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La primera vez que soñé sin limites

Tan emocionado como sólo puede estar un niño de 9 años que sabe pronto conocerá Disneyland, trataba de crear en mi cabeza las imágenes de lo que mis ojos descubrirían por primera vez en el verano de 1990.

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Tan emocionado como sólo un niño de 9 años que sabe pronto conocerá Disneyland puede estar, trataba de crear en mi cabeza las imágenes de lo que mis ojos descubrirían por primera vez en el verano de 1990. Las fotos del viaje de mi hermana unos años antes al lugar más feliz de la tierra no me eran suficientes en una época en la que no existía el internet, Wikipedia ni Youtube. Quería saber cómo era todo, dónde vendían los boletos, cómo llegabas y si Mickey Mouse podía platicar conmigo.

Mi hermana me decía que no recordaba cada detalle, que habían pasado muchos años y que el viaje lo realizó muy pequeña como para retener toda la información que yo le demandaba. Uno de los pocos episodios frescos en su memoria era un espectáculo de Star Wars donde se representaba una batalla entre los Stormtroopers y los Jedis a poca distancia del público. Yo no podía contener mi asombro! -¿Tienen espadas láser de verdad?- Pregunté creo que sin poder cerrar la boca. -¡Tal cual la película!- contestó mi hermana. No podía imaginarme eso. Yo sabía que las espadas láser de tan famosa saga eran truco de efectos visuales de Hollywood, pero ¿verlo en persona? ¡Eso debía ser asombroso! Yo insistía en que me contara un poco más, mis ojos estaban abiertos como la boca de un payaso y la bombardeaba con decenas de preguntas sobre cómo eran las cosas, qué olor tenían y si se veían exactamente igual a las películas.

Recuerdo perfectamente las imágenes que se formaban en mi mente con cada información que me daban las personas que conocían ese lugar tan mágico y tan lejano. ¡Qué increíblemente ilimitada es la imaginación de un niño! Mi mente volaba al escuchar cómo aparecían y desaparecían fantasmas en “La Mansión Embrujada“, cómo según los testigos, una batalla pirata de proporciones épicas ocurriría mientras yo cruzaba en un barquito que avanzaba de forma misteriosa. Hablaban de un desfile de luces, que se me antojaban estrellas que descendían a la tierra para bailar entre nosotros.

No podía esperar para llegar a ese lugar. Contaba los días para poder volar, subirme a ese juego en el que me habían contado se veía el mundo a tus pies mientras flotabas al más puro estilo de Peter Pan. Quería conocer el mundo entero en un paseo en bote, descubrir los fantasmas y hacer un crucero por la jungla con animales que según los adultos eran robots. En mi mente no existían murallas, si lo puedes imaginar, puede existir en Disneyland.

El viaje duró menos que un suspiro, no hubo fila que no valiera la pena hacer ni espera que no fuera recompensada. Allí estaba ¡Era real! Los piratas peleaban mientras yo atravesaba un mar de fantasía. Volé sobre Londres como Peter Pan y juro que los automóviles allá abajo se movían. Conocí el mundo sobre un bote y saludé a Mickey en persona, no me habló, no era necesario. Recorrí la jungla entre elefantes e hipopótamos y hasta tuvimos que huir de una tribu de caníbales. Corrí, reí, abracé a mis padres y no paraba de darles besos y gracias, gracias y besos. Me empapé en una montaña, volé en una nave espacial hacia las estrellas y aunque no lo crean vi pájaros que cantaban como humanos. Conocí los fantasmas que no espantan y me subí al tren más rápido del mundo. Al caer la noche cientos de estrellas bajaron a bailar con nosotros en formas infinitas al ritmo de una melodía que aún me hace sonreír. Cuando pensé que todo había terminado, millones de luces llenaron el cielo detrás del castillo ¡El primer castillo que vi en mi vida! ¡Espera! Hay algo ahí volando ¡Es campanita! Lloré, quería tener sus alas para llegar a la torre de ese castillo y ver lo que había dentro. En ese lugar que parecía inalcanzable estaba yo, descubriendo por primera vez la felicidad plena y convencido que no hay sueños demasiado grandes, sino mentes pequeñas. Fui feliz, muy feliz.

En ese lugar hay magia. Como si de un hechizo se tratara y tal como Walt Disney deseaba, cruzar las puertas de Disneyland es entrar a un lugar donde los sueños se hacen realidad. He tenido la fortuna de volver muchas veces a Disney. Cada vez, miro fijamente ese castillo y me paro en ese mismo lugar en el que por primera vez soñé sin límites.

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Alan Estrada

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