Por: Paloma Palacios
¡Un buen tiempo para celebrar lo bueno y rogar porque no regrese lo malo! ¡Tenía un cuarto de siglo, muchos sueños, inconformidades y ganas de comerme al mundo!
Era marzo, el mes de la primavera en el año en que Obama “por (des)gracia” pisaba tierras cubanas; el calor hacía justicia por sus propios medios y las flores tomaban sus mejores formas.
Ya estaba planeado, mi madre y yo iríamos de viaje solas a conocer un destino deseado para ambas. Empacamos las expectativas, alguna que otra ropa, nuestro amor y nos sentamos por 6 horas en un autobús hacia el sur de México. Llegamos por la noche, por lo que tomamos un taxi con la dirección en la mano, sin conocer el destino y con un nulo sentido de ubicación.
Pasamos por calles empedradas y tan obscuras que nos embargó el miedo, de ese miedo que te ves sin pertenencias, sin ropa, hasta sin vida. ¡Por suerte llegamos sanas y salvas!
Esa noche dormimos sin miedo y con ansias de que amaneciera para enfilar la aventura hacia el destino soñado: ¡Oaxaca!
El primer día el sol nos regalaba estampas en los caminos empedrados de Oaxaca de Juárez, pero aunque el sol quemaba, el aire aún era fresco.
Tomamos un bicitaxi y el microbús para llegar al centro, este nos recibió con colores y bordados en cada esquina. Recorrimos el zócalo con el sol ardiente y los bailes de las calendas, era todo una fiesta: flores, tehuanas, huipiles, olor a gloria con la catedral de fondo.
Las calendas son sin duda fiestas llenas de ritmo que, como escribieron alguna vez, son un buen tiempo para celebrar lo bueno y rogar porque no regrese lo malo.
Después de bailar sin querer, caminamos hasta encontrar el mercado en busca de una de las gastronomías más deliciosa de México. ¡Me da una tlayuda con cecina por favor, de paso un chocolate con agua y un pan artesanal!, ¿a cuánto los chapulines? ¿y el queso?, deme un kilo de cecina y tasajo: ¡pedazos de cielo en forma de comida!
Después de comer hasta que nos dolió la panza, caminamos hasta encontrar el andador turístico Macedonio Alcalá, al fondo se vislumbraba nubes tan marcadas como la pasión de los oaxaqueños, una calle preciosa que juega con la arquitectura y la identidad mexicana.
Llegamos al famoso templo de Santo Domingo ejemplo de arquitectura barroca, una parada que nadie se puede perder si van a esta bella ciudad. Tuvimos la suerte que estaban celebrando una boda en el templo, así que después de colarnos en ella como cuando no te invitan, no tardamos mucho en salir sorprendidas, nos sentamos enfrente de la iglesia, pues nos tocaba esperar a buenos amigos. ¡Vivan los novios! gritaron al salir de la iglesia, al tiempo que se hizo un círculo con mujeres en trajes típicos y canastos de flores en la cabeza, comenzó a tocar la banda, los novios salieron ¡a tomar mezcal y caminar por las calles de Oaxaca! No supimos quienes eran pero les deseamos lo mejor del mundo. Desde entonces cuando pienso en bodas solo recuerdo las de Oaxaca, ¡esas sí son fiestas!
Ese primer día, la pasamos en el centro recorriendo sus calles a pie y en el turibus, encontramos galerías, degustamos comida gourmet y planeamos el segundo día recorriendo los alrededores.
Ya teníamos el tour para el siguiente día, lo conseguimos en el andador Macedonio, íbamos a visitar el Árbol del Tule, Mitla, Teotitlán del Valle, Hierve el Agua y Mezcal, $500 pesos por persona.
Al siguiente día a las 10 de la mañana con toda la actitud ya estábamos arriba de la “combi” para empezar nuestro recorrido. Santa María del Tule fue nuestra primera parada, donde conocimos el árbol del Tule con 40 metros de altura y 2000 años de antigüedad; por desgracia había mucha gente, el árbol está cercado ya no se siente como algo natural, es como si hubieran puesto al árbol de la abuela de Pocahontas en cautiverio.
Llegamos a Mitla el lugar de los muertos, una zona arqueológica que aunque chica en comparación de otras zonas es sin duda, para mí, la más limpia que había visto desde hace mucho. Mitla no sólo te narra la historia Zapoteca, te narra Mesoamérica.
Entre historia prehispánica llegamos a Teotitlán del Valle a conocer los telares y sus diseños. De ahí pasamos a conocer el proceso del Mezcal, “para todo mal mezcalito, para todo bien también” era mi único pensamiento mientras degustaba todo tipo de mezcales, para ese entonces ya el amor a México lo sentía en cada trago.
La última parada del día era la más esperada para mí: Hierve el Agua. No se como explicarles, tampoco hay foto que haga justicia, ni narración que expliquen el sentimiento. En este lugar me despojé de mis prejuicios restantes, me puse el bikini, nadé en las albercas naturales llenas de azufre y lavé mis males.
Mientras disfrutaba la vista de las cascadas petrificadas, del infinito y del cielo danzante pensaba ¿por qué viajamos?, seguro lo hacemos para sentirnos como me sentí en ese momento.
Oaxaca para ese entonces ya estaba clavado en mi ser, en mis extrañas, en mi recuerdo. El día siguiente y nuestro último día elegimos otro tour en la misma agencia con el mismo costo, esta vez íbamos a visitar: Monte Albán, Coyotepec, Cuilapam de Guerrero y Arrazola.
La primer parada fue Monte Albán, una de las ciudades más importantes de Mesoamérica y capital de los pueblos indígenas de Oaxaca, aparte de ser de las ciudades más completas arquitectónicamente hablando y empapada de historia, también es un maravilloso mirador de la ciudad.
No es que haya conocido muchas zonas arqueológicas, pero mi madre y yo quedamos fascinadas y la nombramos la mejor que hemos visto hasta ahora, sin duda un imperdible de Oaxaca.
Ese día paseamos por las calles llenas de artesanías de Coyotepec; luego llegamos a Cuilapam de Guerrero, en específico al Ex Convento, cuando llegamos me trasladó a la independencia de México, después de unas fotos, el recorrido y nuestro viaje terminó con barro negro.
Oaxaca fue sanadora, me reafirmó el amor a México, a mi identidad indígena; los oaxaqueños son una chispa de esperanza y de lucha solidaridad. Y mientras recorría esas calles llenas de música y colores fuertes, mientras nadaba en Hierve el Agua y recorría Monte Albán y Mitla, me respondía ¿por qué viajamos?, viajamos para sentirnos libres y guardar para toda la vida los bellos paisajes, la buena comida y la gente que lucha por todos nosotros como lo hacen los oaxaqueños.
Terminó el viaje y quedó en mi memoria Oaxaca, la bella Oaxaca con sabor a mole, mezcal y hierba santa, con vista al paraíso y con identidad indígena, con alma guerrillera y sed de justicia.
Oaxaca, la bella Oaxaca donde la sandunga es inmortal.