Por: Manumanuti
30 Abril 2017. Bitácora de 6 instagrammers en un road trip por Estados Unidos.
Acordamos dormir hasta que el cuerpo lo permitiera, pero todos ya estábamos de pie a las 8 de la mañana. Tres horas después, nos pusimos en marcha.
Salimos de Las Vegas rumbo al norte -la camioneta poco a poco se veía más vacía- creo que en cada lugar donde nos hemos hospedado hemos dejado algunas pertenencias o inclusive a algún miembro del equipo.
– ¿No falta alguien? ¿Dónde está Fernanda?
Un grito ensordecedor, como la terrorífica alarma sísmica de la Ciudad de México, anunció 28 segundos antes su inminente llegada abordo.
– ¿Qué nombre le pongo a mi dragón de peluche?
Atravesamos el Strip de Las Vegas -la zona más famosa de la Ciudad del Pecado, llena de hoteles y casinos- y nos dirigimos hacia el norte por la Interstate 15. Necesitábamos cargar gasolina y teníamos mucha hambre; coincidentemente en la gasolinera había un Denny’s (un diner de esos gringos donde se come hasta reventar la cremallera del pantalón).
– Como que ya se tardaron ¿no? (el servicio es lentísimo en estos pueblos, supongo que el tiempo les transcurre “Einstenianamente” de manera diferente).
– ¿Más café? Sí por favor.
Omar y Rebe se pidieron un omelette de claras, por aquello de la dieta, pero también papas hash brown de acompañamiento, y dos hotcakes con mantequilla -yo ya no entiendo nada de su supuesta dieta. Pagamos 16 dólares cada uno y re partimos.
Continuamos por la 15, y giramos a la derecha en la desviación de la pequeña comuna de Crystal, Nevada para tomar la Valley of Fire Highway; una estrecha carretera, con un bellísimo paisaje de campos extensos a los costados y altas montañas en el horizonte. De un momento a otro, todo cambia, y brusca pero hermosamente se comienzan a ver los picos de fuego, los “dinosáuricos” Aztec Sandstones del período jurásico. Welcome to The Valley of Fire State Park.
Primera parada: Elephant Rock.
– Yo más bien le veo forma de un gorila.
En la radio se escuchaban los Rolling Stones, y las grandes piedras rojas, de semblantes humanos, parecían una junta de ancianos milenarios discutiendo sobre la inmortalidad, sin moverse y en silencio.
Bajamos apresuradamente, nos hundimos en la arena que era como fino polvo de ladrillo, y escalamos con las manos desnudas aquella fortaleza. Lo que aparentemente no era el calzado perfecto para hiking, resultaron con una fricción y agarre impecables, y nos desplazábamos ágilmente, de un lado a otro, dando pequeños saltos como cabras locas de montaña. Admirable Rebe que lo hizo con sus botas vaqueras, con sensual tacón, sin el menor vacile.
Tomamos muchísimas fotos y retornamos a la van para proseguir con nuestra ruta del fuego.
Segunda parada: Rainbow Vista.
– Yo nunca vi el arcoiris.
Lo primero que hice fue pasar al baño; era una letrina un tanto desagradable y de cierta manera tenebrosa, como alguno de los círculos del infierno de Dante. Pero cuando te dan ganas… es inminente.
Arturo, Mayra y Omar subieron hasta la punta de un peñasco desde donde se veía la carretera, y tomaron un par de fotos vertiginosas. Omar emulaba sus fotos en los edificios más altos de la ciudad, pero esta vez sentado a la orilla de precipicios rocosos, perdido en la naturaleza.
Un viento fortísimo comenzó a soplar en la zona, tanto que nos empujaba levemente y me obligaba a sostenerme la gorra constantemente. Seguro en el gran Desierto del Mojave, hay toda una colección de sombreros hurtados por el viento.
Más adelante, existe una transición cromática significativa; el rojo intenso comienza a degradarse hasta convertirse en blanco,
– Seguramente es porque a un cierto punto, se le acabó la tinta roja a la naturaleza. Dijo Omar, mientras me moría de la risa.
Tercera parada: The White Domes Trail.
“Play it safe!” decía uno de los letreros en la entrada “no escalar las piedras”. Y obviamente, fue lo primero que hicimos.
Omar, Arturo y yo nos separamos, cada quién por su cuenta, mientras que Mayra, Rebe y Fer se quedaron cerca de la van a tomar fotos. A estas alturas Rebe ya se había cambiado por tercera vez, pues al parecer traía un outfit diferente para cada locación.
Me acomodé la GoPro en el pecho con el running strap, y escalé hasta un hermoso mirador que parecía “La Roca del Rey” del Rey León, desde donde se podía admirar la belleza absoluta del lugar. Ha sido un alivio tener mi mochila Moshi conmigo todo el tiempo, para transportar mi otra cámara y mis lentes en estas superficies tan ríspidas.
Como no tenía a nadie que posara para mi foto, regresé en busca de los demás, y me topé con Omar.
– Encontré el lugar perfecto. Me dijo Omar. Pero necesito alguien para tomarle la foto.
– Estamos en las mismas perro.
– ¡Manuelas! las, las, las. Escuché un grito lejano que hacía eco entre las grandes paredes de piedra.
Al voltear hacia arriba vimos a Arturo en la punta de una alta formación rocosa, y decidimos alcanzarlo. La superficie es tan dura y sus relieves tan particulares, como venas de fierro, que parecen las escamas en la piel de un dragón. Después de un par de minutos en la cima, fuimos a buscar a las tres fotógrafas y todos juntos, los seis, nos dirigimos hacia el lugar que había encontrado Omar.
Fer y yo nos sentamos simplemente a contemplar la grandiosa Meseta del Colorado.
– Hoy siento una emoción muy diferente a lo que sentí en Sequoia. Me dijo. Hoy sentí libertad absoluta, rebeldía, soy una yegua indomable con muchas ganas de gritar.
– Ok. Aunque tu siempre tienes ganas de gritar Fer. Le respondí.
Abordamos la van y dimos marcha atrás por la misma Valley of Fire Highway. La única parada fue para tomar la foto que Omar anduvo pidiendo todo el día desde que llegamos a ese lugar. Agarró su Penny, de rueditas luminosas y se lanzo unos 500 metros colina abajo, mientras Mayra y yo le tomábamos la foto.
Comenzaba a atardecer.
Yo iba de copiloto, y sentía un bienestar muy profundo – cierren los ojos, respiren hondamente y déjense dominar por las emociones ¿Les ha pasado que se emocionan tanto que les duele el pecho? – Lo último que vimos fueron las nubes solitarias en el cielo, pintarse del rosa más sublime.
En el fondo, un Bob Dylan rejuvenecido nos cantaba “Like a Rolling Stone”, y nos preguntaba más de una vez “How does it feel”, y yo en la mente le respondía una y otra vez: “se siente demasiado bien”.
Después de casi tres horas de camino, llegamos a Zion bajo un cielo nocturno, despejado, espolvoreado con millones de estrellas. Era la 1 de la mañana.
Antes de dormir me hice la pregunta ¿De qué color es la gloria? y la respuesta fue muy simple: del mismo color que los cielos del Mojave.