Por: Yahaira Fernández
Desde siempre había querido ir a Ámsterdam, y como tenía que ir a España este verano, a comenzar el anteproyecto de mi Doctorado, se me dio la oportunidad. Reservé el vuelo desde República Dominicana, mi país natal, y busqué un hostal de sólo mujeres para mayor seguridad, pues iba a ir sola. Hice mi itinerario de viaje, investigué los trenes que tenía que tomar, el costo de los museos, etcétera, y pensaba que todo me iba salir tal cual lo tenía planeado, cosa que no fue así.
Bueno, les cuento que pasé más tiempo perdida que otra cosa, pero a pesar de todo, lo disfruté bastante. Todo comenzó desde el aeropuerto de Madrid, Barajas, cuando estaba haciendo la fila equivocada para abordar el avión, pues vi en la pantalla que decía Ámsterdam, pero en realidad yo iba al aeropuerto de Eindhoven, y no me fijé que la aerolínea era diferente.
Luego hice la fila correcta, y pude abordar el avión. Cuando llegué a Eindhoven, me sentí perdida completamente, pues no podía encontrar el bus que me llevaría a la estación de tren para ir a Ámsterdam. Un señor mayor en una bicicleta me vio perdida y me preguntó en inglés qué buscaba, y le dije: “The train station” y él me indicó dónde coger el bus.
Al llegar al bus, traté de decirle al chofer que cómo llegaba a Ámsterdam, pero él me señaló otro autobús, y luego al llegar al mismo no había nadie, ni tenía el horario de salida, hasta que al fin decidí tomar un taxi hasta la estación del tren. Una señora muy amable era la chofer, y por fin me entendió que quería ir a la estación de tren de Eindhoven. Me señaló con el dedo una hoja donde estaban las tarifas y eran 33 euros. Yo estaba tan cansada que accedí a pagar esa cantidad.
Llegué a la estación del tren, para comprar el ticket para ir a Ámsterdam fue todo un suplicio, fui a una de las máquinas expendedoras de tickets y resultó que no cogían dinero efectivo, solo tarjeta. Bueno, preguntando pude llegar a donde vendían los tickets y por fin pude comprar el que me llevaría a Ámsterdam.
Como el ticket estaba escrito en holandés no entendía nada de lo que decía y abordé el tren. Estaba muy bonito y espacioso, cuando pasó el de seguridad preguntando por los tickets me dijo en inglés: “You are the second class” y me señaló hacia dónde debía ir; había abordado el tren en Primera Clase y me correspondía segunda clase; luego que me ubiqué donde correspondía, escogí un asiento al lado de la ventana y pude disfrutar del maravilloso paisaje, con una naturaleza hemosa.
Al llegar a la estación para buscar el hotel, busqué el mapa que había impreso y encendí el GPS, el hostal estaba bien escondido y no tenía el letrero que se veía bien, después de buscar casi por una hora, una joven me señaló por donde estaba y por fin pude llegar.
Cuando llegué al hostal me registré y vaya sorpresa, nadie hablaba español, pero logré registrarme y vaya sorpresa, me tocó la habitación “50 sombras de Grey”, la misma estaba ambientada con látigos y todo; al llegar mi cama era la única vacía, de 10 camas. Todas las chicas que estaban en el hostal hablaban inglés, creo que la única latina era yo, el hotel estaba muy limpio y acogedor. Muy femenino.
Fui a un McDonald’s que estaba cerca, llovía y al regresar hice las rutas para el siguiente día; dormí toda la noche, pues estaba muy cansada.
Me levanté temprano, y al salir, vi a una de las recepcionistas que parecía que era de mi país, le pregunté: ¿Eres dominicana? Y me dijo: Sí, y le dije gracias a Dios, ¿cómo llego al Museo de Ana Frank? Y le pregunté otras cosas. Me vendió un ticket donde me podía montar en todos los trenes, tranvías y autobuses de Ámsterdam por 24 horas.
Abordé mi tren llena de alegría pues ya tenía a alguien con quien hablar español, y me quedé en la Estación Central. Antes de ir al Museo de Ana Frank, quería tirarme una foto en el letrero que dice: I am Ámsterdam, y lo logré, pude llegar muy bien en el tranvía, unas chicas me pidieron que les hiciera una foto, así que aproveché y me tiraron la mía.
Luego decidí caminar por las calles de Ámsterdam y disfrutar de sus canales, afuera de una tienda de cosméticos un chico me hizo señas y me preguntó que si quería probar un producto para la cara gratis, y acepté. El joven era árabe y muy simpático, al final terminé comprando la crema, pues era muy buena. Luego después decidí ir al Museo de Ana Frank.
Al llegar al Museo de Ana Frank, había una fila larguísima, pero como era uno de los sitios que más me motivaban de ir a Ámsterdam, hice mi fila. ¡Duré casi 3 horas! En la fila había una madre asiática con su hija, como de unos 10 años, la niña me preguntó que si era turista, y le dije que sí, que de dónde era, le dije de República Dominicana y no sabía dónde estaba mi país.
Le pedí que me cuidara mi lugar, y fui a comprar un café, el señor del café me preguntó que si era brasileña, le contesté: “Dominicana” y me dio una sonrisa de oreja a oreja, al parecer él había ido a mi país y tenía gratos recuerdos, y me preguntó: ¿Te gusta el mangú? ¿Te gusta el sancocho? (Dos platos típicos de mi país).
Al entrar al museo de Ana Frank, sentí mucha tristeza, pues en sus habitaciones se narraba todo lo que ella pasó. No pude terminar el recorrido, pues estaba muy sentimental.
Luego al entrar a la estación del tren para regresar al hotel, no encontraba cuál era el tren para volver al hotel, pues era muy grande y no recordaba, lo busqué y pude encontrarlo, gracias a Dios, pero al intentar salir, mi ticket no funcionaba, un señor muy amable pasó el ticket de él y me permitió salir con él de la estación.
Regresé al hostal y al otro día volví a Madrid. En el avión de regreso, había mucha turbulencia y estaba bien asustada, pero a mi lado iba un chico de Holanda que me calmó todo el viaje.
En fin, lo importante de este relato es que no importa las dificultades por las que pasemos en nuestras aventuras, siempre va a ver gente buena que nos dará la mano, y no se queden con las ganas de viajar, aunque sea solos, pues la emoción de conocer los lugares que queremos vence al miedo, como me pasó a mí.