace sentirme muy orgullosa de mi misma.
Desde el primer día fue una aventura, mis ojos se llenaron con el naranja de los árboles, así como siempre los quise ver. ¡No lo podía creer! ¡ESTABA EN NY!
Después de dar vueltas en el aeropuerto por más de una hora y hablar en inglés más a fuerza que de ganas, logré salir y ver la calle ¡Por fin! Durante una hora de camino y la ansiedad a todo lo que daba porque ¡para colmo me tocó todo el tráfico de las 5 de la tarde! ahí estaba yo llegando a Manhattan, recorrí las calles arrastrando mi maleta y muerta de hambre, pero eso era lo de menos ¡había llegado a Times Square! ¡Las luces, la gente, todo era nuevo y mágico!
Caminé por Times Square, y después de las fotos de rigor, llegué a la siguiente parada ¡Grand Central! Mi emoción fue tal que no puede evitar llorar.
Lo que vi llenó mis ojos y mi corazón, fue una experiencia incomparable llegar a la ciudad que siempre quise ver en vivo, y no a través de las películas.
Para iniciar mi segundo día en NY me levanté tan temprano, como la diferencia de horario me lo permitió. Con la emoción a 1000 por llenarme los ojos de todo lo que aún no había visto pero me imaginaba. Así pues, después de desayunar y llegando al famoso distrito financiero, no podía creer la arquitectura, lo que se construyó aquí, la Zona Cero, lo había visto en la televisión, pero nada como la sensación de estar ahí, de imaginar todo lo que fue vivir lo que ahora es, es una sensación tan emotiva y triste a la vez, pero el paisaje y mi emoción de estar ahí es indescriptible algo que ¡jamás olvidaré!
Siguiendo con el recorrido llegamos por fin a Wall Street, donde el acelere de la ciudad está a flor de piel, la sensación de mezclarte con los ejecutivos, limosinas, gente, etc., te hace sentir un neoyorkino de verdad o, como en una película.
Seguí mi camino, muuuuy largo por cierto, y después de algunas cuadras enormes y ¡casi congelada por el aire helado! Todo se me olvidó cuando vi la Estatua de la Libertad a lo lejos y no paraba de gritar: ¡La Estatua, la Estatua! (regresé a mis 6 años), pero con esto que pasé, se que no deberíamos perder nuestra capacidad de asombro ¡NUNCA! Sobre todo ante lo que hace que el corazón se acelere, ¡otra vez, no pude de la emoción! Creo que el frío, las caminatas kilométricas y comer solo dos veces al día valían la pena. ¡Mi sueño estaba valiendo la pena!
Este día, una emoción más, ¡qué locura! Llegué al Puente de Brooklyn y nuevamente a enfrentar algo que para mí es mi gran miedo ¡las alturas!, me volví a retar y ¡lo hice! Volví a demostrarme a mí misma que puedo. Todo valió, cada paso que di, cada trago amargo de saliva y mi nudo en la panza. ¡Las vistas desde arriba lo han valido todo!
Ese día terminé con los pies destrozados de tanto caminar, pero tuve unas vistas tan lindas y unas fotografías hermosas que ¡siempre me recordarán este viaje!