Tijuana es una tierra de nadie, como una dimensión desconocida con sus propias reglas, no es ni mexicana ni gringa. Hay quienes la aman, otros que no tanto, pero su irrefutable virtud radica sobre todo en su posición geográfica privilegiada: estando en Tijuana te puedes mover a muchos lugares de México o inclusive atravesarte al Gabacho.
Arturo y yo llegamos tarde a la Terminal 2 de la Ciudad de México (sí otra vez) pero ya me sé el truco de ir al Priority Check-In de Aeroméxico, y pues ahí todo rápido. Por un momento nos metieron el susto de que no íbamos a poder llevar nuestro drone, ni siquiera documentándolo, pero en la revisión de seguridad, no hubo problemas (como siempre) y nos dirigimos a la sala de abordar.
Despegamos puntuales, me puse el cinturón y enderecé el asiento -porque siempre me regañan. Me eché casi dos películas y por primera vez en mi historia de vuelos no me dormí jajaja.
Llegamos a Tijuana alrededor de las 11.30 pm, nos ofrecieron servicio de “taxi seguro” por una ridícula cantidad de 220 pesos (por una distancia al hotel de 13 minutos en auto). ¿Por qué siempre te quieren robar de esa manera? Pedimos un Uber y nos salió en 25 pesos a cada uno con el split.
El Hotel Real Inn está increíble. Hicimos el check in y queríamos cenar en el restaurante, pero ya era más de media noche. “Te invito a cenar a mi cuarto” le dije a Arturo, “pidamos servicio a la habitación”. Mientras comíamos pasta, y veíamos el resumen de las Olimpiadas, le di un vistazo a nuestro tour del día siguiente. “Arturo creo que ahora sí me volé jajaja” “¿Qué pasó menso?”. Pensé que el tour salía de Tijuana, pero en realidad salía de la Plaza de la Patria (o Plaza de las Tres Cabezas) en Ensenada.
Ese día empezaban las fiestas de la vendimia, así que ya no había lugar en los autobuses, y no había nadie en BlaBlaCar. Chequé el precio promedio de Uber y lo comparé con un taxi normal. 850 pesos, Uber será.
Día 1: El Valle de Guadalupe y La Noche Tijuanense
La mañana siguiente desayunamos en el buffet del hotel, decir “atasque” sería pecar de modestia jajaja, y partimos. En la carretera, desde la ventana, podía ver el muro fronterizo, y después las playas. Hay algo de sumamente nostálgico en esta imagen, un mundo separado por barreras, y por algo más fuerte, por ideas. El Uber se hizo alrededor de 1 hora y media al lugar del encuentro, cerca del puerto de Ensenada.
El tour enológico fue organizado por Provino en ocasión de Las Fiestas de la Vendimia, (aún hay eventos durante todo el mes) y consistía en la visita de tres bodegas de la región: Madera 5, Chateau Camou y Torres Alegre.
En la primera parada, Madera 5, probamos de entrada un blanco Sauvignon Chardonnay, y luego pasamos a los tintos: un Cabernet Sauvignon, Nebbiolo y Merlot (Rojo 126), un Cabernet Sangiovese, un Tempranillo Cabernet y finalmente un Nebbiolo. En este orden en específico, por nivel de intensidad. Tengo que confesar que después de esas 5 copas, a las 10 am, ya me sentía algo inestable física y emocionalmente jajaja.
En la segunda bodega, Chateau Camou, ya en pleno Valle de Guadalupe, la degustación de varios vinos se intercaló con una visita a las instalaciones y a los viñedos ¿No nos podrían dar un pancito primero aunque sea, antes de seguirle tomando? Primero un Chardonnay Fumé Blanc Gran Reserva; como segundo un Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc y Merlot; y para rematar un tinto Barbera, muy pesado, que olía entre piel y anestesia de dentista. “Creo que ya no siento la boca.”
En la tercera y última bodega, Torres Alegre, fue sobretodo un privilegio conocer al fundador y homónimo de esta casa vinícola, Víctor Torres Alegre, un genio de la enología reconocido a nivel mundial por sus investigaciones en el campo y por haber ganado varios premios internacionales con sus vinos mexicanos.
Los vinos que probamos fue La Llave Blanca, de Chenin Blanc y Sauvignon Blanc, un Cru Garage Sauvignon Blanc, y un Viko Rosa, de Grenache y Cabernet Sauvignon. Ya a estas alturas, no había mínima evidencia de sobriedad en nosotros, pero afortunadamente llegó la hora de la comida: un plato exquisito a base de pulpo y unas costillas de cerdo al pesto, deliciosamente grasosas, de esas que empapan los dedos de aceite. Tuvimos la suerte de que Víctor y su hijo se sentaran con nosotros, así que el mejor vino en la mesa lo tuvimos nosotros.
Cuando regresamos a Tijuana después del tour estábamos fundidos. Ambos tomamos una siesta y en la noche salimos cada quien por su parte. Al hotel pasó por mí un gran amigo, Edgar (síganlo en todas sus cuentas, es muy divertido), quien tenía para mí planeada una larga e intensa noche tijuanense.
Primero a La Plaza, donde existen varios bares de cerveza artesanal, industria que se ha desarrollado mucho en esta ciudad; uno de ellos fue el Mamut . “Ahora vamos a agarrar un taxi” me dijo, pero en realidad era una combi que nos llevó al centro, a la ilustre Avenida Revolución (o “Revu”) por unos cuantos pesos.
La avenida estaba colmada de personas, que bailaban, gritaban y se enamoraban de la noche. La música de todos los lugares, se combinaba con el bullicio de la gente; todo era fiesta en el aire.
Nosotros fuimos a un bar en un segundo piso,el Barok, con música pop que después se transformaría en perreo y reggaeton. El hambre nos sacó de ahí y pasamos por unos pedazos de pizza “Para llevar, por favor” antes de entrar a La Mezcalera y después por una pista de colores hasta La Mija . Ya alrededor de las 2 am nos fuimos a la última parada de la noche: el Premier Mens Club, ideal para los que gustan de los hombres (para ver mujeres strippers, ahí cerca está el prestigioso Hong Kong).
Olor a vicio, y luces de neón. Bajo consejo de un amigo, llevé billetes de dólar con los que le pagaba bailes a los strippers. Al principio estaba algo tímido, pero al final combinaba las cervezas y la euforia de los amigos, con los bailes cada vez más subidos de tono. “A ver tráeme a ese” le decía a Edgar, quien me arrimaba una silla para esperar el show privado”. Evidentemente terminé enamorándome, e invirtiendo más singles de dólar en su compañía. A las 4.30 am mi cuerpo ya no daba para más, y con toda la pena de abandonar ese lugar tan mágico, regresé al hotel a dormir.
Día 2: Las tostadas Red Snapper y Las Calles de Tijuana
Desperté a las 9 am con un dolor de cabeza insoportable. Lo primero que hice fue marcarle a Arturo “primo, bajemos a desayunar”.
El imponente buffet ofrece de todo: fruta de temporada, yogurt, pan dulce, huevos, carne, embutidos, guisados, etc. Además del servicio de chef para personalizar tus platillos. Los chilaquiles lucían como la panacea de mi resaca, dos platos bastaron para alivianar por un momento la descompensación de la madrugada. “Necesito dormir un poco más, nos vemos en el lobby a la 1 ¿va?”.
Después de dormir un par de horas más, y tomar un largo baño, salimos a caminar por la ciudad. El calor era casi insoportable pero nos resignamos y proseguimos. Visitamos el Centro Cultural Tijuana (CECUT) y tomamos varias fotos, en especial del imponente domo Imax de Ramirez Vazques y Rossen Morrison.
Recorrimos varias calles, pasando por almacenes y pescaderías hasta La Corriente Cevichería Nais. En la pared de la cocina llevan la cuenta de tostadas de huachinango Red Snapper que se han pedido desde la fundación de este lugar; pedimos dos para cada uno para contribuir a las más de 200 mil históricas que se han preparado. También unos ostiones Kumiai, y tacos de pulpo y pescado. “Yo sí me como otra tostada… ¡Mesero, mesero!”.
Para bajar la comida, anduvimos de arriba abajo por “Revu”, adentrándonos entre callejones grafiteados, siempre con mucho cuidado de las cámaras y las mochilas.
Y después de caminar bastante por todas partes, terminamos en un inmenso acueducto de concreto debajo de los vertiginosos puentes vehiculares y pasos peatonales.
Volvimos al hotel para ver el resumen de los Olímpicos y alrededor de las 9 bajamos a cenar en el hotel para después dormir y descansar. Al día siguiente, atravesaríamos la frontera.
Día 3: Los Inmigrantes de San Diego
Buffet en el hotel de nuevo, esta vez un desayuno más a conciencia, con fruta, jugo, café y unos huevos estrellados con tocino. Inmediatamente después fuimos a la oficina de Hertz dentro del Real Inn para ver lo del coche. Ya no teníamos mucho presupuesto, así que rentamos uno de esos vehículos miniatura como de juguete, que son baratos y ahorran gasolina.
A bordo de nuestro pequeña nave, seguimos Google Maps hasta la fila de autos en el borde fronterizo. Muy tarde nos dimos cuenta que nos habíamos equivocado de fila, y que estábamos en la que era exclusiva de vehículos SENTRI (red electrónica segura para la inspección rápida de los viajeros). Los letreros amenazaban con multas de hasta 5 mil dólares a los que se infiltraran en esta fila indebidamente. Quisimos resarcir el error, principalmente atribuible a una pobre señalización, sin embargo volver era impracticable porque no había retorno.
Un mexicano de mal ver, nos quiso extorsionar para facilitar el pasaje, pero no le creímos su historia de ficción. Para empezar nos mostró una identificación como hecha en Paint con su fotografía de un pixel que bien podría haber sido él o cualquier otra persona. “Mire, si ustedes le dan 10 mil pesos a mi jefe, nosotros apagamos las cámaras y ustedes pasan sin problemas”. Nos dio mucha risa lo inverosímil del dinero y de su poder para afectar el sistema de vigilancia “Este güey es Batman”. Ante el encabronamiento del sujeto, lo dejamos atrás y decidimos probar nuestra suerte.
El policía fronterizo nos regañó, obviamente, pero le explicamos que había sido un error inocente “we are super sorry” le dijimos al unísono con ojos tiernos de gatito. Después de 15 ó 20 minutos ya estábamos en San Diego.
Recorrimos South Park, admirando el bonito vecindario y sus casas; y comenzamos a descender hasta llegar al Puerto. Ahí estacionamos el coche, pagamos el parquímetro y caminamos por la orilla del mar, admirando los embarcaderos, los faros anti gaviotas con picos y la gente que corría, ejercitándose por todo el boulevard.
Después escalamos las lomas de la bahía hasta el artístico Parque Balboa, donde llegamos ensopados por el tremendo calor húmedo de esta ciudad. Este lugar luce extremadamente mexicano, con su dominante arquitectura estilo colonial español. Caminamos por fuera de algunos de sus museos, y dimos un paseo entre sus increíbles jardines. Muchos nos recomendaron antes del viaje visitar el Zoológico, pero para esto habríamos necesitado un día más en San Diego.
Después de un par de horas, volvimos por el coche y fuimos un restaurante en el embarcadero Marina South Park: Joe’s Crab Shack. Bastó entrar y ver a toda una familia con mandiles y cubetas llenas de cangrejo para saber que habíamos llegado al lugar indicado.
Pedimos una cubeta de camarones con chilito, y fish and chips, (que más bien parecía “shark and chips” porque la porción estaba enorme) con salsa Tabasco, salsa tártara y vinagre y sal para las papas fritas, cerveza, y refresco de barril. Pagamos unos $50 dólares ya con propina incluida (nada mal), y nos dispusimos a regresar a tierras mexicanas. Aquí el paso fronterizo es una broma, entrar a México es como entrar a una casa sin puertas ni ventanas.
Día 4: El adiós del Norte
Último desayuno ilimitado en el restaurante del hotel, y aprovechando que aún teníamos disponible el coche rentado, nos fuimos a las Playas de Tijuana.
Nos estacionamos entre un faro de luz y la plaza de toros. Me impresionó ver el muro fronterizo que parte en dos la tierra y el mar (¿cómo se define las soberanía de la olas?). Los que corren transversalmente en la playa llegan hasta la frontera de fierro y después continúan su camino en sentido contrario.
Todo aquí es tan decadente: decenas de casas jugando al equilibrista, con todas sus cornices y rejas oxidadas, y la pintura agrietada como arrugas. Es como uno de esos lugares que tuvieron su esplendor; como un cometa que pasó, brilló y desapareció en el olvido.
Caminamos por el paseo peatonal, era tan temprano que todo estaba cerrado. Retomamos el auto y volvimos a la ciudad de Tijuana. Arturo tuvo una sesión de fotos en el Hotel, y mientras yo, me puse a ver los Juegos Olímpicos en la tele.
Cuando por fin llegó la hora, hicimos check out en el Real Inn, con mucha nostalgia porque nos trataron como reyes durante esas 4 noches: los cuartos estaban increíbles, en el restaurante la comida estaba deliciosa, y sobre todo el servicio inigualable. Desde hace un tiempo esta cadena se ha vuelto nuestro hogar a donde quiera que vamos, y siempre son los mejores.
Nos fuimos a comer al centro por última vez, a la Corriente Cevichería Nais; a sumarle tostadas Red Snapper al contador local. Edgar llegó a despedirse, y como siempre nos dimos ese abrazo de hermanos cuando nos decimos “hasta luego”.
Tomamos un Uber al aeropuerto, hicimos veloz check-in en los mostradores de Aeroméxico y nos medio acostamos en la sala de espera, a esperar, qué más. Inmediatamente después de tomar nuestros lugares, puse la primera película, y al terminar, vi solo los fragmentos más interesantes de otras tantas películas. El vuelo estuvo tranquilo, y bastante cómodo, a pesar de que me tocó ser otra vez el relleno del sandwich en los asientos jajaja. Por fin aterrizamos en la capital del país.
Gracias infinitas nuevamente a @hotelesrealinn por ofrecernos el mejor alojamiento en Tijuana y a @aeromexico por llevarnos y regresarnos, sanos y salvos, a la Ciudad de México.
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